No sé cuántas veces habré visto este corto. Puede que unas 10 (hoy volví a caer). Una cosa tengo clara, y es que sin ser muy aficionado a esta modalidad artística que, creía, se limitaba a ser una muestra de síntesis narrativa y experimentación visual, More me cautivó; qué digo, se metió dentro de mí y me destrozó completamente, tal fue la personificación en una pequeña historia de 6 minutos de mi propia persona y sus temores. Y es que no puedo evitarlo, hay ciertos temas que me fascinan, la felicidad y cómo alcanzarla entre ellos -supongo que ahí compartimos batalla todos, en mayor o menor medida. Pues bien, me resulta absolutamente inconcebible idear una manera mejor y más sugestiva de abordar el reto que se le tuvo que plantear al director al gestar el germen de esta maravilla: a través de la plastilina y del acompañamiento musical más hipnótico y hermoso que jamás escuché nunca. Sin intermediarios, nada de voces subrayando lo que de por sí evidencian las imágenes, nada de minutos de relleno o fuegos de artificio. El alma desnuda y nada más; el ofrecimiento sincero y la expresión humana más alta imaginable; la conjunción de espíritus dispares y distantes por obra y gracia del arte, su entendimiento mutuo y el compartir de sus espantos (no estamos solos en nuestro mar de incertidumbres). Como dice Caith, es imposible hacer más con menos.

¿Qué es, pues, More? La evidencia sintética de cómo la persecución constante de pequeños sueños, al margen de la ofuscación y el desengaño, puede, sólo puede, llevar a cierto estado de paz espiritual y armonía existencial entre lo que se es, lo que se aspira a ser y lo que en realidad, aunque las trabas tengan más de absurdo psicológico que de verdad, seremos. Y ahí es donde entra precisamente a funcionar el mecanismo autodestructivo que tantas veces nos pierde entre dudas y preguntas que quedan en el aire, huérfanas de respuestas y de manifestación palpable más allá del vaciado de uno mismo... para nada.

Que no le extrañe a nadie que Mark Osborne tardara 10 años en volver a dirigir. Aquí se dejó una parte importante de sí mismo que sólo a él corresponde sopesar. Al menos en su caso podemos decir, sin temor a equivocarnos, que mereció la pena. Que More es, por méritos propios, un baluarte de valor incalculable y un espejo en que mirarse y sentirse reflejados cada vez que la tristeza nos sacuda... No estamos solos en nuestro mar de incertidumbres, decía.

Aunque la vida apriete y la memoria olvide, la dulce melodía de los New Order resonará constantemente en mi cabeza, como advertencia y recordatorio de que el corazón late.