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Esmeralda, la zíngara

Drama A finales del siglo XV, en París conviven un pueblo ignorante, un rey comprensivo, un malvado juez y una organización de mendigos que servirán de comparsas a dos personajes marginados: la gitana Esmeralda y Quasimodo, el jorobado campanero de Notre Dame. (FILMAFFINITY)
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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
22 de mayo de 2008
39 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leer a Victor Hugo, sobre todo leerlo a temprana edad es como el equivalente literario a encontrar el primer amor: su profundo idealismo, su fe en el ser humano, la diafanidad de sus principios, su capacidad descriptiva, su talento para evocar las emociones más acendradas del espectro humano, son tan seductores a nivel novelesco que otras lecturas inmediatamente posteriores se antojan pálidas y carentes de ímpetu o interés. El escritor y poeta francés fue exponente único y maravilloso de una prosa que mezclaba sabiamente lo humano con lo etéreo, lo universal con lo místico, lo carnal con lo espiritual y lo decadente con lo exuberante y resulta tan potente el deslumbramiento que su brillantez provoca en una mente tan impresionable como la de un lector joven, que una no puede evitar, pasados los años, regresar la vista atrás para tratar de recuperar la esencia de esa emoción genuina que sintió entonces como el que busca el rastro de un amante perdido, pero nunca olvidado.

"Nuestra Señora de París" una de sus novelas más populares y conocidas, conserva su capacidad de fascinación intacta a través de los años. Es la historia de una desdichada criatura, Quasimodo, el campanero jorobado de Notre Dame, que se enamora de una zíngara que a su vez, es pretendida por el siniestro archidiácono de la catedral, dom Frollo. Los acontecimientos, cuya incansable sucesión delatan el origen folletinesco de la trama, se suceden en torno a la muda estampa de la catedral de Notre Dame, que es, alternativamente, tumba, cuna, amenaza, refugio: su eternidad confluye con la temporalidad de las existencias de aquellos que la rodean y moran en ella y reduce a lo anecdótico el intenso dramatismo de sus desventuras.

La versión de Dieterle, es quizás la única traslación cinematográfica que de verdad merece la pena ver. Es una hermosa película por sí misma, sin necesidad de acudir a la fuente y abunda en momentos memorables (la aparición heroica de Quasimodo al grito de "¡Santuario!" sigue poniendo los pelos de punta). Pero por otro lado, hay muchos factores que convergen para convertir esta película en la adaptación casi perfecta: Maureen O'Hara, la sublime ambientación gótica, la mirada de Frollo desde lo alto de la catedral, la perfecta plasmación del obscurantismo medieval, lo grotesco de la Corte de los Milagros, etc...

Y por encima de todo ello planea el monstruoso talento de un hombre llamado Charles Laughton, una criatura completamente excepcional ante cuya efigie deberían arrodillarse todo aquel que pretenda llamarse a sí mismo "actor".
Neathara
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21 de julio de 2007
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esmeralda, la zíngara (para los amigos, El Jorobado de Notre Dame) es una película francamente interesante por muchas razones.

Vayamos por orden, la primera razón es la fantástica actuación de un actor irrepetible como Charles Laughton. No puedo afirmar que su caracterización como Quasimodo sea su mas notoria interpretación, porque sus trabajos con Alexander Korda (Rembrandt y La vida privada de Enrique VIII) y sobre todo su Sir Wilfrid Roberts en Testigo de cargo de Billy Wilder son de tal calidad que cualquier comparación entre estas películas además de odiosa sería imposible.

¿Otras razones?: Muchísimas. El increíble trabajo de maquillaje. Por cierto, no me cabe duda que el jorobado de Disney se inspiró en este de Dieterle en lo que a sus facciones se refiere. Las actuaciones de Thomas Mitchell y Harry Davenport (Luis XI). Especialmente el primero, secundario de lujo, que hace muchísimo tiempo me ganó para su causa. La aparición estelar de Maureen O,hara, aunque no sea su mejor interpretación pero ya prometía buenos momentos cinematográficos. Y, muy en especial, el trabajo, las ideas y la forma de representarlas de un director con sangre alemana en sus venas y que la ha derramado en su propia obra, especialmente en ese submundo preñado de sombras y deformidades, en esa corte de los prodigios donde ven los ciegos y andan los tullidos.

Dieterle es un director para revisar. Indudablemente. Especialmente después de ver dos espléndidas obras del séptimo arte como son esta que acabo de comentar y La vida de Emile Zola. Apuntaré en la agenda otras obras suyas. Jennie ó Cartas a mi amada, por ejemplo.
FATHER CAPRIO
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16 de noviembre de 2010
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la cámara alejandose de Notre Dame de París, en un último plano final, se lamenta como mirando al cielo un triste y resignado Quasimodo, al ver marchar a su bella gitana Esmeralda, en una escena en el que parece ser una gárgola mas de la famosa catedral parisina.

