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Bob el jugador

Cine negro Bob es un viejo gánster y un jugador empedernido que está casi a punto de arruinarse. Entonces, a pesar de las advertencias de sus amigos, decide atracar el casino de Dauville. Todo está planeado a la perfección, pero la policía está informada del atraco. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
18 de abril de 2009
59 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer film de gángsters del realizador Jean Pierre Melville (1917-73) y cuarto de su filmografía. El guión es original de J. P. Melville, que lo escribe con la colaboración de Auguste Le Breton, coguionista de “Rififi” (Dassin, 1955). Se rueda en escenarios reales de Paris y en los Studios Jenner (Paris), propiedad del realizador, con un presupuesto modesto. Producido por Jean-Pierre Melville para L’Organisation Générale Cinématografique, Play Art y Production Cyme, se estrena el 24-VIII-1956 (Paris).

La acción dramática tiene lugar en Paris en 1955. Robert Montaigné (Duchesne), más conocido por su apodo “Bob, le flambeur”, tiene unos 45 años, vive en Montmartre (el salón de su casa domina una perspectiva presidida por la fachada principal de la Basílica del Sacré Coeur), peina cabellos blancos, viste con sobria elegancia y es tratado con reconocimiento y respeto por todos los que le conocen. Otros personajes principales son la chica menor de edad Anne (Corey), el proxeneta Marc (Buhr), Paolo (Cauchy) el amante de Anne e Yvonne (Paris), propietaria de un bar de noche. Bob, tras unos años de prisión por delitos contra la propiedad, lleva 20 años apartado de la delincuencia. Cuenta con la amistad del comisario Ledru (Decomble), al que salvó la vida en el pasado. Soltero y sin familia, es adicto a los juegos de azar. Es tranquilo, educado y afectuoso. Una larga mala racha en el juego le ha llevado a una situación económica precaria de la que quiere salir con el producto de un gran atraco al Casino de Deuville (Baja Normandía).

El film suma crimen y drama. Admirador del cine americano, sobre todo del cine negro clásico, Melville inicia en 1956 la realización de una serie de films de gángsters y crímenes que le dan a conocer a nivel internacional y le consagran como un realizador de prestigio.

La narración es sencilla, elegante y precisa. Se sirve en gran medida de la visualidad, acompañada de unos diálogos breves y concisos. Las intervenciones del narrador son escuetas. Compensa el ahorro de palabras con una aportación generosa de elipsis y sobrentendidos. Prácticamente toda la información que el espectador reúne sobre Bob, la obtiene de lo que oye que dicen las personas que le rodean y de ver cómo le tratan. También proceden de las numerosas indicaciones y sugerencias visuales que contiene el film. El relato se presenta depurado hasta la estilización y la esencialidad. Esta característica le confiere un aire trascendente, que eleva el nivel de su interés.

La imagen tiende a predominar sobre la palabra. Como ejemplo del hecho cabe citar la escena en la que el especialista en cerraduras de cajas fuertes (René Salgue) ensaya la tarea que tiene asignada en el plan de una acción conjunta. Mientras el amo trabaja, el pastor alemán que le acompaña refleja, a través de su gestualidad, el avance y el éxito del experimento.

(Sigue en el “spoiler” sin desvelar partes del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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15 de junio de 2015
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suenas las campanas, amanece en París. La Luna y el Sol representan su crepuscular baile, de la misma forma en que los noctámbulos vuelven a casa y la ciudad se levanta para restablecer el orden. El cielo y el infierno se encuentran en Montmartre; los rótulos se apagan. Es hora de limpiar las calles, de encharcarlas de tal forma que Bob, ese viejo y joven hombre, pueda ver el reflejo de su cara de golfo en el asfalto.

Con esta bohemia y romántica atmósfera comienza el inspirador film. Guiado por la voz en off, el espectador conoce a Bob (Roger Duchesne), figura legendaria de un pasado reciente, un gangster venido a menos que agota sus últimos francos entre partidas de cartas y tiradas de dados. Ante esta situación, el vetusto delincuente, advertido por unos y apoyado por otros de sus colegas, se verá envuelto en el que será su último gran golpe: atracar el casino de Dauville.

