Quien me iba a decir que la tierra habla. Habla, y narra. Malick lo sabe, ya me confesó el secreto en la denostada (injustamente, en mi opinión) El Nuevo Mundo. La Madre Tierra tiene mucho que contar. Aunque en esta ocasión, nos narre una historia de lo más sencilla, que sin embargo, llena.
Y no será por las interpretaciones (en verdad mediocres, resaltando negativamente en dicha mediocridad esa supuestamente bellísima, que a mí me parece del montón, Brooke Adams), ni por un guión intenso en su capacidad dramática -si bien hay que apreciar que sabe transmitir con puntería los datos necesarios para que todo nos resulte lo bastante sólido pese a su simplicidad-, sino por si minuciosa construcción audio-visual. Y es que esta es una obra en la que la imagen y el sonido lo son prácticamente todo.
Bajo el sol, entre el trigo, con el viento en la cara, y en compañía de una excepcional partitura del maestro Morricone; de la pantalla a la vista, al oído y la piel, interiorizamos el cuento rural de tres personajes unidos por la sangre y el amor que simplemente buscan estabilizar su situación y apartarse del estrecho abismo que los separa de una vida de miseria, un abismo que desgasta continuamente, y del que hay que alejarse. Aunque para ello, no siempre se acabe haciendo lo correcto, y se deban asumir las consecuencias de nuestros actos.

P.D: Si bien es calmada, en mi opinión no tiene por qué resultar aburrida, pues, al contrario que el Nuevo Mundo, ésta tiene una duración ajustada, y progresión narrativa es sutil, pero continua. Magistral prólogo.