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Relámpago

Comedia Harold Lloyd ayuda al abuelo de su novia en el enfrentamiento que éste tiene con una gran compañía de transportes de Nueva York, a causa de su viejo tranvía de mula. (FILMAFFINITY)
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
13 de septiembre de 2010
48 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chaplin, Keaton… ¿por qué prefiero a Harold Lloyd?

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La sonrisa de Chaplin siempre es agridulce.

Keaton no sonríe: forma con los labios una línea horizontal.

Harold Lloyd, al sonreír, lo inunda todo de alegría.

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Chaplin elabora sermones de gran cine. Quiere cambiar el mundo con su gesto.

Keaton se limita a estar ahí, en el lugar exacto. Se conforma con que el mundo no le cambie el gesto de la cara.

Harold Lloyd encarna la ilusión de un mundo diferente.

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Chaplin es el genio indiscutible. Su virtuosismo es admirable. Nos lleva de la carcajada más sonora al río de las lágrimas. Sentimental, sensible, sensiblero e inmortal. El favorito del cinéfilo canónico.

Keaton es sutil y contenido. Su rostro es un espejo inagotable de matices. Triste, reflexivo, profundo y perdurable. El favorito del cinéfilo purista.

Harold Lloyd es… el espíritu de la felicidad.

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Si Harold pierde el puesto de trabajo, su reacción es disfrutar del día libre con su novia. Ya vendrá el lunes con un nuevo empleo para él.

Las imágenes de Nueva York y las del parque de atracciones son de una belleza extraordinaria. La historia del tranvía de caballos en un mundo de automóviles de gasolina es tierna como un bollo recién hecho. Sabe a repostería no industrial (qué lejos queda el Dunkin’ Donuts Hollywood de nuestros días).

La mala fortuna se ceba con los tortolitos. Los deja sin dinero. Un camión de mudanza los lleva en autostop. Harold y Jane colocan los muebles y aprovechan para jugar a las casitas, con sillón y perro. Harold está sin blanca y en el paro, pero nos hace sentir que todo irá de maravilla. Su voluntad de ser feliz es implacable.

En las películas de Lloyd lo positivo es mucho más que un happy end. La felicidad abarca todo el recorrido, desborda en cada fotograma. Mientras vivimos en cualquiera de sus cintas, nos refugiamos en su edén de golpes y persecuciones –un tipo le da a otro un buen porrazo, lo noquea, lo reanima con agua, lo vuelve a noquear… y así hasta el infinito.

El hombre de las gafas circulares detiene el paso de las horas; nos devuelve al paraíso de la infancia. Por eso adoro a Harold Lloyd.
Servadac
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27 de mayo de 2006
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si de algo no adolece ninguna de las películas del período silente que protagonizó Harold Lloyd es de multitud de puntos hilarantes. Speedy, su última película muda, es una magnífica compilación de toda su obra anterior, una serie de divertidos gags característicos del cómico acróbata: persecuciones, apuros, persecuciones, peleas, persecuciones...

Las películas de Lloyd nunca están firmadas por él mismo, a pesar de tener un estilo coherente y acusar su personalidad cinematográfica. Seguramente, Ted Wilde (firmante de la espléndida The kid brother, también de Lloyd) dirigía al equipo de rodaje; así, Lloyd sólo tendría que dirigir a Wilde.
Kick'Em Ars
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23 de mayo de 2011
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El más vitalista de los grandes genios de la comedia irrumpe en el parque de atracciones. LLeva a su novia a divertirse y a pasar un domingo sin penas y muchas alegrías. Alegrías da para todos con sus disparates y sus ocurrencias a la cual más graciosa. Luego entre semana le vemos jugando al béisbol en el curre con sus compañeras de barra. O conduciendo un taxi con poca suerte y genial maestría. Speedy va a toda velociadad con el tranvía a pesar de salirse de la carretera. El señor Speedy, nombre que le puso el padre, va por la vida con simpatía y alegría para todos. Es un hombre de convicciones y un gran amor al suegro. Es normal que en su época el señor Speedy fuera El rey de la comedia.
RONNIE JAMES DIO (CUENTA BLOQUEADA)
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30 de enero de 2012
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Última película muda de Harold Lloyd y segunda producción con la Paramount que le permitió desplegar grandes situaciones del mejor Slapstick con un gran presupuesto y calidad técnica. La película cuenta además con un recorrido impagable por la ciudad de Nueva York de 1928 y un día memorable en Coney Island.

