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España España · Madrid
Voto de McTeague:
8
Drama. Romance Ray Smith es una joven extrovertida y liberal que rechaza continuamente el matrimonio. Sin embargo, cuando conoce al apuesto Walter se enamora al instante de él a pesar de que está comprometido con otra mujer. (FILMAFFINITY)
11 de julio de 2011
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al parecer (porque la mayoría de su obra sigue siendo inaccesible para muchos cinéfilos) John M. Stahl fue uno de los primeros grandes directores del melodrama sonoro de Hollywood, y durante mucho tiempo ha sido más conocido entre los cinéfilos de a pie porque Douglas Sirk rehizo un par de sus películas que por sus propios méritos (descontando, quizás, “Que el cielo la juzgue”). Afortunadamente este problema se está solventando, y recientemente ha sido editada “La usurpadora”, por lo visto su primera llamada de atención sobre lo mucho que tenía que ofrecer en el género.

Y verdaderamente, “La usurpadora” ofrece ya mucho: Stahl filma esta historia, sobre una mujer que se ve convertida, a su pesar, en “la otra”, la querida de un hombre casado, con una contención y sobriedad casi ascética. Y es que aunque el adjetivo “melodramático” suele usarse en sentido peyorativo, no tendría por qué ser así cuando el melodrama sirve, como en esta ocasión, para la reflexión reposada y genuinamente conmovedora sobre situaciones dramáticas, en lugar de buscar la manipulación emocional y las lágrimas como fines en sí mismos.

Así, con una dirección de actores que tiende mucho más al naturalismo que otros productos de la época (excelente, como casi siempre, la Dunne), con muy pocos primeros planos (salvo en el crescendo final), con un uso muy austero de la música, con una planificación que acentúa lo cotidiano y reposado sobre lo excesivo o trágico (incluso en situaciones que se prestarían al desmelene, como la escena en la que una mujer se quema su propio vestido), la historia va dejando un poso melancólico y va tejiendo un discurso más preocupado por las consecuencias de las elecciones vitales de los protagonistas, y por la descripción minuciosa de las ideas y sentimientos que causan esas decisiones, que por subrayar los momentos claves en que esas decisiones son tomadas, que es lo que haría un director más inclinado hacia ese sentido peyorativo que a veces tiene el término “melodramático”. Hay una escena mágica, con los protagonistas sentados en silencio en la mesa de un restaurante, que sirve solamente para reposar los sentimientos y darle el peso necesario a lo sucedido, en lugar de para hacer avanzar la trama de manera convencional.

Toda esa contención sirve para poner el acento en los aspectos más interesantes del drama: qué lleva a alguien a aceptar una vida como la de los protagonistas (y lógicamente aquí Stahl deja ver, aunque sin ponerlo en el centro como haría Sirk después, todo el contenido de crítica social que el melodrama tiene cuando se hace bien), y qué sentido último tiene una vida vivida así, en el “callejón de atrás” del título original, preguntas que hacen de los últimos minutos algo emocionante y trascendente. Siempre y cuando, claro, a uno le guste el melodrama cuando es sólido, riguroso y reflexivo. Los fans del melodrama más gritón igual se quedan fríos.
McTeague
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