Rebecca (Isla Fisher) escribe en una revista sobre jardinería, pero lo que de verdad desea es hacerlo en una sobre moda, puesto que su gran es comprar, sobre todo ropa de importantes firmas. Su compañera de piso (Krysten Ritter) cree que tiene un problema, y es que Rebecca compra más de lo que puede permitirse, hasta el punto de acumular una considerable deuda, la cual se convertirá en un problema mayor al perder su empleo. Tras un infructuoso intento de cubrir un puesto en su revista de moda favorita termina accediendo a otro en el que debe escribir sobre… economía. Ambas revistas forman parte de la misma editorial, es por ello que Rebecca acabará aceptándolo al ver en ello una oportunidad de poder medrar hasta lograr su trabajo soñado. Lo que desconoce es que su nuevo rumbo profesional también puede ofrecerle cambios personales.

Confesiones de una compradora compulsiva supone una desafortunada mezcolanza de El diablo viste de Prada (The Devil Wears Prada) con las desventuras de Bridget Jones, eso sí, resulta una fusión poco conseguida. Son varias las cosas que fallan, entre ellas una dirección fría y unos personajes poco definidos y aburridos, culpa de un guión muy poco aprovechado, ello se nota por ejemplo en el descafeinado triángulo amoroso que se forma entre la protagonista, su jefe y la estirada Alicia (Leslie Bibb), el cual apenas resulta un esbozado que podría haber dado mucho más juego.

Estas películas suelen encontrar en sus personajes secundarios su mayor cúmulo de comicidad, sin embargo aquí esos personajes están tan desaprovechados como sus intérpretes (léase John Goodman, Joan Cusack o Kristin Scott Thomas). Afortunadamente Isla Fisher se desenvuelve con soltura demostrando su buena vis cómica y que no es necesario ser una actriz de renombre para llevar el peso de la película. Resulta irónico que el estreno de la película haya coincidido en plena crisis económica mundial, bueno, irónico e inapropiado por muy dulcificado que sea su contenido.