Aún empezando por una trama que engancha y que se complica de forma elegante y alambicada, una vez vista deja un poso desagradable. Y no por el desenlace en sí de la historia, que es lo que pretende el guión, sino, en general, por una mala gestión del tiempo -la película, a pesar de estar llevada por el maestro absoluto del ritmo narrativo que es Fincher- se hace larguísima. Y es que, aún intrigado por el avance de la historia y el ritmo hipnótico del director, 149 minutazos son un reto a la paciencia de cualquiera.
Por otra parte, y sin entrar en spoilers de la propia trama, la película carece de clímax, de manera que nunca baja la tensión cargada por el, insisto, gigantesco metraje, y ofrece un final abrupto, además de comodón y vago (en los diversos sentidos de la palabra), que deja más cabos sueltos que Perdidos respecto a los visto (una falta de respeto al espectador) y no escribe un final para la historia: la cercena. La aparición de los títulos de crédito la recibes con una mezcla de incredulidad y alivio.
En fin, para gustos los colores, pero en mi opinión, lo peor que ha dado Fincher, y una película que lo deja de ser un telefilm de sobremesa de Antena 3 los fines de semana elaborada en plan máquina de Rube Goldberg pero con más pretensiones y peor cierre.