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La dama desaparece

Intriga. Thriller. Comedia En un país centroeuropeo, el tren Transcontinental Express sufre un gran retraso a causa del mal tiempo. Los pasajeros pernoctan en un pequeño hotel, donde Iris Henderson entabla conversación con una vieja institutriz inglesa, la señora Froy. Poco después de reanudar el viaje, Iris se da cuenta de la desaparición de la anciana, pero los demás pasajeros afirman que su amiga no existe y que ella ha sufrido una alucinación. (FILMAFFINITY)
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Críticas 58
Críticas ordenadas por utilidad
22 de octubre de 2022
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El punto de partida es una genialidad y aparece seguir, con un tren que se colapsa y un hotel en donde la gente se tiene que instalar. Aquí partimos desde lo cómico para ir adentrándonos poco a poco en el misterio.
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CHIRU
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10 de noviembre de 2022
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Aun sin contarse entre las obras maestras de Alfred Hitchcock —el mago del suspense alcanzaría su cúspide creativa en las dos décadas siguientes—, «Alarma en el expreso» es una película estupenda y ejemplo palmario de un tipo de cine hoy desgraciadamente extinto.
Estrenada en 1938, se trata de una cinta profundamente hija de su tiempo, con Europa al borde de la guerra, cuando embajadas, trenes y hasta hoteles de alta montaña eran un hervidero de espías. Italianos y unos centroeuropeos de notorias trazas nacionalsocialistas se erigen en la némesis de unos británicos cuya flema y apego a las tradiciones les impiden ver el bosque —en este caso, los mefistofélicos manejos del enemigo—.
De «Alarma en el expreso» llama poderosamente la atención su modernidad formal —en 1938 hacía poco más de diez años de «El cantante de Jazz» («The Jazz Singer», 1927), primera película sonora de la historia—; sin embargo, apenas hay restos del mudo en el que Hitchcock se había fogueado, si acaso los planos detalle tan característicos de su narrativa. Contribuye asimismo la naturalidad con que se desenvuelven Margaret Lockwood y, sobre todo, un Michael Redgrave de encantadoras trazas errolflynnescas —con perdón del palabro—.
La película arranca con un desconcertante aire costumbrista, como de comedia de Fellini «avant la lettre»; no obstante, va adquiriendo ritmo a medida que la locomotora que le da título —en España al menos, cuando proliferaban las traducciones de autor— coge velocidad. Por cierto, que no faltan los planos que remiten directamente al arte futurista, en concreto al «Treno in corsa» de Ivo Pannaggi.
A partir de entonces Hitchcock despliega su proverbial talento para, en base al consabido MacGuffin* —lógicamente en el apartado spoiler—, tenernos atornillados a la silla durante 90 minutos, pendientes de los jugueteos, no sé si más jesuíticos que chestertonianos o viceversa, entre lo (im) posible y lo (im) probable, muestra de lo cual es, aquí, el agente secreto más inopinado que haya salido nunca de la pluma de un guionista** —también en spoiler—.
Bien se ve que, pese a la aparente ligereza de la propuesta —un film típicamente comercial de la época, con sus cuotas de aventura, romanticismo y maniqueísmo; más si cabe, esto último, habida cuenta de las antedichas circunstancias prebélicas—, a poco que se rasque no tardan en aflorar los elementos de interés.
