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España España · Córdoba
Voto de El Libanés:
8
Drama Fiel adaptación para el cine de la obra homónima de Shakespeare. Terminada la guerra civil entre César y Pompeyo (49-46 a. C.), César se convierte en dictador vitalicio y concentra en su persona todos los poderes, lo cual implica, de hecho, la desaparición de la República. En el año 44 a. C., Casio y Bruto, dos nobles romanos defensores a ultranza de las libertades republicanas, encabezan una conjura contra el dictador, que es asesinado ... [+]
17 de diciembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cayo Julio César había dejado los suficientes motivos para ser recordado cuando fue asesinado durante los idus de marzo del 44 a.C. No obstante, sus asesinos también lograron la inmortalidad al perpetrar el magnicidio, algunos hablaban del final de un tirano ambicioso y sediento de gloria, otros se cuestionaban el atentando de más de una veintena de puñales frente a un hombre desarmado que había ordenado restituir las estatuas de Pompeyo, su enemigo en la guerra civil.

Entonces llegó William Shakespeare y se aseguró para las letras la inmortalidad de Marco Junio Bruto, prominente hombre de estado, nieto de Marco Porcio Catón e hijo de Servilia, quien fuera durante muchos años la amante más recurrente del conquistador de las Galias. James Mason se encarga de ponerse la toga de este senador de buenas intenciones que se ve arrastrado por su círculo familiar a atentar contra un superior, un amigo, un hombre que le había perdonado... un padre.

Mason cuaja a la perfección como el idealista estoico atormentado por su propia mujer y debatido entre lo que es justo y lo que no. Shakespeare edulcura la Historia y el Bruto real tuvo más aristas, pero Mankiewicz y su gran talento, estaban allí para recrear la pieza teatral, no hacer un análisis de aquel tiempo donde se empezaba a intuir el Imperio Romano.

Por el otro lado, en el bando cesariano, empiezan a asomar hombres jóvenes, brillantes y ambiciosos, dispuestos a utilizar a las masas y sediendos de poder. Aunque se intuye que un sobrino-nieto de César llamado Octavio tiene la cabeza muy bien amueblada, quien al principio llevará las riendas es Marco Antonio, interpretado por un Marlon Brando que se come la cámara desde la primera vez que se planta ante la tribuna de los oradores.

La película, a pesar de su encantador blanco y negro, tiene sus carencias y en la resolución pierde un poco el fuelle, aunque Mason, Brando (especialmente éste, majestuoso), Calhern y cía, justifican la espera y la resolución de las dos batallas de Filipos.

Aunque a veces no lo recordamos todo lo que debemos los cinéfilos, no podemos dudar ni avergonzarnos afirmar en que fue un hombre... que sabía mucho de cine y de la naturaleza humana, igual que cierto amigo suyo llamado William.
El Libanés
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