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Tully

Drama Marlo (Charlize Theron) es una madre con tres hijos, el último recién nacido, que recibe un inesperado regalo de parte de su hermano (Mark Duplass): una niñera para que le ayude por las noches. Al principio le parece una extravagancia, pero Marlo acaba teniendo una relación única con Tully (Mackenzie Davis), una joven niñera amable, sorprendente y, en ocasiones, difícil. (FILMAFFINITY)
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Críticas 58
Críticas ordenadas por utilidad
9 de mayo de 2018
87 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tully es una preciosa fábula sin apariencia de tal que, con la verdad del cine europeo, pero sin renunciar a la agilidad del mejor cine anglosajón, relata las peripecias de una madre a la que su vida no le da más de sí. Pero lejos de ser una simple comedia reivindicativa o de denuncia, la película va mucho más allá. Es una llamada de atención a la capacidad de autoengaño del ser humano. Es la mirada en el espejo del tiempo, y la eterna y temida pregunta que pocos nos atrevemos a preguntarnos, o por lo menos a responder con sinceridad: quiénes éramos, quiénes somos ahora, y si estamos orgullosos de las diferencias entre ambas respuestas.

Tully entrelaza momentos brillantes de humor cómplice e inteligente perfectamente hilvanados con la crudeza de la realidad de una mujer casada, madre de dos hijos y uno por llegar, a la que su marido, un bobalicón con cara de bueno, incapaz de comprender o empatizar con su realidad, le ha convertido en una madre cuasi-soltera. Atrevida en sus formas, y por momentos con un brillante y estilizado montaje, la película muestra la fealdad como parte de la vida, el desgaste del cuerpo sin los edulcorantes a los que Hollywood nos tiene acostumbrados, y el cinismo creciente -y siempre divertido- de una madre pasada de vueltas que mira a la sociedad que la rodea como si fuera un planeta alienígena, y que provoca situaciones hilarantes.

Una película que nos ayudará a empatizar con las mujeres que han sido madres -sobre todo a los que no somos ni mujeres ni madres- y que como toda buena película, planta su temática desde el principio pero pero sin subrayarla, y nos abofetea con toda su fuerza en el último acto, haciendo que cuestionemos la narrativa autoindulgente que hemos creado de nuestra propia vida, a la que hemos asistido como meros espectadores.
Javier Dampierre
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21 de julio de 2018
47 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe una forma de ser madre y que te deje la menor huella posible y es procurando que todo el trabajo delegable posible te lo haga otra. Pero la verdad es que siempre y cuando no se trate de la que hoy conocemos como maternidad subrogada o vientre de alquiler la maternidad continúa siendo un acto personalísimo de la mujer. Y aun facilitando la labor e intentando aligerar la carga en la medida de lo posible, finalmente la tormenta hormonal que supone la fabricación y puesta en el mundo de un nuevo ser humano siempre acaba por pasar factura a la madre
En los casos de absoluta desprotección de la mujer o en situaciones muy estresantes que la colocan en situación de mayor vulnerabilidad es común que para salir adelante suceda lo que aparece en la película. Es bueno que se reconozca y útil que todo el mundo lo sepa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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25 de agosto de 2018
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Digamos que a Diablo Cody le pasa un poco lo que a Anne Rice. Y antes de que alguien se lleve las manos a la cabeza ante la comparación de la autora de Juno con la más prolífica narradora vampírica, déjenme que me explique.
Rice siempre ha sido una excepcional creadora de personajes (las biografías de sus vampiros son fascinantes todas ellas), pero no tanto una hábil narradora de historias no biográficas (como demuestran las idas de olla que son novelas como La Reina de los Condenados o Memnoch el Diablo). Pues a Diablo Cody le pasa un poco lo mismo. Es una gran creadora de personajes (el pelotazo de Juno no fue por casualidad) y tiene sin duda un talento envidiable para el diálogo (atención a la naturalidad que desprenden las conversaciones entre Marlo y Tully), pero el fondo se queda en nada. O en poco, vaya.
Tully es una obvia reflexión acerca del estrés, la maternidad y qué pasa cuando ambas se juntan formando un cóctel explosivo. Vale, hasta ahí todos llegamos, pero cuando se descubre, digámoslo así, lo que hay que descubrir de su trama, ¿en qué queda? O dicho de otro modo. ¿Tanto rollo para eso? ¿Una película entera para después colocar ese fina? No sé. No se pueden dar más detalles sin hacer spoiler, pero sin duda todo el trabajo que ha hecho Cody con la historia queda sin rematar al irse por los derroteros por los que se va.
Por suerte, Jason Reitman acierta poniendo en pantalla a las dos pedazo de actrices que ha escogido. Charlize Theron es un portento, haga lo que haga, y esta es quizás su mejor interpretación desde que ganara todos los premios del mundo por Monster, pero Mackenzie Davis no se queda atrás. Está divertida, sexy, misteriosa, y sobre todo carismática, demostrando la actriz todoterreno que es y que ya apuntaba esas maravillosas maneras en el magistral episodio "San Junipero" de Black Mirror.
Correcta, pero daba para más. Se queda a medio gas.