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Carorpar
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17 de junio de 2023
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En principio, Alarma en el expreso (The lady vanishes, 1938), con guion de Sidney Gilliat y Frank Launder, basado en la novela The wheel spins, de Ethel Lina White, iba a ser dirigida Roy William Neill, pero las autoridades yugoslavas no estaban satisfechas con el retrato que se realizaba de su policía así que no dieron los necesarios permisos de rodaje. Un año después, el productor, Edward Black, propuso a Alfred Hitchock, quien, por contrato, aún debía dirigir una película con su productora. Hitchcock, en colaboración con los guionistas, realizaría algunos cambios, sobre todo en la parte inicial y la final. Los primeros compases de Alarma en el expreso están definidos por la incomodidad y la perturbación, aunque en clave de comedia, que sufren unos personajes fuera de lugar, en un país extranjero en centroeuropa, ficticio ( de nombre Bandrika), del que sólo se sabe que está regido por una dictadura. El descentramiento se revela también en los multiples puntos de vista en estos primeros pasajes. En esta primera parte, la estancia en el hotel, antes del viaje en tren, cobran relevancia diversos personajes, como reflejo de un conjunto (en correspondencia con una tendencia predominante en la sociedad inglesa). De hecho, tras un travelling aereo sobre la zona (que no es sino una maqueta), el primer plano en el interior de ese hotel es un plano general. En esos primeros compases, adquieren protagonismo los dos ingleses, Charters (Basil Radford y Caldicott (Naunton Wayne), personajes no existentes en la novela que se adapta, indignados, con esa circunspección prototípica británica, por las precarias condiciones del hotel en el que tienen que pasar la noche ( tienen que compartir cama y habitación en la de la doncella, y esta entra y sale para coger sus pertenencias con un desapego que choca con su rígido pudor inglés; no tienen comida cuando llegan al restaurante; no logran enterarse por teléfono de los resultados de cricket...). También hay un pareja de amantes, Mr Todhunter (Cecil Parker) y 'Mrs' Todhunter (Linden Travers), que intentan ocultar su circunstancia, ya que ambos están casados, aunque quien más insiste en esa discreción, de modo bastante remarcado, es él (ella parece mostrar más desapego porque quiere que su relación se afiance así que le disgusta esa persistente ocultación). Quien comenzará, progresivamente, a disponer de mayor protagonismo es Iris (Margaret Lockwood), quien sufre dos perturbaciones, una manifiesta, la de un musicólogo, Gilbert (Michael Redgrave), que ocupa la habitación de arriba, y no la deja dormir con su música ( y los pasos de baile de los trabajadores del hotel), y otra no asumida, implicita, la de su decisión de casarse por conveniencia. Para neutralizar la perturbarción no duda en ser expeditiva. Requiere que el manager del hotel deje sin habitación al perturbador (quien no dudará en entrar en su habitación en mitad de la noche, con la pretensión de dormir junto a ella, como estrategia para recuperar su habitación). Iris quiere que la realidad sea como ella quiere que sea (como las otras dos parejas citadas), aunque implique hacer concesiones como conveniencia. Por eso, centrará el protagonismo de la obra tras que los diversos personajes tomen el tren.

La intriga y la perturbación se asienta en la narración ya con una tensión añadida, aunque no desprendida de un permanente humor (irónico), cuando desaparezca Miss Froy (May Whitty), la anciana que le ayudó cuando recibió un golpe en la cabeza al caerle un tiesto en la misma (que iba dirigido hacia Miss Froy). Si los personajes citados en el hotel pretendían que la realidad fuera como ellos querían que fuera, por activa o pasiva, por hecho u omisión, en el tren la desaparición de Miss Froy ejercerá de equivalencia de la realidad conocida como tal desaparecida (¿no quisiera, en el fondo, Iris que su matrimonio no fuera realidad y desapareciera como posibilidad?). La realidad se trastoca de modo radical: el mundo alrededor parece negar lo que ha vivido. Todos los pasajeros niegan que esa mujer existiera, y afirman que debe ser una alucinación consecuencia de ese golpe sufrido en la cabeza por el tiesto. Aunque no es sorprendente que lo nieguen aquellos para los que la afirmación de que sí saben que es real supondría una perturbación para su conveniencia, como es el caso de Todhunter y el de los dos ingleses que no quisieran que se retrasara su viaje (para poder llegar a tiempo a los últimos partidos de la competición de cricket); en cierto momento 'mrs' Todhunter sí reconoce que la había visto, porque piensa que es la manera de que se haga pública su relación, pero el comentario posterior de él de lo que perjudicaría a su relación determina que rectifique su declaración).
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cinedesolaris
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16 de junio de 2005
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buenísima película con un buenísimo guión y que engancha en el interés de ver el final. Muy recomendable.
salvador
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20 de abril de 2008
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que para la filmografía de Hichtcock puede parecer un film "menor" para cualquier otro director sería una obra maestra. Señores, estamos en los años 30, Sir Alfred disponía de cuatro perras para hacer la película (Michael Bay no tendría ni para hacer los títulos de crédito) y ,aún así, es capaz de parir algo sublime.
Magnífica. Sin más.
tarkin
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