Digamos que el tema inicial ya se ha tratado con anterioridad, y sin ir más lejos, el clásico mudo EL ÚLTIMO, de Murnau, ya plantea el drama de las personas que en edad avanzada, las cuales precisamente son las que han dejado de observar su oficio como un mero medio para ganarse la vida, sino ya como una identidad, pues lo llevan ejerciendo décadas, son despedidas bruscamente y sustituidas por personal más joven, más atractivo y más barato. En el ejemplo que he puesto, nos situamos en la Alemania de la postguerra, y en UN HOMBRE QUE GRITA, en una república africana en plena guerra civil. Ambos casos, situaciones de gran crisis. No hay ni que decir que en cuanto las cosas se ponen feas para un país, los primeros en sufrir las consecuencias y ver recortados sus derechos son las clases bajas. Muy pronto por aquí, cualquier empresario tendrá libertad absoluta para poner de patitas en la calle al empleado que sea, en el instante que le plazca, sin derecho a ninguna clase de subvención, o subsidio, o leches sociales. Es el Progreso.

La película chadiana introduce el elemento desestabilizador del hijo, quien sufrirá los celos de su propio padre, un hombre casi anciano que se siente inútil en el otoño de su vida. Y estas desventuras han sido rodadas con sobriedad, sin efectismo alguno... pero no sé si tampoco originalidad. El ritmo es lento, hay muy poca acción, y no es que esto resulte necesariamente tedioso, es más, puede ser hasta coherente con la historia y su planteamiento. Pero...

Es una película interesante y correctamente realizada, aunque yo personalmente no la vería muchas veces, pues carece de hallazgos verdaderos.