Sonrisas de una noche de verano

Bergman es una magnífico conocedor de la naturaleza humana. Profundo, oscuro, sensible, considerablemente masculino, sus filmes están empapados de él. En Sonrisas de una noche de verano obtiene un filme notable: bien realizado, con buen argumento, todo muy cuidado, etc., aunque, sin duda, es en esos momentos en los que profundiza en la esencia humana cuando alcanza el zenit emocional y reflexivo. Material suficiente para generarnos la reflexión posterior.

Te vas de viaje existencial una y otra vez, película tras película, con Bergman de cicerone, porque por algo debe su fama el director sueco, hasta que un día te dicen que también hizo alguna comedia en sus inicios. Esa afirmación un tanto vaga merece unas matizaciones, puesto que para ese año 1955 ya llevaba una década enfangado en el cine, a lo que hay que añadir al menos otra comedia más "Una lección de amor", filmada el año anterior. No obstante, no es el Bergman conocido por todos, no es el hombre que abraza el drama psicológico, de hecho si hiciéramos el experimento de borrar de las mentes de todos los cinéfilos del planeta una película como "Sonrisas de una noche de verano" y de repente la hiciéramos aparecer, no creo que nadie creyese que está firmada por Bergman.

No sé si me explico. Es de Bergman porque aparece en los títulos de crédito como realizador y efectivamente forma parte de su filmografía. Y la vemos porque es de él. Pero poco más, ni parece Bergman ni es una obra maestra de la comedia.

Con paciencia van pasando los minutos y nos metemos en un vodevil gracioso por momentos, no es para descojonarse vivos pero hay algún personaje que merece nuestro mayor elogio. Ese militar que alardea de tratar de forma diferente a la amante es lo mejor, a la misma altura que la criada, que es quien lo tiene más claro y quien más disfruta de ese calenturiento verano.

Entonces, ¿Bergman?; ¿es aquí?; en parte sí, en parte no. Recomendable para completar su filmografía y porque tampoco es una pérdida de tiempo. Los incondicionales, los empalmados fans del sueco, ven aquí lo que tampoco es.

Pudiera parecer que los términos comedia e Ingmar Bergman no forman parte del mismo universo por la habitual introspección y seriedad de sus personajes; no es el caso de esta obra que nos ocupa, en la que el amor es el titiritero que mueve los hilos de sesudos intelectuales, mozos de cuadra, jóvenes vírgenes y experimentados licenciosos, disfrutando con ridículas situaciones y convirtiendo en juguetes de la pasión a hombres y mujeres de alta estima social, algunos de ellos en plena búsqueda de la virtud.

La fina ironía que utiliza el realizador y guionista sueco no amortigua un ápice la carga crítica sobre los principios principescos e hipócritas de quienes viven en lo alto de la pirámide y sobre la carga religiosa en la educación, que pone la etiqueta de pecado a algo tan goloso e irresistible como el sexo, colocando como maestros y ejemplos del arte amatorio a los criados, que no están contaminados ni por los buenos modales ni por el rígido luteranismo.

Como siempre, la limpieza de las imágenes y el tempo de exposición consiguen que lo que en manos de otro hubiera sido un entretenido vodevil, sea aquí una reflexiva y cómica visión sobre las relaciones de pareja y sus inconvenientes.

Todos los amantes del cine le debemos mucho a esta película. Antes de empezar a rodarla, Bergman se encontraba en un período bastante oscuro de su vida. Profundamente deprimido, con un matrimonio que estaba ya a las últimas y una situación financiera que le ahogaba hasta el cuello, según sus propias declaraciones, llegó incluso a contemplar la idea del suicidio. Pero en vez de saltar por el balcón de su apartamento, decide juntar al grupo de actores que dirigía durante la temporada de teatro y realizar esta maravillosa película que resultó terapéutica a nivel personal y le brindó finalmente reconocimiento crítico internacional así como el soporte financiero para producir sus siguientes obras (nada menos que El séptimo sello y Fresas salvajes). El propio Bergman cuenta en sus memorias la sorpresa que se llevó al descubrir no sólo que su film había participado en Cannes sin él tener conocimiento, sino que incluso había ganado premios. En resumen, fue esa película la que le dió el empujón para salir adelante y empezar una de sus etapas cinematográficas más inspiradas.

Aunque con un tono mayoritariamente cómico, Sonrisas de una noche de verano no es una película de las de reírse a carcajadas. En ella se tocan ya muchos temas que serán recurrentes del director en sus futuras obras como la teatralidad de la vida, la dignidad en el amor, el conflicto existencial o la religión pero aquí el director sueco se centra básicamente en el adulterio. Así, la película relata los percances que sufren un grupo de gente debido a sus entrelazadas aventuras amorosas y es precisamente en lo absurdo de las situaciones que ellos experimentan donde Bergman transmite su mensaje. Es interesante observar como se recurre a la humillación de los personajes para hablar del amor. De aquí salen las escenas más brillantes de la película, como la del traje de dormir entre Fredrik y Henrik, su tragicómico duelo final y esa escena de la comida, con la madre de Desiree. Pero cabe destacar, que no todos los personajes reciben el mismo trato. La joven criada, curiosamente interpretada por su pareja del momento Harriet Andersson, es la única que parece estar por encima (¿o quizás por debajo?) de los problemas que sufren el resto. Ella, ya sea por su condición social, humana o física aporta un buen punto de contraste con el resto del grupo respecto a como puede vivirse el amor ¿Estaba Bergman tratando de decir algo con ésto?

Desde mi humilde opinión, ésta no es una de sus mejores películas, pero sin duda es un Bergman esencial. La película abre cuestiones interesantes con suficiente profundidad para que su visionado no sea un simple pasatiempo. Hay mucho potencial de análisis y reflexión y aunque la fotografía no llega a los niveles de otras obras suyas, la puesta en escena de época y la representación teatral hacen que también sea interesante desde un punto de vista visual. Ya les gustaría a muchos directores actuales llegar a ese nivel con sus películas.


BdG

Decimosexta película de INGMAR BERGMAN que veo en dos años; cada una de ellas acompañada por la tristeza de saber que me queda una menos. Es una obra menor, pero con este hombre hasta lo poco sabe a mucho. Narra, en forma de comedia, las peripecias sexuales entre cuatro parejas de distintas edades y niveles sociales en la SUECIA de finales del XIX. Cuesta creer a estas alturas que este hombre haya hecho, en toda regla, una comedia romántica, pero así es. Tiene algún momento muy acertado, como los de la cama que camina por las habitaciones. Pero lo que realmente llama la atención es la frescura con la que se tratan los temas de la carne en 1955, muy distinta a la que podríamos encontrar simultáneamente en otras partes partes del mundo. HARRIET ANDERSSON no es esta vez la guapa protagonista, sino la sugerente secundaria. El provocativo movimiento de sus caderas en los primeros compases marcará la tónica general de esta historia de sencillas soluciones a complejísimas premisas.