No puede ser "Sin perdón" el primer western que uno vea, como tampoco puede ser "El Quijote" el primer libro que leas. Sería como acudir al baile de fin de curso con una experimentada divorciada/o, un grave desequilibrio de experiencia. Estamos ante la culminación de algo que empieza con Ford y acaba de otra manera con un tipo apellidado Leone.

Clint Eastwood había madurado totalmente su estilo a la altura de 1992. Estamos ante una cinta del Oeste redonda, increíblemente oscura y crepuscular, extremadamente realista y con una dosis de violencia que es, misteriosamente, necesaria. El reparto es a prueba de bomba, junto con el propio Clint, un gran Genne Hackman, el siempre eficaz y solvente Morgan Freeman y alguna otra luminaria como Richard Harris.

Debemos estar preparados para duelos pistoleros a tiempo real, donde nadie hace filigranas de Lucky Luke, con una absoluta falta de gloria y leyenda en forajidos y funcionarios de la ley y el orden. Un duro contraste entre los folletines y las novelas que se divulgaban, frente a la dura realidad, mientras empieza a verse el humo del ferrocarril.

Eastwood se interroga asimismo, no cuesta nada identificar al personaje que nos muestra aquí con alguno de esos personajes de gatillo fácil que interpretaba en los desiertos almerienses. Aquí, simplemente, la muerte tenía ya una edad y no pensaba en un principio jugarse el cuello por un puñado de dólares, con ningún bueno, la prostituta desfigurada y el sheriff malvado. Pero el destino tiene otros planes y las cartas están marcadas, en la senda de la venganza de unas mujeres abandonadas por todos.

Magistral en su ejecución y perfectamente dirigida y medida.