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Voto de Vivoleyendo:
7
Drama Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
4 de julio de 2010
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El húngaro Béla Tarr parece moverse en una dimensión en la que el tiempo transcurre mucho más despacio, y en la que la tristeza se aspira con la humedad y la bruma. Todo rezuma niebla, la vida se ralentiza, las esquinas del alma están carcomidas, al igual que las de los muros negruzcos, que el aire pesado, cargado de atonía, decepción y culpa, y al igual que esas noches fantasmales y esos días grisáceos.
Autómatas rodeados de nada se mueven al ritmo pausado de quien ventea la inutilidad de una vida gastada, agotada, fatigada de sí misma, reiterativa y monótona, subrayada por esos sonidos ambientales repetitivos y la música que insiste sin descanso en los mismos fragmentos. El vigilante nocturno del puerto otea a través de los cristales empañados de su torre, solo, tan solo como vino al mundo y como se marchará, otea por la inercia de sondear con indiferencia una noche más llena de nada, de bruma y de autómatas que se mueven siempre del mismo modo.
Pero esta noche un pequeño descarrilamiento de la nada produce un hecho fuera de lo normal. Dos hombres pelean por una maleta, uno cae al agua y el otro se escabulle. Picado de curiosidad, Maloin, el vigilante, baja al muelle y rescata la maleta de las aguas. Está repleta de libras esterlinas.
A él, al don nadie vulgar, le ha caído un regalo (o más bien un lastre, Maloin sabe que nada se da gratis) del cielo o de donde los hados se ríen de la suerte de esos autómatas que respiran ahí abajo.
Desconfiadamente, como si las repentinas riquezas le quemaran en los dedos y él aguardara el instante en que el regalo dejará de serlo para reclamarle, piensa en primer lugar en su hija Henriette. Padre distante y poco comunicativo (en el universo Tarr los autómatas se relacionan con la mínima expresión), su forma de expresar su amor por su dócil y buena Henriette consiste en sacarla del mediocre trabajo en el que está empleada, llevarla de paseo y comprarle una estola de piel. Puede que su interior esté tan carcomido como lo demás en esta ciudad de nieblas, pero no consentirá que su hija siga fregando suelos mientras todo el que pase pueda verle el culo que apenas cubre su escueta falda. Su mujer (una demacrada y amargada Tilda Swinton) pondrá el grito en el cielo ante tales derroches, pero Maloin, pétreo e instalado tras la gruesa pared que ha separado a los cónyuges durante sus veinticinco años de convivencia, ignora sus quejas. Ella tragará quina una vez más, como ha venido haciendo desde que puede recordar, y alguna nueva arruga de disgusto se añadirá a la colección que ya ostenta en su fruncida frente y en el contorno de sus apagados ojos.
El crimen deja su rastro, y pronto un inspector inglés indaga por la zona acerca del dinero sustraído y de los autores del robo, los dos ingleses a los que Maloin vio pelear la otra noche.
El vigilante es consciente de que tarde o temprano purgará su castigo por haberse quedado con la maleta…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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