Shtisel (Serie de TV)

Enhorabuena. Shtisel lo ha conseguido. Esta valiosa serie se suma al elenco de productos cinematográficos que son una prueba de que no hace falta seguir los muy manidos estándares ideológicos de la época para que haya aceptación en el público. Tampoco hace falta seguir los parámetros comerciales de la cultura dominante, ni un gran presupuesto o actores ultra-conocidos para alcanzar el éxito. Ciertamente es una serie que parece estar en segundo plano: es costumbrista y no está doblada al castellano (lo que significa que su público siempre va a ser más reducido). En ella, no hay efectos especiales, ni acción. Su ritmo es pausado y no ocurren grandes cosas. La belleza de esta serie (a mi juicio muchísimo más rica y profunda que la conocida Unorthodox) radica en mostrar con sencillez la historia de una familia judía ultraortodoxa de Jerusalén que tiene sus luces y sombras, sus aciertos y sus errores; manteniendo con gran elegancia y equilibrio la crítica de lo que es anacrónico o desmesurado en la interpretación que la comunidad jaredí hace de la Toráh o el Talmud, pero al mismo tiempo reconociendo lo bueno y ordenado que hay en ella. Cada personaje es presentado con gran humanidad, por eso cada capítulo es un tesoro; una joya que habla de la importancia de la familia, la soledad, la relación paterno-filial, el pecado y la virtud, la necesidad del perdón y la redención y también del valor de unas tradiciones religiosas que, bien vividas, dan consistencia a la vida siempre que no se caiga en el fanatismo que olvida el corazón de las personas y la complejidad de sus circunstancias. El acercamiento antropológico de sus personajes está tan bien tratado, que Shtisel se aleja por completo de la mirada ligera, complaciente e ideológica del que hacen gala la mayor parte de las series o películas de hoy. La serie refleja la vida y las costumbres de los judíos, pero su visionado es muy recomendable para los seguidores de otras tradiciones religiosas, porque Shtisel sabe ensalzar los “valores universales” con realismo. Magnífica.

Poco que añadir a lo que aquí se ha dicho. No suelo ver series, a no ser que vengan recomendadas por críticas como estas.
Es una obra maestra en descripción de una cultura, de unos personajes, de lo que es la familia en cualquier latitud.
Retrata de manera magistral la sensibilidad yasídica, y, casi en general, judía, con esos recovecos de interpretaciones y un agudo sentido del humor.
Personajes como el de Akira son inolvidables, también por el intento de apuntar a una ortodoxia más rica, flexible y humana.
Son dos temporadas pero podrían haber sido cinco o diez, porque la materia del relato estaba enfocada del mejor modo posible.

Amigos, sentaos y dejaos envolver por ese mundo raro y cercanísimo a la vez, disfrutad de un viaje que os llevará a la sencillez cotidiana de una familia y un mundo que a priori nos parecen demasiado particulares, y os alejará, aunque sea por una serie, de superhéroes con poderes que salvan el mundo, de misiones interestelares, de robos del siglo al banco central, de intrigas en los despachos del gobierno de algún gran país o de comandos que matan, matan y no dejan de matar.

¿Una telenovela? Puede ser, lo admitiría de alguien que quisiera bajarme un poco los humos, pero una telenovela igual de telenovela que tantas otras magníficas películas y series que no dejan de ser ser el relato sencillo y brillante de sencillas personas y nos conecta con nosotros mismos, con sentimientos, vivencias y retos de pequeña escala que parecían olvidados, con nuestro pequeño mundo, con nuestro yo más cercano y cierto, y así se nos rescata de tanto artificio, de tanto espectáculo tan ampliamente vacío.

Magníficas interpretaciones, buen ritmo, fotografía excelente... qué bien lo hacen estos israelíes, chapó.

Bravo por esta historia de ultraortodoxos judíos que con sus sombras y sus luces nos van descubriendo su mundo y contra todo pronóstico nos van permitiendo borrar el prejuicio de personas oscuras y radicales para conseguir tenernos atentos, sorprendernos, que nos riamos y que lloremos, así, como si todos fuésemos iguales y todos estuviésemos hechos para entendernos. Haced una parada y girad la cabeza, os esperan unas historias en Jerusalén, y os gustarán.

Fue de lo primero que vi en Netflix, hace más de un año. Aun espero volver a encontrar otra serie que me genere la misma emoción. Vista en hebreo/yiddish con subtítulos aporta la atmósfera de la lengua, creo que imprescindible como siempre para impregnarse del mundo que se ofrece. Es el efecto sonoro de la lengua y también cómo es vivida por la comunidad, cómo la aglutina, es una parte esencial. Y sobre todo es la intensidad interpretativa de muchos de sus actores. Cuando la serie se acaba te deja una nostalgia que no consiguen otras producciones, se echa de menos durante unos días. Sobre todo a Ruchami, una Shira Haas inolvidable en Shtisel y que ya no volví a encontrar en el mismo estado de gracia después en Ultraorthodox, a pesar del enorme éxito comercial de esta última.

Antes había visto Desobediencia y Unorthodox, por eso demoré para verla , con el pensamiento de: más de lo mismo, pero no ¡qué va! esta es distinta y muy diferente, para mejor sobre todo.

Lo que más me ha llamado la atención es el fino humor que esconde su realización, es una crítica muy constructiva, como diciendo podría ser distinto también.

Además, cómo conocer la vida de estos seres humanos tan distantes cultural, social y religiosamente.La serie es un testimonio de vida muy bueno.

Para mí tiene un la mayor calificación posible.