Instinto básico es posiblemente la película más provocadora y con mayor carga sexual explícita del cine moderno, además de ser un apasionante thriller con un guion magistral.

Paul Verhoeven dirige uno de sus mayores pelotazos en el cine y a mí, personalmente, me pasa lo mismo que con El hombre sin sombra y Desafío total: me da la sensación de que el director lastra el resultado. No digo yo que Verhoeven sea un chapuzas, pero Instinto básico cuenta, y con esto sé que muchos pensarán que exagero, con uno de los mejores guiones de la historia del cine (de hecho las productoras de dieron de hostias para hacerse con él) y el cineasta hace que todo eso quede en una historia que, como la novela de Catherine Tramell, practicamente se cuenta ella sola. El error en la dirección es no saber jugar con una ambigüedad que es el punto fuerte de la película y que, bien llevada, podría habernos dejado un desenlace a la altura del que vemos en Sospechosos habituales ya que el guion tiene mimbres para llegar a ese punto. Cierto es que, pese a que uno no sea policía ni psicólogo, se ven facilmente agujeros en la trama que podrían desmontarlo todo con suma facilidad, pero ahí es donde Verhoeven no trabaja bien porque no solo no sabe esconderlos sino que hace de ellos una evidencia mayúscula. ¿Hace algo bien este hombre? Pues sí, lo hace. Las escenas de sexo están rodadas con impresionante habilidad y su dirección de actores es soberbia (aunque Douglas no necesita de eso) llegando a un resultado interpretativo casi perfecto.

Yo no sé si lo de los Douglas es una cuestión genética o qué coño pasa, pero el caso es que padre e hijo son dos de los actores más relevantes de sus respectivas generaciones. De Michael Douglas se cuenta que tras las escenas más calientes se metía en su camerino a "aliviar tensiones" (su adicción al sexo es de sobra conocida) y que no importaba cuántas veces se tuviese que repetir una toma, porque repetía esa misma rutina una y otra vez. En cuanto a su papel en la película, digamos que excelente se queda corto como adjetivo. Sharon Stone saltó directamente a un estrellato que ya guardaba un lugar para ella desde Desafío total y lo hizo gracias a un papel que rechazaron Meg Ryan, Kim Basinger o Julia Roberts entre otras. A mi entender, ninguna de ellas podría haber sido la perfecta Catherine Tramell que es Sharon Stone. De los secundario, destacable es la aportación de Jeanne Tripplehorn (ella sí lleva bien la ambigüedad) y de Georde Dzundza que se convierte en la voz de la razón, aunque también carga con el peso de ser quien dice frases innecesarias que el director cree imprescindibles.