William Dieterle sabedor de las buenas artes del expresionismo alemán, hasta que en 1930 emigra exiliado a los Estados Unidos, nos dibuja una formidable adaptación de la célebre novela de Victor Hugo, "Nuestra señora de París" escrita en 1830. Con unos magníficos decorados obra de Van Nest Polglase, en un blanco y negro de la época, bañada por la música de Alfred Newman, buen vestuario y destacado trabajo artístico, que realzan todavía más está ya conocida historia de la bella y la bestia en un París medieval, de odios y pasiones, de luchas y enfrentamientos por libertades ideológicas.
Maureen O'Hara en la que es su tercera aparición en pantalla, esta correcta, aunque a mi modo de ver algo contenida me parece en su papel, de la gitana Esmeralda sobre todo a la hora de expresar su lastima y cariño por el jorobado campanero, al que da vida en una espectacular caracterización Charles Laughton, curiosamente el descubridor de la actriz de origen irlandes, que la impuso como protagonista en "Posada Jamaica" de Alfred Hitchcock (1939).
Dan más lustre si cabe a está conocida historia, un cóctel de geniales actores, como Cedric Hardwicke en un malvado Frollo, Edmond O'Brien en el poeta Gringoire, o Thomas Mitchell en el mendigo Colpin, entre otros, todos ellos esplendidamente dirigidos por Dieterle. La interpretación de Laughton, no se puede definir de otra manera que de inconmensurable, como de tantas en su carrera filmografíca, en está entre otras, destacaria sobre todo una escena para mi inolvidable por lo que tiene de grotesco e infantil a la vez, cuando Quasimodo juguetea con las campanas en lo alto de la catedral haciendolas repicar, al moverlas con sus piernas y brazos como si fuera un niño enfadado con su juguete.
Rodada en setenta y tres días, cuando ya comenzaba la segunda guerra mundial, Esmeralda, la zíngara constituye una obra clásica, de la época dorada de Hollywood.

Clásico inmortal de la RKO, muy buena.
Ficus Pandorama
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21 de agosto de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Director de excelentes biografías sobre Louis Pasteur, Benito Juárez o Émile Zola, el alemán William Dieterle dirige con pulso maestro esta grandiosa adaptación de la conmovedora novela de Victor Hugo, que incluye un homenaje a París a través de su arquitectura, su catedral Notre Dame majestuosa como una gran madre que acoge a sus hijos. Una superproducción para la RKO, cuyo interés no radica sólo en su opulencia visual, por otra parte nada despreciable, sino en el tratamiento de las circunstancias culturales y políticas en las que se desarrolla la historia inmortal creada por Víctor Hugo. El odio racial al extranjero (en este caso, los gitanos), el oscurantismo religioso, la intolerancia, las consecuencias del invento de la imprenta (tan temida por quienes veían en ella una forma de acceder al conocimiento por parte de la población y, por lo tanto, algo demasiado peligroso), las difíciles relaciones entre el despotismo de la Iglesia, el Estado y el pueblo en el París del siglo XVI, bajo el reinado de Luis XI.

Las tensiones de una sociedad entre lo viejo y lo que está por llegar, Dieterle convierte esta hermosa película en un canto a la modernidad y al progreso, contrapuesto al inmovilismo y a toda clase de prejuicios. Ambas opciones están representadas en el film por Gringoire (Edmond O´Brien) el poeta convencido del poder de las palabras, creando una opinión pública incipiente que haga posible y modifique la forma de pensar y gobernar sin necesidad de recurrir a la violencia, único modo en el que cree Clopin (Thomas Mitchel), rey de los mendigos; y Frollo (Cedric Hardwicke), el repulsivo y abyecto hermano del arzobispo que puesto que Esmeralda(una arrebatadora Maureen O´Hara) despierta en él sentimientos impúdicos que condena como juez, no vacila en condenar a la gitana inocente de un crimen, porque ella le ha rechazado.

Mención especial merece el personaje del jorobado Quasimodo (casi con forma… humana, un genial Charles Laughton), un patético ser de gestos simiescos, que recibe las burlas y el desprecio que no merece por ser diferente, su mirada serena tras su rostro deforme infunde compasión, su sordera debido al sonido de las campanas, escondido tras los muros y por lúgubres pasadizos, que caerá seducido ante la bondad de la gitana que se apiada(como María Magdalena lo hace con Jesús en su calvario) dándole agua tras ser azotado como una bestia, será coronado y puesto en la picota como el rey de los locos, un nombramiento bufonesco víctima de mofa y escarnio por el ignorante populacho. Muestra de una diabólica conjura de las masas abigarradas, manipuladas y carnavalescas.

Un film romántico y gótico que subyuga por su riqueza en matices y acerados diálogos, su discurso siempre refrendado por una impecable ambientación y la fuerza de sus imágenes, esa fotografía expresionista, sus dibujos geométricos, rostros entre la luz y las tinieblas, que evoca pinturas de Brueghel y Rembrandt, esos picados desde el campanario que incluye el movimiento de las masas a las puertas del templo, eje vertebrador de la trama. Una incontestable obra maestra imperecedera de 1939, año de una cosecha fílmica generosa para cualquier cinéfilo y que no fue reconocida seguramente por la cuantiosa cantidad de cintas inmortales.
Antonio Morales
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15 de noviembre de 2005
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo de éste actor llamado Charles Laughton no tiene nombre, realiza una caracterización prodigiosa tan terrorífica como patética, con un personaje harto complicado, que en otra manos hubiera caído en el patetismo más sensiblero.
Por otra parte el genial Dieterle, que nunca será suficientemente valorado, nos regala otra atmósfera opresiva y gótica, otro cuento "mágico" con algunas secuencias realmente memorables: el jorobado siendo azotado o cuando las hordas de mendigos persiguen al poeta (ésta secuencia casí parece extraída de una película de zombies).
En resumen, una delicia para todos los amantes del buen cine (no el adulterado de sentimentalísmo barato, made in Disney).
lovekraft
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