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Crystal Swan

Comedia. Drama Velja es una joven de 22 años, licenciada en derecho, cuyo sueño es viajar a Estados Unidos y ganarse la vida como DJ profesional. Es 1996, y la chica vive en la Minsk postsoviética. El país está sufriendo una crisis económica con alto desempleo. Para poder obtener un visado y cumplir su sueño, Velja debe proporcionar una prueba en la embajada de que tiene un trabajo permanente. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
21 de junio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es un drama entretenido que salta sutilmente de la comedia a la tragedia, con buen ritmo y buena música.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Videodepredador
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2 de julio de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Darya Zhuk nos regala una estupenda película en su debut en la dirección y encima cuenta con la prometedora actriz rusa Alina Nasibullina. La película es un reflejo de la Bielorrusia postsoviética. La cinta ha causado bastante impacto por todos los festivales en los que se ha proyectado, formo parte de las películas candidatas al Oscar de habla no inglesa y ahora la podemos ver en una nueva edición del Atlàntida Film Festival dentro de la sección Generación.

Nos cuenta la historia de Velja, una joven de 22 años recién licenciada en derecho. Aunque se decidió por estudiar esa rama para poder ser abogada, su principal pasión es ser Dj profesional. Para poder conseguir su sueño, decidirá viajar a Estados Unidos.

El problema es que estamos en el año 1996 y el país esta padeciendo una de las peores crisis económicas que se recuerdan con una tasa muy grande de desempleo, hasta el punto que nos trabajadores en lugar de recibir un sueldo, les pagan en especias. La joven para conseguir el visado, tendrá que demostrar en la embajada americana que tiene un trabajo fijo. Cuando por error en el formulario pone un teléfono desconocido empezará su odisea.

La película funciona sobre todo por la soberbia interpretación de Alina Nasibullina, está presente en casi todas las escenas, pero también la cinta tiene un guion bastante solido, para mi gusto la película va de más a menos, empieza muy bien pero va bajando su nivel a medida que van pasando los minutos.

Otro aspecto a tener en cuenta es la continua música house que va sonando, la protagonista admira este tipo de música. La directora consigue reflejar bastante bien a un sociedad que todavía parece estar en estado de shock y sumidos en grandes problemas tanto políticos como económicos. Ha sido una más que agradable sorpresa descubrir esta pequeña película.

Lo mejor: La soberbia interpretación de Alina Nasibullina
Lo peor: Va de más a menos

Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en: http://www.filmdreams.net
LASO83
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13 de noviembre de 2019
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En su primer largometraje, la directora bielorrusa Darya Zhuk cuenta la historia de una chica llamada Velja que vive en Minsk a mediados de los 90 y está decidida a ganarse la vida como DJ, para lo cual pretende obtener un visado y viajar a Chicago. Su propósito, sin embargo, choca con las estrictas leyes de su país, que le obligan a probar que tiene un trabajo fijo, algo que tratará de solventar con un documento falsificado, pero que sólo le dará más problemas cuando deba someterse a las comprobaciones.

Como una revisión moderna del sueño americano, influida sin duda por la propia experiencia de su directora (emigrada a Estados Unidos a los 16 años), "Crystal Swan" se desarrolla como una tragicomedia con un cierto tono fatalista que está presente durante todo su metraje, y que condiciona las expectativas generadas por la trama. Y es que la odisea de la protagonista se vuelve progresivamente más agobiante al no terminar de encauzar su situación, y poco a poco se pierde la urgencia, llega el hastío y la desesperanza comienza a hacerse palpable, para la propia protagonista y para el espectador que ve cómo, sin que se termine de confirmar el fracaso, la solución nunca llega.

A este respecto, uno de los grandes aciertos de esta película es la forma en que presenta la necesidad de Velja, no como un drama inmediato sino como un vacío de motivación y oportunidades que tiene su origen en una amplia variedad de factores, entre ellos un contexto de inestabilidad económica y desempleo, una relación con su madre difícil y frustrante, y los prejuicios a los que se enfrenta por querer trabajar como DJ. De este modo se muestra la idea de emigrar a Chicago como una liberación y una forma de cumplir su sueño, presentando su situación personal con una elegancia bastante notable y permitiendo empatizar con su deseo de escapar de un ambiente que se siente sutilmente opresivo.

No puedo decir lo mismo del desarrollo global de la cinta, porque no la veo del todo bien cohesionada y en particular creo que tiene problemas para repartir los tiempos en su enfoque narrativo. Cuando Velja se ve obligada a convivir con una familia a la espera de recibir la llamada que confirmará su situación laboral, todo su trasfondo anterior parece simplemente desaparecer. Esto tiene su lógica, teniendo en cuenta que la historia quiere reflejar sus sensaciones en un entorno nuevo, apartada de sus allegados, pero seguramente no necesitase tanto tiempo para centrarse exclusivamente en esto si se tiene en cuenta que, al percibir hostilidad desde el principio, actúa de manera distante y nunca llega a establecer una conexión emocional con estas personas. Únicamente obtenemos un retrato emocional competente de Alik, y es por su actitud invasiva, tratando de eliminar espacios entre ambos a pesar de la intención de Velja de mantener las distancias. En ese sentido es casi un desperdicio narrativo reducir el punto de vista de su madre y su amigo Stepan, sus dos principales vínculos emocionales en Minsk, a una subtrama cómica de fondo mientras de frente simplemente estamos viendo a la protagonista a sus cosas sin sacar nada en claro de los personajes que la rodean.

