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La señorita Oyu

Drama Shinnosuke acepta casarse con Shizu con tal de poder estar cerca de su hermana Oyu, viuda y madre de un hijo. Las costumbres japonesas prohíben que Oyu se case porque su deber es educar a su hijo para que llegue a ser el jefe de la familia de su marido. Entre los tres se creará un extraño vínculo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
4 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las ataduras de la tradición se encuentran cara a cara con los inopinados y tácitos lazos de un amor inconfesable.
Y de este encuentro sólo se puede esperar la más trágica de las desgracias...

La industria japonesa vive un momento de esplendor; su aceptación mundial por medio de "Rasho-mon" le abre las puertas a su nueva etapa, renovadora y donde muchos hallan la perfección de su arte. Uno de ellos es Mizoguchi, quien inicia la década con "El Destino de la Señora Yuki", primera de una tetralogía literaria de tonos sórdidos centradas en mujeres maltratadas de las que hace "heroínas" ordinarias, y con las que el maestro allana el camino de su búsqueda de perfección formal y estilística. Al rechazar Toho su promesa de producirle la adaptación de "Koshoku Ichidai Onna", éste regresa a Daiei para dar vida a otra novela.
Es "Ashikari" y fue publicada en 1.932 por Junichiro Tanizaki, uno de los más atrevidos e importantes autores de la literatura moderna, especialista de relatos inmersos en ambientes eróticos, oníricos y poblados de fatales pasiones (suyas son "Manji", "Kagi" o "Shisei", que serían llevadas al cine); Mizoguchi cuenta con Yoshikata Yoda y la acción transcurre a finales de la era Meiji en un entorno noble y sofisticado por donde constantemente planean las sombras de la desgracia, la hipocresía y la infelicidad. Dicha historia arranca con un matrimonio concertado en la más pura y estoica tradición.

El joven Shinnosuke es unido a Shizu, hija de una adinerada familia, pero en este matrimonio llevado a cabo por las de ambos no existe un verdadero sentimiento amoroso, y esto se reafirmará aún más a partir de que él contemple en los jardines donde está dispuesto a conocer a quien será su futura esposa a la hermana de ésta, Oyu. Será un flechazo tratado por el director como una versión más púdica del sufrido en "Rasho-mon" por Tajomaru al ver a la princesa Masago; la belleza y sutileza del bucólico entorno natural también actúa de catalizador de la pulsión amorosa en este caso. Desde el mismo instante en que los ojos del muchacho se posan sobre Oyu nada será lo mismo y sólo cabrá esperarse un destino trágico.
Es, en efecto, lo que sucede. Shinnosuke no se siente atraído por una dulce y dubitativa virgen, él desea buscar a una mujer cálida que (de un modo algo extraño y retorcido) sustituya a esa madre fallecida tiempo atrás, revelándose una sospechosa afección filial; sin embargo esto es cuando menos imposible ya que Oyu es una viuda atada a la familia política de su desaparecido marido, actuando su hijo pequeño como irrompible eslabón de esta cadena mantenida por el resignado respeto a las costumbres tradicionales, lo que Mizoguchi muestra sin tapujos desde la desgracia y el pesar. Poco a poco el amor del hombre aumenta mientras brotan los celos de la hermana, desplazada por un sentimiento no correspondido.

Dos puntos de inflexión marcarán el devenir de los sucesos: un golpe de calor que la dama sufre en plena calle, quien es inesperadamente atendida por Shinnosuke (de nuevo la naturaleza actuando "celestínamente", como catalizador de las pulsiones), y la irremisible boda entre éste y Shizu; el primero ata aún más al chico y revela una incierta sensación en Oyu (pues nunca sabremos si está o no está realmente enamorada debido a su obstinación y prudencia), el segundo quiebra la vida de los dos protagonistas y determina la siguiente parte del argumento.
Al descubrir Shizu las verdaderas intenciones de su esposo y su hermana (que ella supone convencida), propone un juego de apariencias y mentiras para convivir ambos como marido y mujer a los ojos de la gente pero como simples hermanos en la intimidad; así, el director vuelve a tratar el inmenso sacrificio de un personaje femenino por el bien de otros sin importar la propia desgracia, aunque ahora éste se hace en favor de otra mujer, la propia hermana. La atmósfera llegado este tramo es indudablemente asfixiante (Mizoguchi se esfuerza en hacer sentir al espectador como la pareja de casados) y llega en muchos casos a un marcado nivel de extrañeza.

