'' Hace unos años, cuando fue el cumpleaños de un amigo, decidimos regalarle una tarta personalizada. Él es batería de un grupo donde sale con cuatro personas más, y un gran enamorado de la buena música, así que compramos todo lo posible para hacerle una tarta al más mínimo detalle con esa misma forma. Una caja con sus respectivas baquetas.

Le pusimos el mayor de nuestro empeño en que fuera lo más realista posible. Personalizamos los parches con firmas de sus grupos favoritos, las espuelas para tensar la membrana tenían forma de guitarra, otra de platillo, otra de micrófono, una clave de sol... Nos llevó mucho tiempo cuidar al detalle toda esa tarta ''tambor'' para que el regalo le encantase.

Cuando llegó el gran día, tras mucho esfuerzo de planificación y trabajo, en medio de un desafinado ''cumpleaños feliz'' le hicimos entrega de la tarta.

Él se quedó impresionado con la sorpresa. Perplejo, agarró por debajo con mucho cuidado la ''tarta tambor'' y la observó detenidamente. Le emocionaba todo cuanto la rodeaba, el más mínimo detalle hecho en su honor.

Entonces, llegó el momento de probarla. Notábamos que le daba cosa abrirla, incluso bromeaba con no hacerlo nunca para no destrozarla. Pero, cuando no se pudo resistir, la probó.

Aquí, todos nos miramos con desconcierto. Entre tragos de saliva y muescas de duda extrema esperábamos la reacción contraria, porque nosotros, los creadores de la tarta, sabíamos que en cocina el trabajo no fue bueno. La tarta estaba completamente sosa, cruda en alguna de sus partes, el chocolate salió demasiado líquido y el bizcocho de dentro estaba medio duro. Era también, demasiado densa y empalagosa. Se haría larga de comer, una ingesta un tanto desagradable.

Tras un par de bocados, se hizo el silencio. Teníamos la vista clavada en los tajos hechos de la masa y en el cuchillo manchado de negro y blanco. Nuestro amigo dio su veredicto: ''Señores, esta tarta es una obra de arte. Solo puedo daros las gracias y felicitaros.''

Los aplausos rompieron el incómodo silencio, y el corcho recién destapado del champán volando por la sala tomó el papel de los fuegos artificiales. Lanzándonos miradas y pensando casi telepáticamente lo mismo, confirmamos lo que habíamos vaticinado. El valor de la tarta era el regalo en sí, era su montaje, era su puesta en escena. Y, nos hubiera dado igual aceptar que no le hubiera gustado, al estar sosa y mal cocinada, pues es un hecho real que conocíamos desde que la finalizamos. Sin embargo, sabedores de su gran consideración, no tuvimos miedo a las posibles consecuencias, pues no era un regalo para cualquiera; era para nuestro gran amigo, al que tanto le gusta la música, al que lleva tanto años con nosotros y al que ni por asomo se le hubiera pasado por la cabeza decirnos una mala palabra.

Pero, la tarta estaba sosa y bastante mala. Sí. Nosotros lo sabíamos. Y no se me hubiera ocurrido nunca jamás cobrarle por comérsela. Hay gente que en algún momento lo ha hecho, vendiendo un producto por su escaparate. Allá cada uno con lo que decida disfrutar y por lo que decida pagar. Yo, desde luego, pago por comérmela y disfrutar de su sabor, no de su imagen.

¿El fin justifica los medios? La verdad, que no sé si sentirnos bien o mal. ''


- ¡¡ CORTEN !! Empieza bien, pero muchas cosas sobran.
+ ¿El qué sobra?
- Pues de mitad para adelante, lo de que se revela que sabemos la calidad del producto y que si está mal o es inmoral bla bla bla. Que cada uno descubra lo que quiera o sea capaz, por dios, no demos pistas.
+ Pero, se van a dar cuenta de que es todo un escaparate y nos van a mat..
- ¡NO! Se nota que no tienes ni idea. A la gente se le da bien buscar genialidades donde no las hay. Quítalo todo. Y, por cierto, la temática no me gusta. Estoy tanteando cambiar el guion sobre actores en Hollywood y esas movidas.