Tras dos años sin que a nadie le apetezca escribir algo sobre este crepuscular western de Peckinpah, me gustaría añadir mi subjetiva y pasional visión del film y del perfil del cineasta. Sus temas primordiales en todas su películas son: la amistad y una violencia realista que otros denominan explícita. Pero lo que destaca del cineasta, en mi opinión, para este film es, cómo desmonta desde dentro el complejo sistema de valores del western y su intrínseco paisaje árido, terroso e inhóspito, la humanización de los personajes incluyendo el lado perverso de todos ellos, ninguno puede presumir de honestidad, su fotografía en tonos ocre, sus encuadres descriptivos y poéticos, y por supuesto la música folk que aportan las canciones de Bob Dylan que son de referencia absoluta.

Se trata de dos viejos amigos que han cambiado su lugar a ambos lados de la ley, pero que el destino les ha condenado a enfrentarse sin poder evitarlo, donde la ley es sólo un modo de seguir vivo. Garret está cambiando, piensa en su futuro, Billie en cambio no, Garret asiste estoico a que Billie pueda huir, pero el joven pistolero se niega al exilio mejicano. Peckinpah lo lleva todo al tono poético y fatalista de una rivalidad asumida. Los personajes juegan a las cartas porque el azar forma parte de sus vidas, es el caprichoso juego de la vida y la muerte siempre acechando.

Y siempre merodeando la tragedia, porque estos héroes no son inmaculados y perfectos, esa tragedia que trae con ella una catarsis que responde a la ley de la naturaleza. En definitiva, y para no alargarme (ya saben que si lo bueno es breve, dos veces bueno), se trata de un western melancólico de ribetes románticos, donde el personaje que interpreta Bob Dylan es como un juglar que asiste como mero espectador al drama. Como bien apunta la balada del film, para llamar a las puertas del cielo, hay que llegar a la muerte. Este sería su último western, su testamento dentro de un género que lideró en los años sesenta y que retomaría más tarde con un puñado de soberbios westerns, Clint Eastwood en su vuelta a América, tras su etapa europea.