Pensaba que podía ser el mejor trabajo de John Ford por la sencilla razón que la había visto unos cuantos años atrás, bastantes, y me había dejado un buen recuerdo. Sin embargo en esta ocasión me ha resultado demasiado floja, cosa que en mi fuero interno me temía. La película, aunque tiene tramos que no lo parece, es plenamente de John Ford con todos sus defectos y ninguna de sus virtudes, básicamente porque no las tiene. Ahora bien, se lleva el anticine porque si todo el principio hasta el robo, se me antoja inútil, ridículo y afectado, con esas risotadas, he llegado a leer que la penosa secuencia del jardín es una de las mejores de toda la historia del séptimo arte. ¡De la historia! Mención aparte merece la imagen de la mujer, otra vez unas bobas cuya única misión en la vida es enamorarse del primero que la vea.

Estoy seguro de que ese sol que cae en pleno de Arizona se ha traspasado al otro lado de la pantalla para sorber el seso y hacer delirar a algunos espectadores porque sino, otra explicación no hay. De todos modos este anticipo de “Tres hombres y un bebé” (1987) tiene algunos momentos centrales llevaderos pero se acaban echando a perder por los errores del guión o la puesta en escena, por ejemplo, menuda capacidad de deducción de William (John Wayne), pero sobre todo por un exceso de celo religioso que si fuera español dirían que es nacional-catolicismo rancio pero si es americano queda hasta profundo. El que sea cristiana, budista, pagana o atea no es cinematográficamente hablando ni bueno ni malo pero sí la forma en la que se puede desarrollar el discurso. Y aquí es tan forzado y tosco que produce rubor.