Diálogos rápidos, ingeniosos, ácidos y frescos.
Fincher firma su último trabajo con un guión ya escrito. Sólo se le ve en la eficacia de su interés, en la lucidez de su fantasía humana. No hay lugar para hacerse notar con una idea tan comercializada de antemano. Pero el genio se saca de la chistera un punto de inflexión, un lugar en el tiempo alrededor del cual debe girar todo. Las imágenes a cámara lenta, la matización de los detalles en esa carrera y las decepciones de varios protagonistas crean el trampolín oportuno para que la acción comience a cobrar sentido. Es entonces cuando la audiencia aclama: qué maravilla! ahí está Fincher!
Y la película se alza como una historia que muchos sabían, como una farsa más de esta década de ficciones. Y también como una obra maestra que te hace reír y asombrarte con una dialéctica fulminante. Dos personajes se llevan el peso (Jesse Eisenberg y Andrew Garfield), y otro se lleva mi decepción (Justin Timberlake).
No se puede pedir más a una película pretendidamente realista y comercial. Pero sí sabemos que Fincher es capaz de todo.
Muy recomendable.