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Escándalo americano

Drama. Comedia. Intriga Estado de Nueva York, años setenta. Irving Rosenfeld (Christian Bale), un brillante estafador, y su inteligente y seductora compañera Sydney Prosser (Amy Adams) se ven obligados a trabajar para un tempestuoso agente del FBI, Richie DiMaso (Bradley Cooper), que sin querer los arrastra al peligroso mundo de la política y la mafia de Nueva Jersey. (FILMAFFINITY)
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Críticas 284
Críticas ordenadas por utilidad
10 de febrero de 2014
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo huele bien en American Hustle de principio a fin. Desde su gran reparto hasta la minuciosa elección de los temas que se escuchan o el magnífico vestuario capaz de hacer más que creíble (y a su vez caricaturizar) a unos personajes totalmente enfundados en su rol setentero. Quizás el chascarrillo que menos convence es el de encontrarnos, al igual que en El lobo de Wall Street (2013), ante unos personajes que se dedican a algo por igual: son estafadores. Pero ya está. Paren de contar, porque a partir de aquí, los caminos se desvían y el film de Scorsese nada tiene que ver con el protagonizado por Bale, Adams, Cooper, Lawrence y cía.

Cuenta la historia de Irving Rosenfeld (Christian Bale), un brillante estafador que junto a su socia/amante Sydney Prosser (Amy Adams) se verá obligado a trabajar para el agente del FBI Richie DiMaso, estando a las ordenes de éste, el cual utilizará a ambos para poder atrapar a diversos cargos políticos como Carmine Polito, y sacarle sus trapos sucios y así poder acceder a una red más extensa de criminales con el fin de encarcelar a los máximos posibles.

Otorgando su correcta dosificación a cada protagonista, American Hustle consigue que su reparto te acabe gustando porque cada personaje tiene algo que lo hace especial. Empezando por Christian Bale (El caballero oscuro, 2008), el cual logra impresionarme de tal modo que sus kilos de más pasan a ser secundarios para mí. La visión que se nos ofrece del personaje que interpreta (Irving), es la de un hombre que se ha hecho a sí mismo, que conoce sus negocios y que es muy prudente a la hora de hacer cada estafa. Su micro mundo de estafas a ciudadanos corrientes cambia de sopetón con la interferencia de DiMaso (Bradley Cooper) en escena, adentrándolos en unas situaciones provocadas por la propia ambición del agente del FBI, las cuales no hacen más que aumentar la probabilidad de poner aún más en peligro su vida al tener que estafar a gente de mayor nivel, algo que conlleva un riesgo mayor. Destacar que esto hace que al final acabemos simpatizando con Irving, con el que pese a no olvidarnos de que es un estafador, acaba siendo el que mejor corazón tiene.

Para hacerse una idea de cómo es el personaje que interpreta Cooper (Resacón 2, ¡Ahora en Tailandia!, 2011) creo que la palabra gualtrapa es la más idónea para definirlo, es decir, un tío mal vestido y con escasa picardía para hacer las cosas. La otra pieza angular es Sydney Prosser (Adams), la cual sabe jugar muy bien sus cartas, no dejando claras sus intenciones hasta el final. Es un personaje que me acabó sorprendiendo porque acaba demostrando que tiene más moralidad que Rosalyn (Lawrence). Por último, nos encontramos con el Alcalde Carmine Polito (Renner), un hombre de doble cara. Por un lado es el político ejemplar que siempre estará ahí apoyando al ciudadano mostrándose cercano, mientras que la otra cara nos muestra a un hombre que acepta dinero, siempre todo sea dicho, para un bien mayor para el ciudadano, lo cual no quita que tenga de igual modo las manos manchadas. No obstante, lo más complejo de este personaje es su innata inconsciencia de admitir que ha obrado mal.