Jean-Pierre Melville firma esta magnífica película en 1956, suponiendo ésta su primera incursión en el cine negro y policíaco, género que representará gran parte de su carrera y de sus éxitos en obras como ‘El confidente‘ (1962), ‘El silencio de un hombre‘ (1967) y ‘Círculo rojo‘ (1970), entre otras.Cartas y dados al amanecer de Montmartre.

El director francés juega con los elementos propios del género noir y los moldea a su gusto en un film que se sale de la regla. La película versa sobre el destino de los personajes en lugar de centrarse en el atraco. Del mismo modo, la genial y atractiva Anna (Isabelle Corey), femme fatale del entramado, es prácticamente ignorada por el protagonista, y pasa a repartir sus amores por otros personajes del film.

La cinta cuenta con una magnífica ambientación, fruto del gran blanco y negro, los juegos de luces y sombras, el minimalista y acertado acompañamiento musical y la gran reproducción de la atmósfera propia de los bajos fondos del bohemio barrio de Montmartre. La profundidad que se les da a los personajes, piezas angulares del film, es una de las principales bazas del trabajo de Melville, haciendo a Bob casi familiar para el espectador.

Fantástico film de género proveniente de un director de culto en ciernes que seguiría desarrollando su carrera por el sendero trazado en ‘Bob el jugador‘. Película a reivindicar, ya que permanece a la sombra de otras, a priori, consideradas superiores, pero que a nuestro juicio no tiene nada que envidiarles. No duden en perderse, al menos una vez, por la calles de Montmartre al alba, quizá coincidan en una mesa de cartas con Bob, o puede que acaben en las sábanas de Anne.

Reseña de mi blog -> http://lacintablanca.com
Fleming22
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23 de febrero de 2014
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
No necesitamos que la voz en off que tan mínimamente lo señala vaya más allá de esas pocas intervenciones para que quede claro quién es Bob, alguien que es definido por quienes le rodean, por lo que hace, por lo que dicen de él, por lo que podemos percibir en sus reacciones. El aparente minimalismo de Melville supone sólo una pequeña barrera, una vez eliminada se pueden conocer y disfrutar de los ricos matices del carácter de un hombre muy enraizado en el código del hampa. "Bob el jugador" es la triste historia de un hombre que conduce sus maduros años de bar en bar, su apodo no engaña, Bob pertenece al mundo del juego y eso significa que a menudo se mueve entre seres que no son de fiar, truhanes y sinvergüenzas. Pero cuidado!!; él no es de los que traicionan, él puede moverse en el lado salvaje de la vida pero nunca dispararía, nunca delataría a nadie y es fiel con sus amigos de verdad.

La personalidad de Bob es, con diferencia, lo más atractivo de la película de Melville. Para adornarla, porque el cine es movimiento y permanecer en una sana contemplación sin acción sería pasarse, el realizador francés lo pone en un aprieto: lo arruina y a su edad, veinte años depués de su último golpe, lo pone en la cabeza del plan de un atraco de altos vuelos. Ese contraste, el que produce ver a un hombre algo mayor dispuesto a adentrarse en una espiral de acción desatada, es otro acierto de la película. Nada que protestar, la película se mueve por una cuesta abajo que es imposible detener y que conduce a Bob hacia lo inevitable. Lo cierto es que no hay muchas alegrías para él, Melville le ahorra el mal trago del atolladero que siempre supone la "femme fatale" de estas películas, hasta para eso nuestro protagonista es ya mayor y le presta el mal sabor de sus encantos a un secundario, pero pese la honorabilidad que transpira, no nos engañemos, Bob parece condenado desde el primer minuto cuando sale del primer bar.