Extrañeza por el desenfadado y casi infantil comportamiento que Oyu muestra para con su ahora cuñado Shinnosuke, y desde luego por el vínculo que se acaba forjando entre los tres, dominado desde las sombras por la imposibilidad de confesar el amor verdadero, la inexistencia de la felicidad y la cada vez más insoportable superchería. Mizoguchi introduce su cámara, escrutadora y áspera aunque haciendo gala de una gran belleza formal y un exquisito alarde de la técnica (destacando la fotografía de Kazuo Miyagawa y la edición de Mitsuzo Miyata), en esta turbulenta espiral de relaciones presagiándose en todo momento la avenida de un horrible suceso que al final resquebraje los muros del engaño y desvele la verdad.
La calumnia, las malas lenguas, el rechazo a admitir los auténticos sentimientos y la constante presencia de la amarga tradición (una nueva boda) termina por llevar a los protagonistas a la completa desgracia. Mizoguchi se centra todo el tiempo en las acciones, miradas y expresiones, enfocadas desde cierta distancia, del trío protagonista, que encabeza la siempre magnífica Kinuyo Tanaka en su papel de instigadora de la tensión, la duda y la incertidumbre; frente a ella y en el plano contrario una también sorprendente y joven Nobuko Otowa como la fémina abnegada y dispuesta al sacrificio personal, y el bueno Yuji Hori.

A todos los efectos uno de los más sutiles y tormentosos cuadros amorosos filmados por el cineasta, rematado en el último tramo con una sucesión de hechos fatales divididos por grandes elipsis donde un significativo intercambio de roles (la hermana se convierte en madre), las trágicas transferencias recíprocas (el peso del espíritu de Oyu reflejado en el kimono que llevará Shizu por el de ésta encarnado en su hijo) y una secuencia final tan desgarradora como cautivadora, recrearán las ineludibles ataduras del agrio y maquiavélico destino.
Chris Jiménez
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29 de mayo de 2006
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
De toda su filmografía La señorita Oyu es para mí, su obra más oscura. Mizoguchi juega aquí sus mayores bazas apoyándose en la interpretación y el guión más que en el siempre notable apartado técnico. Y lo digo, porque al principio de la obra, la señorita Oyu parece encarnar a una persona egoísta y manipuladora, o ése es el fin del director nipón. Tiene como hermana a una chica descerebrada y sin personalidad que hará de su vida marital un verdadero infierno. Y todo ello condimentado bajo el auspicio de las formas corteses que siempre han formado parte del Japón.
El papel de Nobuko Otowa tampoco parece demasiado entendible ya que se basa en una complicidad amor-pasión-obediencia un tanto extraña y rebuscada.
Al comienzo de la obra la música es de tintes orientales, pero una vez avanzado el metraje... o me volví loco o estaba escuchando música de western... La señorita Oyu posee momentos de intensa emoción que Mizoguchi retrata de manera sobresaliente.

La ambigüedad de Oyu es mostrada por el director como un juego, en el que el espectador debe adivinar las intenciones ocultas que se esconden bajo una apacible apariencia. Recomendable.
Txarly
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23 de agosto de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A diferencia de otras obras, más complejas, de Mizoguchi, esta es una sola historia, basada en el amor que dos hermanas tienen por el mismo hombre y, a la vez, en el amor entre esas dos hermanas, que no pueden vivir separadas.
A partir de ahí hay tanta sutileza en el análisis de los personajes y en sus sentimientos, siempre contenidos como era la cultura japonesa de aquellos tiempos, que la película transcurre en una latente tensión.
Si a esto se suma cómo está rodada la película, la belleza de muchos paisajes, los interiores minimalistas, los exteriores gloriosos ("¡qué bellas y qué verdes son las hojas jóvenes!") solo hay una expresión para resumir esta película: belleza poética.
En los años cincuenta Japón empezaba a americanizarse a pasos gigantes. Mizoguchi nos cuenta cómo era Japón antes.
yoparam
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27 de febrero de 2022
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
43/05(07/02/22) Sugerente melodrama japonés dirigido por Kenji Mizoguchi, aunque algo arrugado por el paso del tiempo, pues hay costuras que se ven en su forzada premisa. Guión de Yoshikata Yoda (“Cuentos de la luna pálida”), basándose en una novela de Jun'ichirō Tanizaki “Ashikari” de 1932. Drama angustioso donde se expone un triángulo romántico de amores con barreras tanto pasionales como de convencionalismos rígidos, donde una mujer acepta casarse para que su hermana que no puede hacerlo (por ser en el costumbrismo del tiempo nipón, viuda con hijo, y por tanto acogida por la familia del fallecido y sin posibilidad de poder volver a tener pareja), poder estar con su marido, al que si ama (eso piensa ella), y que también ama su esposo (eso piensa ella), estableciendo un angustioso panorama de emociones y deseos contenidos y latentes, donde el sacrificio de la mujer que se casa es estremecedor. Un triángulo enfermizo se forma, donde los chismes de la sociedad y sus propios obstáculos en modo de expectativas, un panorama de infelicidad insalvable por el poder dogmático de las tradiciones ancestrales, esclavos de los hábitos.