Una minuciosa y acertada BSO setentera junto a alguna que otra escena de bailes (con algún que otro homenaje descarado a “Fiebre del sábado noche”), hacen que el film adquiere el toque definitivo y convierta en suyos algunos temas como “I Feel Love” de Donna Summer, “Live And Let Die” de Wings o la gran “Delilah” de Tom Jones. Como digo, los temas que se escuchan son muy significativos y representan una época que O’Rusell a sabido plasmar musicalmente.

La excentricidad inteligente de la gran mayoría de sus escenas, junto con su música y diálogos, convierten el film de David O’Rusell en una gran película en la que no falta de nada. Es más, consigue su propósito que es el de conseguir también “estafar” al propio espectador hasta el final, metiéndolo en ese bucle sin salida que parecen únicamente ver Irving y nosotros, como si compartiésemos esa agonía juntos, sabiendo tanto uno como otro que cuanto más se avance más difícil va a ser escapar. Y como digo, lo peor de todo es esa compenetración (espectador-personaje) de saberlo y no poder evitarlo.

American Hustle cumple notablemente al conseguir transportarnos a una época tan especial como son los años 70, en los que la música experimentó un auge espectacular (el director ha querido remarcarlo bien), una moda que también se instauró junto con un sistema podrido en el que se ven claramente remarcadas las deficiencias de un FBI falto de recursos en el que ha querido destacar que tanto en una esfera como en otra (la criminal), las ambiciones por ser “un alguien” son iguales. El sueño americano.
SCuenca
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2 de marzo de 2014
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que la valoración de una película debería ser ajena a cualquier tipo de agente externo. Las películas son lo que son independientemente de su éxito o fracaso en taquilla, o de su colección de premios, nominaciones, o ausencia de ellos. Incluso de si esos premios son Palmas, Osos o Leones (generalmente bien vistos) o de si son Oscars (no tan bien vistos). Y digo esto porque últimamente no tengo claro si el odio visceral que despierta David O. Russell, y sus últimas películas, sería igual de intenso si estas se hubieran estrenado en la temporada de verano, ajenas a todo el revuelo que los Oscar han levantado a su alrededor. Con The Fighter la cosa fue bastante moderada, pero los ataques a sus dos últimas películas han sido tan exagerados como la colección de nominaciones a todos los premios habidos y por haber que han cosechado. Estoy seguro que yo he pecado de lo mismo en muchas otras ocasiones, con muchas otras películas (sobre todo con alguna Palma excesiva), así que tratare de valorar La gran estafa americana atendiendo únicamente a las numerosas virtudes y bastantes defectos que hacen de ella una película tan resultona como irregular.
La gran estafa americana esta libremente inspirada en un hecho real ocurrido en los Estados Unidos durante la década de los 70, la llamada operación Abscam. En ella una pareja de estafadores se ve obligada a colaborar con un agente del FBI en un complejo montaje, con el fin de capturar a toda una red de chorizos y delincuentes formada por políticos y mafiosos. Si no he sido muy preciso a la hora de explicar la trama principal de la película es porque realmente el guion de La gran estafa americana es bastante chapucero a este respecto. En ningún momento tuve claro de que iba la operación Abscam, así que llegados a un punto, el desinterés por lo que me estaban contando empezó a ser cada vez mayor. Me atrevería a decir que, incluso, a sus guionistas, uno de ellos el director David O. Russell, tampoco les interesa especialmente el asunto sobre el que gira toda la película. Desgraciadamente es imposible mantener el listón elevado cuando no te interesa, o no sabes, explicar aquello que quieres contar.
Afortunadamente la trama de La gran estafa americana está salpicada de personajes, secuencias e interpretaciones, que junto a la brillante recreación de la época, consiguen que la película brille como si de un espejo roto se tratase. Cada fragmento por separado mantiene la luminosidad que se le supone, aunque todos los fragmentos juntos solo son capaces de reflejar un conjunto agrietado y confuso.
Los protagonistas principales de la historia son cinco. Irving Rosenfeld, un estafador gordo y calvo pero que desprende un magnetismo que atrae a mujeres más que atractivas, su socia Sidney Prosser una mujer inteligente y atractiva, nacida para vestirse en los años 70, el agente Richie DiMaso un policía impetuoso lastrado por su inseguridad, la arrebatada mujer del primero, una olla a presión que no se sabe cuando puede estallar, y un político honesto metido en un lío que le sobrepasa. Estos personajes y sus relaciones personales resultan bastante más atractivos que la gran estafa que da título a la película. Si además tenemos en cuenta que están interpretados de forma deliciosa y arrolladora, muy especialmente las chicas, por Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jeniffer Lawrence y Jeremy Renner, conseguimos secuencias, momentos, en los que su trabajo provoca gozosos latigazos que nos rescatan del muermo que nos asalta. Esto combinado a la brillantina que rodea estas secuencias, llámese música, peinados o vestidos, nos proporciona momentos tan disfrutables como la escena de la discoteca con Amy y Bradley, o cada una de las intervenciones de Jennifer Lawrence, karaoke incluido, o el explosivo cara a cara entre las dos mujeres, que junto al divertido juego que hay entre el policía y su jefe (Louis CK), componen una serie de momentos que elevan, aunque sea de forma ficticia, el nivel de una historia que ni engancha ni convence.
Mi intención inicial era ponerle un 7 a la película pero creo que este comentario me ha quedado de 6.5 justito.
ernesto
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30 de enero de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se puede negar que David O. Russell se encuentra en el momento más dulce de su carrera, al menos en cuanto a lo que reconocimiento académico y crítico y bombo mediático se refiere. El otrora director de culto, hijo predilecto de Sundance, se ha convertido en una de las nuevas "vacas sagradas" de Hollywood. En este escenario, el debate sobre su estilo y sobre su condición de "autor" se vuelve árido al presenciar semejante giro en su forma de hacer cine que se percibe ya en las primeras secuencias de La Gran Estafa Americana (otra traducción para el saco de las inoportunas, y constante, externa, de la filmografía de cineasta). Un desvío que enseguida evocará a un clásico moderno indispensable, un veterano en plena forma como Martin Scorsese.

