Si a un goloso le ponemos un caramelo de atractivos colores delante, ya sabemos qué va a suceder. De la misma manera, ante la posibilidad de ver a Clint Eastwood en una película ochentera, me ha faltado tiempo para acomodarme en el sofá y empezar a devorar pipas, ¿qué digo?, ha empezado la película y me comía las uñas... Y no me ha decepcionado sabiendo que en la década de los 80 hubo de todo, habiendo dejado atrás a Harry Callahan y los westerns en estos años lo que tocaba era reinventarse.

Buscar otros matices en el carácter del detective que protagoniza en este thriller psicológico fue la opción de "En la cuerda floja" para Eastwood. Y no nos engañemos, la película es justita, está lejos de ser una obra maestra y ni siquiera es para verla dos veces. Sin embargo el matiz extraño de ver a un detective que no es infalible y que empieza a dudar de él mismo sí es destacable, lo mismo que la rara oscuridad de Nueva Orleans y la evidente obsesión sexual del personaje de Clint. Son cosas que hay que tener en cuenta. Es una película pequeña, con una estructura que lleva al espectador ya desbocado entre asesinato y asesinato a un final en el que deseamos ver el final.... Aunque sea todo ciertamente previsible.

El que adore a Clint Eastwood sabe que es muy difícil frenarse ante la posibilidad de ver una película que no se ha visto aún, ya sea "Bronco Billy", "La gran pelea".... o este "En la cuerda floja". Luego, descubrir si es perder el tiempo o no ya casi da igual.