No solo de Lars von Trier, el movimiento Dogma, o los intensos dramones de Sussane Bier o Anette K. Olesen, entre otros, vive el cine danés. Con un estilo completamente distinto al de la mayoría de sus colegas daneses, el director Nicolas Winding Refn se ha hecho su hueco en ete mundo con una serie de thrillers, encabezados por la trilogía Pusher, que le han servido para darse a conocer internacionalmente, algo que le ha servido para poder realizar proyectos de mayor envergadura como la sorprendente Bronson o la llamativa Valhalla Rising. Pero su confirmación definitiva ha llegado con su primera película dirigida en Estados Unidos. Drive fue una de las sensaciones del pasado año desde que recibiera una gozosa acogida por parte de la crítica en el último Festival de Cannes. Lástima que la taquilla y, por qué no, los Oscar no hayan respondido de la misma manera.
Con esta película Nicolas Winding Refn hace un thriller de acción, su especialidad, pero lo ha hecho alejándose de todas las modas actuales, mirando al pasado, y combinando de forma admirable los códigos narrativos del mejor cine de acción de los años 70 con las notables posibilidades técnicas del cine actual.
El protagonista de la historia es un hombre callado, solitario y taciturno que trabaja como conductor especialista de cine en el rodaje de películas en Los Angeles. Además colabora en el taller mecánico de su amigo y mentor, y también participa, exclusivamente como chofer, en algunos robos para los que es contratado. Su vida empezará a cambiar cuando en su camino se crucen dos personas. Por un lado un peligroso gangster de poca monta que quiere hacer dinero con la habilidad del chico con los coches, y por otro una joven vecina, madre de un niño, que está esperando que su marido salga de la carcel. El desarrollo posterior de los acontecimientos llevará estas historias a un punto común en el que la violencia más brutal convive con la sensibilidad más estilizada, de forma atractiva y fascinante.
Sobre material casi de derribo, Drive consigue imponerse a todas las limitaciones que, aparentemente, pudiera tener la historia para convertirse en una película dura y áspera como una roca, pero que envuelve al espectador con la sauvidad melancólica de una triste balada romántica.
Nicolas Winding Refn se confirma aquí como un director poderosamente visual, capaz de extraer todo el jugo posible a una historia jugando de forma admirable con la música, la fotografía y el montaje, y utilizando todo ello para ensalzar hasta extremos electrizantes tanto los latigazos mas agresivos, como las caricias mas sugestivas del relato.