Film rodado con la sutilidad y lirismo que el director hace gala en su trayectoria, impregnando de dulzura el metraje, ello hasta desembocar en su trémulo epílogo (spoiler), que te deja calado emocional en su fuerza dramática, ello en gran parte gracias a la gran fotografía de Kazuo Miyagawa (“Rashomon” o “Yojimbo”), con su marcado estilo de tomas largas, suaves travellings, tomas de grúa, grandes angulares para aumentar la profundidad de campo y con ello hacer sentir más aislados a los protagonistas, la cámara a baja altura para estar a la altura de los ojos cuando están sentados sobre el tatami, hermosa tomas generales que destilan evocar el paraíso contradictorio, ayudado por un notable manejo de la edición de Mitsuzo Miyata (“El intendente Sansho” o “Cuentos de la luna pálida”), exponiendo elipsis evocadoras, junto con las tomas de toallitas y de almohadas (tomas de transición, como de habitaciones vacías). Esto en comunión con una puesta en escena teatral, propia del kabuki, mostrando el tradicionalismo japonés (esas secuencias del concierto musical de Oyu, dodne además sirve para mostrar las emociones contenidas de los personajes), con sus rituales, con sus espectáculos musicales, con su puritanismo, con sus trajes, etc.

Miss Oyu cuenta la historia de un hombre, Shinnosuke (Yûji Hori), en busca de esposa. El día que le presentan a Oshizu (Nobuko Otowa), se enamora de su hermana Oyu (Kinuyo Tanaka), una joven viuda. Al no poder casarse con este último, elige casarse con Oshizu. Las relaciones entre los tres personajes, atrapados entre las cadenas de las convenciones sociales y la fuerza de sus pasiones, evolucionan bajo la mirada de una cámara que los captura en su intimidad.

Para Oshizu su destino marginal y abnegado a vivir en la sombra (de su hermana) queda patente desde el inicio, donde en una reunión para que el hombre Shinnosuke pueda quizás ennoviar con ella, este queda prendado de la hermana no casadera (por motivos un tanto rebuscados) Oyu, y ya se verá abocada a quedar en un segundo plano, esto acentuado cuando se ‘inmola’ en un matrimonio trampantojo

El centro, para mí, de este angustioso drama, es la hermana que no se nombra en el título, Oshizu, es el sacrifico personificado, ‘condenándose’ a un matrimonio impostado por el amor a su hermana Oyu, para que esta sea feliz al estar cerca de su amado sin que esto suponga una transgresión social, sentimos con su mirada y lenguaje gestual que vive un vía crucis cual si cada segundo sea una flagelación en esta prisión de falsas apariencias que deriva en un ambiente asfixiante. Esto lo emite Nobuko Otowa de modo incisivo; Oyu al inicio parece una mujer arrogante, pero a medida que la conocemos la vemos como una mujer extrovertida aprisionada por unas normas sociales que la coartan, o al menos eso intuimos con sutilidad moviéndose entre la duda de si misma que nos traslada, nada es explícito, pero todo se sugiere, tratando al espectador de inteligente, sin juzgar. Realmente nunca sabemos si Oyu ama o no a Shinnosuke, pues nunca hay nada explícito, ella anima a su hermana casarse con él, pero no sabemos realmente si es porque su hermana no esté sola o por poder estar cerca Oyu de él, si para ella es amistad donde siente puede jugar con él de modo infantil o es algo más. La actriz Kinuyo Tanaka despliega jovialidad y empatía en este agrio círculo vicioso; Y en el centro está Shinnosuke, hombre amado por dos mujeres, pero a una no la ama y con la otra por la rigidez social no puede pasar de ser su cuñada, rolo un tanto disfuncional de carácter, es una personalidad que me chirría en su mansedumbre, en su comportamiento pasivo, se supone perdidamente enamorado de Oyu, pero acepta con flema la imposible situación, no se rebela, es tipo pusilánime y realmente patético, me es el elemento estridente de la trama, que hace sienta arrugarse la historia en como no hay más que aceptación y resignación cuasi-monacal. Aunque en parte para compensarlo time para sí un lírico epílogo (spoiler), recordándome en cierta medida el final al de “lo que el viento se llevó” (spoiler).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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28 de junio de 2022
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Esta película respira un drama de los que les gusta este tipo de historias, no llegando al dramatismo histérico y forzado de las telenovelas, pero está en el límite. Los japoneses son muy pausados y contenidos, y desvelar un trio amoroso, hace que la película les sea difícil representar el papel, sobre todo el de las hermanas.

Las imágenes, muchas hechas desde la distancia, como si observáramos un cuadro, y casi siempre estático, hace que se vea desde una perspectiva lejana.
edugrn
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