Esto se percibe en un nivel más inmediato en la propia naturaleza argumental de la película, la corrupción y el crimen en las altas esferas institucionales y económicas, con trepismo y traición para dar y tomar. Ya una vez entrados en la narración, componentes estilísticos y estéticos dan cuenta de una clara influencia scorsesiana a la hora de tratar un material que podría haber venido como anillo al dedo al veterano realizador: aceleraciones argumentales, realce de determinadas escenas con miradas y silencios remarcados, glamour en el retrato exterior de los criminales,… así como la selección musical, muy en la línea de Marty, y lo mejor de la contextualización de la época junto a un excelente trabajo de vestuario y peluquería, que nos llevan de vuelta a los setenta.

Por otro lado, O. Russell mantiene su propia marca personal, especialmente en lo que mejor se le da sin ninguna duda: la dirección de actores, cuya integración en el conjunto se traduce en la notable autonomía de los personajes y sus respectivas líneas dramáticas, individuales o cruzadas, sobre la trama principal, pues, a diferencia de El lado bueno de las cosas, donde los personajes son la trama, aquí es la fuera del cauce argumental central donde unos ricos e interesantes personajes encuentran sus mejores momentos. Lo que también quiere decir que la historia troncal pierde fuerza y fuelle inevitablemente, así el intenso y calculado desenlace (talón de Aquiles de El Lado Bueno de las Cosas) no sabe a tanto como debería en un relato de este tipo; y que finalmente, por tanto, existan insalvables distancias con el cine scorsesiano.

