El vídeo de Benny

Está ahí. Nos rodea y nos empapa constantemente. Quizá en ocasiones ni nos demos cuenta, aunque la palpemos constantemente debido a esas imágenes que impregnan nuestros salones a cualquier hora del día. Esas imágenes que traspasan la pantalla y penetran en nuestras retinas sin ni siquiera hacernos reaccionar, sin provocar un estímulo (o quizá sólo en contadas ocasiones). Seguramente sea, porque tras una sociedad como la nuestra hemos terminado por resignarnos y aceptar todo ese batiburrillo de estremecedoras y crudas imágenes que observamos constantemente, con cotidianeidad.
En la posterior "Asesinos natos", Stone satirizaba con ese concepto dejando al espectador en vilo con un final tras el cual, después de toda aquella espiral de violencia, alguien cambiaba de canal, como si nada hubiese sucedido, de un zarpazo.
Pero aquí Haneke lo logró sin necesidad de satirizar, aplicando su inamovible estilo a un film tan crítico como demoledor.

"El video de Benny" es otra muestra del cineasta austriaco sobre como los entes que conforman nuestra sociedad pueden influir nuevamente en el ser humano, generalmente debido a esa alud de medios que ha ido nublando y mermando nuestra capacidad tanto receptiva como autodidáctica.
Aquí, todo ello queda capturado en la historia de un muchacho que parece obsesionado con la morbosidad y violencia retratadas en las imágenes que él mismo había filmado o que se pueden observar constantemente en cualquier televisor.
Pero no se restringe a esa temática el film que nos brinda Haneke, pues también profundiza con una interesantísima crítica sobre la cual el bienestar propio parece estar por encima de cualquier otro parámetro como la valentía y la honestidad.
Y no contento con ello, dibuja al ser humano actual como un ser que, en ocasiones, actúa más por impulsos que por cualquier otra cosa, dejando a un lado la coherencia y el raciocinio. Y esa es otra de las claves de este trabajo, un trabajo tan necesario como su debut.

‘El vídeo de Benny’ es un paseo por la violencia diaria de nuestras vidas. Un punto de vista nada convencional, alejado de cualquier destello de esperanza y alegría (ni siquiera en ese cálido Egipto), desde el que Michael Haneke desarrolla todo su potencial tormentoso, desapacible y lúgubre, carácteres de nuestra existencia, a través de esa familia burguesa rota en mil pedazos a causa de un sistema que ambiciona el materialismo, alejado de los lazos sociales, provocando la brutalidad, la brutalidad de un chiquillo que ya lo tiene todo (lo material) y busca nuevas sensaciones, curiosidades (a través de una cinta en la que se asesina a un cerdo), justificándose, tan sólo, con un simple ”no sé”. No le hacen falta las palabras a Haneke, le bastan las imágenes para desatar la reflexión acerca de nuestra sociedad.

Si algo ha de justificar la crudeza de esta película es sin duda el hecho de que como espectadores, merecemos algo más que una reconfortante sensación al levantarnos de nuestras butacas y volver a la luz de las farolas. Y lo digo más en sentido positivo que como reproche. Ya me ha pasado más de una vez con este director ver como algunas personas se marchaban de la sala sin haber acabado la proyección. Lo dicho, creo que lo merecemos. Y lo merecemos, naturalmente porque no es gratuita esa crudeza (aunque la forma siempre es discutible, eso no lo niego). Y de la misma manera que esta necesaria crudeza puede parecernos un reproche (el que tengamos que hacernos cada uno a nosotros mismos) el vídeo de Benny es el reflejo que la televisión, la sociedad, sus padres y todo su entorno causa en el propio personaje, es decir, la violencia sin sentido o la ausencia de humanidad más que implícita en todo ello.

Segunda parte de la trilogía de la violencia, no apta para sensibles, y no porque sea violenta ni mucho menos, al contrario: Haneke como siempre nos muestra una violencia implícita, fuera de plano que incluso puede ser más desagradable que la violencia explícita a la que muchos estamos ya insensibilizados.

Benny muestra una frialdad ante sus actos sólo comparable a la que muestran los psicópatas de Funny Games (curiosamente el actor es el mismo en los dos papeles). Suis padres, lejos de acusarle al entrerarse de lo que ha hecho no hacen otra cosa que ayudarle a ocultarse, entrando entonces en un dilema ético lanzándonos Haneke la pregunta de qué haríamos nosotros, si está bien o mal la actuación de dichos padres.

Algunos la han querido ver como la antesala de Funny Games, ya que además de Arno Frisch también repite papel Ulrich Mühe, pero esta vez como sufridor de los actos de el que en esta película fuera su hijo, como un castigo por lo que hizo.

Me pareció una historia efectista, poco creíble, mal construida y mal contada; pero si éste es el precio que he de pagar por que exista Michael Haneke, me compensa.

Para nada me pareció profética. Cuando yo era adolescente también mis compañeros de clase pegaban a los chicos introvertidos, sólo que entonces no tenían teléfonos móviles para presumir de sus "andanzas". Siempre hubo locos, y siempre los habrá. Siempre hubo asesinos en serie, pero no siempre ha existido la televisión ni la democracia. La única diferencia entre la sociedad actual y la ancestral es que ahora estas historias nos llegan a todos. ¿Qué sería mejor, que nos quemaran en la hoguera los de la Inquisición?, ¿que lapidaran a las mujeres que han sido violadas?, ¿que llegara el señor de la zona y se follara a nuestra mujer para ejercer su derecho de pernada?, ¿que el totalitarismo de turno ocultara los sucesos?... No seamos ingenuos: la violencia está ligada a nuestra naturaleza animal (en unos más fuertemente que en otros), y si hemos de desahogarnos de alguna manera, mejor que sea con videojuegos o viendo películas de Tarantino.
Lo de la falta de cariño de los padres (no confundir con malos tratos) tampoco es motivo, en mentes normales, para que un chico mate con tanta frialdad y no sienta arrepentimiento aparente. ¿Acaso no salen de los orfanatos maravillosas personas? Tampoco sería el primer caso el de un padre estricto y distante que educara a un hijo sano; ni el de un padre cariñoso que engendrara al mismísimo "diablo".