En esta película carcelaria, en la que no sólo llama la atención la famosísima escena de la apuesta de los huevos (suena mal, ya lo sé); nos encontramos con algo más; el ser uno mismo, le pese a quien le pese, y acatando las consecuencias que esta actitud pueda traer. Un estoicismo mayúsculo el que nos muestra el gran Paul Newman en una de sus mayores películas, a mi parecer.
Grande tambien George Kennedy, en un maravilloso trabajo, que le hizo merecedor de un oscar, y al que, con el paso del film, le cogemos tanta ternura y cariño como al propio Luke (Newman).
Un toque de atención al totalitarismo, y a la brutalidad del sistema; Se espera que el recluso se adapte y sea servil, bajo la amenaza del castigo físico creciente. Lo que ahora mismo, podríamos extrapolar a nuestra sociedad, en la que nos mimetizamos con lo políticamente correcto y a lo que los demás esperan de nosotros, bajo la amenaza de crítica o casi de exclusión social, y de esto hay ejemplos (friki, facha, rojo, etc...)
Luke sigue siendo él mismo, para bien y para mal; incluso en una genial parrafada con Dios, le aclara su conducta y por qué ha decidido conducirse así por la vida.
Una filosofía de vida, difícil de seguir, pero que merece la pena, al menos, para no perder la eterna sonrisa de Luke; tanto en la cara como en el alma.