Así que muy respetable Bob, muy respetable Melville y muy recomendable para aquellos que ya sepan de qué va el cine negro afrancesado, encontrarán aquí muchos motivos de satisfacción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luisito
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9 de julio de 2009
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece como si todo sucediese en esa indefinible franja temporal que separa la noche del día. En ese instante donde mueren los sueños y se despiertan las realidades cotidianas. Es algo así como la hora Melville, la misma en la que cobrarían existencia los personajes de Le doulos. Montmartre se eleva al cielo, Pigalle desciende a los infiernos, y en el tránsito Bob le Flambeur, recogiéndose pero siempre dispuesto al último cigarette y a la última partida, esa que pone la puntilla a una noche aciaga.

Vengo a recordar aquellas letras de Serrat, "camina sobre el bien y el mal, con la cadencia de su vals, mitad juicio y mitad mueca burlona". Aristocracia y tronío. Quizás la orden de la legión de honor que le dio la República francesa. Un buen tipo ese Bob, pero claro, hasta los buenos tipos tienen su precio y 800 millones de francos por muy inflacionados que estén, es una bonita cifra de las que hacen perder el oremus y hasta la vergüenza.

Y hablando de vergüenzas, uno se detiene a repasar el año de realización del film: 1956. Y se pregunta aquello de ¿Qué hiciste en la guerra papi? o lo que es lo mismo ¿en qué convento de las ursulinas andaba yo metido? Es evidente que todavía no eran los tiempos de arremangarse en Perpignan bailando ese tango, que aquello hubo que dejarlo para el 72 y siguientes, pero mientras Paris era una fiesta con Annes dando vueltas en moto, "coming baby" y runruneando, barriguita dentro y pechos afuera, bajo las sábanas, España era la exposición universal de fajos, refajos y otras fiestas de guardar. O sea que, lo de Paris, el oh la la, las francesitas y el amor libre, estaba más cerca de la realidad que del mito y que la cosa pintaba bien, por mucho que se empeñasen en lo contrario los Torquemadas de turno, celosos guardianes de nuestra salvación divina.

Me doy cuenta de que no estoy hablando de cine o lo que es lo mismo estoy hablando de Melville. El mismo Melville que retrató en el sepia más real la resistencia francesa y que aquí realiza un film negro alejado de los esquemas al uso y donde los principios de la ética encuentran acomodo en las nocturnidades del hampa parisiense. Ese Bob que ayuda a la propietaria del night club, que se hermana con un policía o detesta a los proxenetas es un personaje con la singularidad de lo real y con la limpieza de la sordidez.

Pero..."es caprichoso el azar" (Serrat, dixit) y sino que se lo pregunten a Bob le flambeur. No teman, no desvelaré nada. Melville no me lo perdonaría y cada vez estoy más convencido que Melville era mucho Melville.
FATHER CAPRIO
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8 de agosto de 2017
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravillosa película del gran Melville que ya contiene y anuncia uno de los estilos más personales y extraordinarios del cine europeo, que magnificaría pocos años después. Un polar de pura cepa, que camina entre personajes y situaciones comunes pero con una personalidad arrolladora.

Personajes perfectamente definidos, relaciones entre los personajes con mucho más detrás de lo que cuenta, un excelente guion y una extraordinaria puesta en escena. Y no, no se me olvida. Un Roger Duchesne como protagonista, no especialmente brillante, pero con una elegancia y presencia física impresionante. Y por supuesto, una Isabelle Corey debutante que compone una de las femme fatale más increíbles que he visto.

Pero es que lo de Melville vuelve a ser muy grande. Todo es ambiente y ritmo y fuerza. Y gabardinas y sombreros Stetson, por supuesto. Tenía algo de desconfianza en lo que me encontraría en su obra pre-Le Doulos (El confidente), pero esta obra demuestra que sus excelencias venían ya de antes. Hasta el final, tan inesperado como polémico por lo que he leído, me encanta. Creo que Bob le Flambeur es una obra magistral, a la altura de otras películas del genero más conocidas, mediáticas y tan estupendas como Riffifi, de Dassin. Todo un clásico.
cineoptero
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