¿Existe canción más melancólica que el 'Blue Velvet' de Bobby Vinton?
Una melodía que habla de tiempos pasados, de una sensación más que de un recuerdo, porque el recuerdo era demasiado significativo como para que nadie lo comprendiera.
La clase de canciones que evocan tiempos indudablemente mejores, cargados de promesas y descubrimientos.

En 'Terciopelo Azul' David Lynch, maestro de lo terrible y lo maravilloso, elige mezclar ambas sensaciones de una manera inaúdita.
Quizá apuntando a nuestros instintos más reprimidos, a las enseñanzas que nadie enseña, la historia que cuenta es la de un secreto que, precisamente por su naturaleza, acabó colapsando y siendo solo un rastro en la memoria de todos los implicados.
Pero, más allá de que fuera un secreto terrible, se acabó transformando en una imagen a la que volver cuando el más cotidiano presente nos impusiera su rutina.

Jeffrey, universitario a punto de salir a la vida, vuelve al pueblo donde se crió, solo para descubrir un padre con el que no puede hablar y una calla vacía de amistades. Como si todavía hubiera algo que hacer, como si no fuera capaz de volver al resto de su vida, decide quedarse retrasando su partida al mundo real.
Pero en Lumberton, en el mundo de su infancia, descubre algo irreal: una oreja en un campo. Un detalle del que todo el mundo huiría, pero que el toma como misterio a resolver. Con la complicidad de una chica que conoce, todavía sumida en el instituto que el abandonó, se decide a seguir el rastro de la oreja hasta la casa de Dorothy Vallens, una misteriosa cantante de un club.

Se puede ver, en el carácter excitado de Jeffrey contra la ingenuidad y resistencia de Sandy, un enfrentamiento de situación vital: el casi adulto que quiere volver a tener algún misterio casi infantil, y la adolescente que no quiere crecer todavía, no tan rápido. Infiltrarse en el apartamento de Dorothy solo es un comienzo pero a la vez una conclusión: desde el momento en que Jeffrey decide hacerlo, está buscando ese "algo más" que ha descubierto que no existe, mientras que Sandy cree que ya le llegará.
Pero encuentra ese "algo más": Dorothy Vallens no es solo una cantante de jazz, y su vida no es la de cualquier ama de casa cotidiana. Jeffrey descubre un secreto terrible, que debería destapar... sino fuera porque es placentero.

En los encuentros casi oníricos entre Dorothy y Jeffrey se puede ver el encuentro entre dos personas perdidas, que no saben como atajar una vida que no es la que se les prometió, y que solo en los brazos del otro encuentran un consuelo necesario.
"Te he buscado en mi armario" dice Dorothy, confirmando que ese apartamento cubierto de rosa no necesita formar parte de una realidad coherente, porque a veces hallamos en lo inexplicable un sentido.

La odisea de Jeffrey será de lo terriblemente maravilloso a lo maravillosamente terrible, como un sueño febril que contrasta con la aburrida vida que podría llevar al lado de la modosa Sandy. Una vida que ya pasó, y que él elige ignorar porque no se parece remotamente a lo que siente con Dorothy.
Sin embargo, se acaba despertando alguna vez, de los sueños y las promesas, para volver a esa realidad que nunca se podrá poner a su altura.

Pero nos queda el recuerdo. El recuerdo en Jeffrey, Dorothy y Sandy de que algo pasó, un recuerdo recubierto de duda, con el que sin embargo recordamos que todo, brevemente, cobró sentido.
Y el recuerdo se transforma en secreto, y el secreto en memoria imborrable. Afortunadamente, o desafortunadamente, o ambos a la vez.