Me encanta ver las características principales de Harold LLoyd juntas y en la mejor de sus versiones en ésta película: el optimismo ante los problemas que afectan a su familia, el ingenio con que resuelve cada situación, su enamoramiendo que es motivo del desarrollo de toda la historia y un último tércio de acción en el que resuelve sus problemas mediante un cambio radical de su personalidad, a hombre muy agresivo capaz de conseguir todo lo que se propone.

Y me gusta también no haber encontrado sus mayores defectos que me suelen mosquear de su cine: historia poco elaborada o incluso insulsa, y ciertos toques del racismo de la época para añadir un poco más de humor a costa de algún negro (ejemplo claro de ambos defectos en "Tribulaciones" de 1920).

Aunque no creo que haya que compararlo con Buster Keaton o con Chaplin, veo que es el tema principal de la defensa de LLoyd, aunque son completamente diferentes ya desde el mismo personaje al que interpretan. Cuando Keaton y Chaplin encarnaban a personajes de clase baja que luchaban por sobrevivir en el mundo, Harold LLoyd interpretaba al hombre medio americano de los felices años 20 que se enfrentaba con problemas triviales que hacían que sus aventuras no fuesen más que entretenidas.

Respecto a la calidad del humor físico el gran genio es el acróbata Buster Keaton al igual que su calidad técnica inmejorable en obras maestras como "El moderno Sherlock Holmes" o "El navegante". Es cierto también que Keaton y Lloyd se inspiraban mútuamente (algunos dicen que robaban ideas), por lo que resulta que muchos gags se encuentran repetidos en películas del mismo año de los dos cómicos.

Speedy es mi favorita porque junta todas las virtudes de un cómico al que me ha costado pillarle el punto pero con un humor definitivamente atemporal y entretenidísimo, y repito, por que tiene un lujo impagable como es el homenaje a Nueva York con imágenes maravillosas de sus calles y de su gente un año antes de la Gran Depresión y del inicio del cine sonoro.
Pablo
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25 de julio de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Finales de los años 20. Nueva York se está convirtiendo en una ciudad cosmopolita y eso conlleva modernidad, transformación. La tecnología ocupa un lugar predominante y ya, los viejos medios de transporte de tracción animal, no tienen lugar en la nueva historia. Y como es común, detrás de este desarrollo, hay gente con grandes intereses económicos dispuesta a llevarse por los cuernos a quien se oponga a sus negocios.

El abuelo, Pop Dillon, es el dueño del último tranvía de tracción animal que queda en la ahora agitada ciudad, y la unión de los tranvías eléctricos urbanos sólo espera sacarlo del paso, pues así poseerán la totalidad de las franquicias que les dará el control absoluto sobre este medio de transporte. Pero, atraído por su nieta Jane, al hogar de los Dillon llega Harold Swift, mejor conocido como Speedy, mote que podría derivarse de lo rápido que lo botan de los empleos… o por la presteza con que asume sus grandes retos. Y estos han de llegar.

A Speedy no lo está acompañando la buena fortuna, y no obstante su afán de ejercer cada profesión con el mayor empeño, las malas pasadas están al orden del día y todo parece decirle que tiene que estar en otro lugar. Y es así como toma la rienda del caso Dillon y una guerra de intereses –unos más edificantes que otros- se desatará desde entonces.

Con su acostumbrado virtuosismo, Lloyd protagoniza una serie de desaciertos (y aciertos) a cual más divertido. Como heladero, como taxista o como cochero de tranvía se las ingenia, como jamás se le ocurriría a nadie, para salirle con ventaja a todos los obstáculos del camino. En su accionar reluce el genio, el acróbata de marca mayor y el comediante por excelencia, y así, la alegría brota a borbotones con una aventura que se resuelve de la manera más encantadora.

Segunda colaboración con el director Ted Wilde, tras esa joyita llamada “El Hermanito”, y segundo gran acierto, digno de cualquiera que desee verse una comedia inolvidable.

Para quienes gustan del béisbol, aparece Babe Ruth representándose a sí mismo en una escena con Lloyd y jugando con los Yankees. Y para los admiradores de ese gran compositor y director de orquesta que es Carl Davis, la excelente partitura musical añadida en los últimos años a esta película, es de su autoría y está dirigida por él.

Con “RELÁMPAGO”, Harold Lloyd reafirma su lugar entre mis favoritos. La comedia de la Edad de Oro no tiene parangón.
Luis Guillermo Cardona
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