Los actores hacen mucho en este caso. Indudablemente, Neil Simon hizo un guión brillante, tampoco estuvo nada mal la dirección y el aprovechamiento de reducidos espacios a cargo de Gene Saks, quien aún hoy logra que muchos espectadores piensen que esta mítica nueva asociación de Lemmon y Matthau parezca realizada tras la cámara de B. Wilder.

Dos divorciados. Un gigantesco apartamento. Aparentemente, todo en su sitio para una convivencia feliz entre dos amigos. No será así, ya que Óscar (Matthau) y Félix (Lemmon) tienen personalidades demasiado contrapuestas para estar encerrados en las mismas cuatro paredes. ¿O acaso a todos no nos ocurriría lo mismo? Cada uno es hijo de su madre y, no en vano, muchas amistades y relaciones sentimentales que van viento en popa se tuercen en vacaciones que obligan verse las 24 horas del día.

Con un elenco de secundarios muy bueno, toda el film está destinado al lucimiento de dos actores en un estado de forma increíble, con una química en pantalla casi imposible de conseguir. El cinismo socarrón de Matthau y la ingenuidad obsesivo-compulsiva del personaje de Lemmon, convertido casi sin pretenderlo en la nueva "Blanche" de Óscar, lleva a situaciones delirantes.

Con un metraje medido al dedillo y la dosis exacta de drama y seriedad para evitar caer en el sainete, han existido remakes, nuevas versiones y hasta series buscando volver a encontrar ese punto de ebullición de extraños acompañantes de casa o apartamento.

Sigue siendo tarea imposible. No hay otro Lemmón. Tampoco un Matthau. Pareja de reyes.