Dada esta dualidad, no necesariamente negativa pero tampoco positiva per se, es en el desarrollo de los personajes y sus relaciones internas donde se sitúa el verdadero fuerte de la película. Un baile de personajes, sin embargo, al que el veredicto final de la temporada de premios puede inducir a una lectura incorrecta… y por tanto injusta. Debemos diferenciar lo que son momentos de especial lucimiento, aprovechados de manera sobresaliente, de lo que es una construcción de personaje sensacional, si bien esta permanece en segundo plano sensorial ante el poder de la secuencia. De entre sus cuatro actores principales, Christian Bale será posiblemente quienes menos focos atraiga, cuando es claramente el que mejor construye el personaje por sí solo, no tanto por dicotomía y química con los otros. Quedarán más grabados para la posteridad los arranques de genio de Bradley Cooper o Jennifer Lawrence (de ídolo juvenil a ''novia de América'' en cero coma), la femme fatale renovada que encarna Amy Adams (la que mejor solventa el doble juego que requieren personaje de esta naturaleza), la magnética tensión sexual entre Adams y Cooper o las épicas miradas de arpía entre Lawrence y Adams.

En cambio Bale, con menos espacio para el lucimiento puntual, edifica con maestría un cretino acomplejado y enfermizo, al que sólo el fraude y el engaño lo han podido sacar de una vida condenada al recinto de los perdedores, desde una primerísima escena en la cual los esfuerzos por disimular su avanzada calvicie constituyen la metáfora perfecta del personaje que nos vamos a encontrar. Sus fantasmas interiores, nunca explícitos, marcan claramente varias de las claves que definen el marco relacional de los personajes: son los que lo hacen permanecer en un matrimonio tóxico y destructivo y no defender a capa y espada, hasta que no queda más remedio, su relación con la mujer que realmente lo llena erótica y pasionalmente. Ya a otro nivel, merece mención un Jeremy Renner en su salsa como político italoamericano corrupto, o el cómico Louis C.K. reconvertido en la némesis interna de Bradley Cooper; amén de un envidiable elenco de cameos salidos, por no variar, de la escuela scorsesiana (Shea Whigham, el mismísimo Robert de Niro o un Jack Huston al que cuesta reconocer con la cara entera).

David O. Russell progresa como director, en plena exploración estilística (encontramos hasta un "plano Tarantino", desde un maletero), pero se atasca un tanto como guionista. Su gran momento le hará recibir decenas de encargos, a la vez que lo tendrá cada vez más fácil para sacar sus proyectos adelante. Ahora habrá que ver qué tipo de cineasta quiere seguir siendo.
Skorpio
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31 de enero de 2014
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No encuentro justificación alguna para el extenso metraje, no aporta nada. La trama es interesantísma, con complicaciones crecientes resueltas en un brillante final. Los personajes están bien perfilados y las interpretaciones son buenas. Ni siquiera a De Niro le da tiempo de sobreactuar. Jeremy Renner aparece en un papel que no es de acción.
Recomendable.
La música de Danny Elfman no suena a Dany Elfman
PRP
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31 de enero de 2014
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La gran estafa americana es la gran película americana del año. Mentira, pero si es una buena película. Pienso que Russell es un director sobrevalorado, ahí está El lado bueno de las cosas. La gran estafa americana habla de fraudes y engaños, de corrupción y mezquindades, y en raras ocasiones del amor. Los actores están más que convincentes, a los que les sienta muy bien esa estética hortera de los 70, el peso se reparte entre ellos. Es más, sin ellos no habría película: un perfecto Christian Bale, patético estafador, aunque los kilos y el disfraz le roban parte de su atractivo; un correoso Bradley Cooper, riéndose de sí mismo, y dos maravillosas actrices, Jennifer Lawrence y Amy Adams, que campan a sus anchas con sus escotazos de infarto.

La trama se hace bastante amena, llevadera, a pesar de los altibajos de su narrativa. La gran estafa americana es una historia nada novedosa, con unos ardorosos diálogos y un humor muy divertido, que peca de resultona, vacua y adolecente.

En la película de Russell veo una clara apología al conformismo, no solo en su historia y en sus personajes, sino en todo el trabajo en conjunto. Porque Russell se conforma con estar nuevamente nominado al Oscar, y si se lleva alguna estatuilla, mejor que mejor.
Angel Lopez
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