Lo que salva los muebles, y lo hace de una forma notable, es que en ningún momento se pierde la conexión emocional con la protagonista, por lo que incluso cuando está rodeada de personajes que más bien parecen meras circunstancias adversas, la historia sigue funcionando. Así, pese a que deje que desear la caracterización de su entorno o que simplemente la cinta no la priorice, sigue funcionando a ese nivel básico. Para este respecto es esencial la excelente interpretación de Alina Nasibullina, que retrata con gran eficacia a su personaje y los vaivenes emocionales que sufre a lo largo de todo el filme.

En general, "Crystal Swan" termina siendo una buena película a la que tal vez se le pueda achacar que haga cargar todo su peso en la protagonista, y particularmente en la actuación principal, impidiendo que observemos al resto de personajes y situaciones más allá de su punto de vista y estado de ánimo. Como odisea personal cumple a la perfección, reflejando las circunstancias opresivas que rodean a su propósito simple de lograr un visado, como historia más completa y con más aristas termina resultando brusca e insuficiente, quedándose con lo básico. Con una ejecución notable, pero sin llegar más allá. Asegurando una experiencia inmersiva y eficaz, pero poco memorable y con la sensación de que sencillamente no puede o no le interesa apuntar más alto.

Texto escrito para Cine Maldito.
Ghibliano
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13 de julio de 2020
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Hace unas horas me compartieron una cita del pintor y teórico del diseño argentino Tomás Maldonado. Hablaba de la pérdida de la comunicación a causa del sacrificio humano por la producción de objetos. Al final del párrafo se esbozaba una crítica al socialismo soviético, cuya comunicación se parecía más al silencio medieval que a un diálogo nuevo, estético, que combinara arte y vida como lección de las vanguardias históricas. Con lo último exagero, pero ha sido motivo de reflexiones personales durante estos días de Covid y después de ver A russian youth (2019), ópera prima del ucraniano Alexander Zolotukhin.

La película vuelve a la Primera Guerra Mundial. Es protagonizada por un joven llamado Alexei (Vladimir Korolev) quien se alista al ejército y quiere solo matar alemanes, o quizá solo busca un lugar en el mundo, como todo adolescente capaz de los mayores delirios: escribir poesía, emborracharse, consumir drogas, mochilear, ser DJ. En vez de portar un fusil, lleva colgado un acordeón. En una batalla, debido al gas mostaza, pierde la vista. Esta peripecia es acompañada por una orquesta de San Petersburgo que, cien años después de la guerra, ensaya un par de piezas de Sergei Rachmaninoff, las Danzas sinfónicas y el Concierto de piano No. 3.

Alexei, luego de quedar ciego, queda a cargo de un dispositivo de localización acústica. El director de A russian youth cuenta que estos radares se utilizaron con el objetivo de encontrar nuevas formas de luchar contra la aviación. Estos aparatos, durante la Primera Guerra, permitían oír aviones enemigos cuando se acercaban a los campamentos de defensa. Las imágenes, entonces, de la película penetran en la tradición rusa, en personajes característicos de un periodo crítico y se mezclan –a la manera de un collage visual y sonoro– con la interpretación de Rachmaninoff, compuestas en las vísperas de la Primera Guerra. Al final, lo único que espera a Alexei es la muerte.

En la guerra –como hoy sin permisos para salir de casa– hay belleza. Y la hay en el proceso creativo de la película: corrección de color, recuerdos de épocas pasadas, imágenes ruidosas. Pero también, al igual que en cada guerra, hay horror y atrocidades en nuestros días: imágenes de cuerpos sin vida en la calle, muertos de Covid en Rio de Janeiro, goteras de hospitales a causa de la lluvia en una época de sequía, inmigrantes que venden confort e higiene a la salida de supermercados y metros.

Otra lección de las vanguardias históricas es nuestro esnobismo. Nuestra generación, la veinteañera y treintona, ensimismada en las redes sociales, actúa como la DJ Velja (Alina Nasibulina), la protagonista de Crystal Swan (2018). Esta película bielorrusa aborda el sueño americano de los jóvenes de Europa del Este, sus ansias por triunfar en países capitalistas y desarrollados, donde la cultura tiene precio y la juventud se gesta en escenas alternativas. Sin embargo, nacidos en el Tercer Mundo, en un país chico, parecido incluso en costumbres a Bielorrusia, poco y nada podríamos hacer en Chicago, Nueva York, o en las ciudades económicamente triunfadoras de Europa, como Hamburgo o Londres. Allí solo cabemos por nuestra indigencia.

El problema es nuestro delirio. Ante el desempleo y nuestras ansias de triunfo esnob, deseamos, como la hermosa Velja, el visado hacia los centros del mundo. Ella llega a inventar que es la dueña de un taller de costura de un pueblo imposible de pronunciar y escribir. En Chile fantaseamos con nuestras identidades expuestas en las redes sociales y nos olvidamos que el Estado de Sitio es permanente, incluso en las ficciones de la interfaz. Cualquier intento por salir resultará en fracaso.
yayirobe_1
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