En Aldealseñor, un pueblo de los páramos altos de Soria, quedan hoy 14 habitantes. Son la última generación, después de mil años de historia ininterrumpida. Hoy, la vida continúa. Dentro de poco, se extinguirá sin estrépito y sin más testigos. Los vecinos de Aldealseñor y el trabajo del pintor Pello Azketa comparten algo en común: las cosas han comenzado a desaparecer delante de ellos. La narradora vuelve a su origen y asiste a ese final al tiempo que intenta recuperar una imagen primera del mundo, de la infancia.
"Esto es muy antiguo, antiguo, sí lo más antiguo del mundo, sí, de cuando antiguamente, antes del diluvio. Sabrá Dios los millones y millones de años que hace que esto está aquí,”, Palabras de una abuela de Aldeaseñor. El cielo gira (2004) es una premiadísima película documental, prueba de la madurez del género en España. Mercedes Álvarez -la última persona que nació allí- regresa a su aldea natal, en Soria, donde conversa con sus últimos catorce habitantes. La idea realmente no es tan brillante como su realización, prueba del buen gusto y sentido de la medida.
¿Se llega a tocar fondo en una civilizacion o cultura? La despoblación, un tema tan poco candente y sin embargo, tan naturalmente inevitable, planteado de manera impresionante y escondida que no somos conscientes de estar ahí... pero otros vendran después. El cielo gira es un canto del cisne, una oda a ese momento de la vida humana que precede a su desaparición. Un momento en el que el tiempo parece estancarse para dejar constancia de la ruina y la decadencia.
Con un lenguaje tan ricamente cinematográfico -no todo va a ser periodismo puro, documentos sensacionalistas, Michael Moore, lenguaje televisivo y/o videoclipero-, la directora no trata de plasmar una verdad objetiva, sino de buscar las pequeñas cosas, desde un respeto absoluto a la personalidad y la palabra de las personas que filma. Un pequeño toque de poesía alejado de nuevas tendencias. Nada de rancio constumbrismo. Mercedes Álvarez nos demuestra la infinidad de cosas que pueden decirse, con altura estética, y la gran profundidad que el talento puede otorgarles.
El cielo gira nos muestra un pueblo, unos habitantes, las historias vividas por otros no conocidos, las que se viven, arte en pura esencia con la calma de un soporte más concienciado que el cine de películas. El principio, un cuadro en que dos niños encaran el misterio del agua; el fin, un plano general donde lentamente las figuras de dos ancianos se funden con el horizonte. Es maravilloso como en hora y media de imágenes se puede contar una parábola sobre el paso del hombre sobre la tierra y que, a lo mejor, dentro de doscientos años, pueda desaparecer, sin más historia, sin más huella. Sólo un montón de piedras.