Lo mejor: Sus dos protagonistas, ambas excepcionales, y los diálogos marca de la casa de Cody.
Lo peor: El final no es satisfactoria. Se queda a medio gas delo que podría haber dado.
Sibila de Delfos
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24 de junio de 2018
22 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia que gira sobre una mujer a punto de parir su tercer hijo, Marlo (Charlize Theron), una mujer desbaratada físicamente y mentalmente por la responsabilidad de su multimaternidad, por el abatimiento que le provocan responsabilidades múltiples que incluyen un hijo discapacitado que roza el autismo, un infinito cansancio y la tristeza que se cierne sobre ella en una depresión postparto. Marlon piensa el giro que en todo sentido ha experimentado su vida entre un antes y un después de ser madre. Ama a su gris esposo Drew (Ron Livingston), un hombre bueno que también la ama y que tiene que viajar constantemente por asuntos de trabajo. En una reunión con su generoso y bien posicionado hermano (Mark Duplass), éste le ofrece obsequiarle con una niñera que la ayude por la noche.

Lo que parece una extravagancia acaba siendo una revelación sin par cuando aparece Tully (Mackenzie Davis), una niñera joven, mona, animosa e increíble, una figura élfica, un ser luminoso que además de ocuparse del bebé friega la casa y hasta hace ricas magdalenas sin alterar los ritmos familiares; esta niñera viene a ser la alegoría de esa mujer que las madres pierden temporalmente de vista cuando se convierten en mamás. En este punto comienzan a ocurrir acontecimientos extraordinarios y optimistas, tanto para la exhausta madre, como para el espectador que los presencia desde la butaca. Entre ambas mujeres se forja una relación única que deviene enigma.

El director Jason Reitman y la guionista Diablo Cody apuestan (de nuevo), por construir la semblanza poliédrica de un personaje femenino muy particular que lucha contra todo y contra todos, a la par que echa sobre sus hombros una carga de enormes dimensiones como madre responsable y abnegada. No sabría decir si estamos ante una comedia incisiva y con mordiente o un melodrama con tintes sociales y reivindicativos que destila feminismo y crucifica a un marido mediocre y torpe que por las noches sólo hace que jugar a la video-consola. De lo que no cabe duda es que la narración da un vuelco definitivo en el tercer tiempo del film que yo no voy a desvelar, pero que a muchos deja pensando o como mínimo sorprendidos.

Pero la que sin duda mantiene en gran medida el film es una Charlize Theron inconmensurable que ha tenido que mutar su físico bonito a uno deslucido y ajado, y añadir veinte kilos a su insigne cuerpo más maquillaje y vestuario, para parecer una especie de foca con el rostro deformado. Mas nada de eso quita para que la Theron sea esa actriz genial que fascina y aporta absoluta credibilidad a su personaje, que comunica con su mirada, con sus gestos sobrios y matizados, con su voz. Acompañándola una Mackenzie Davis convincente capaz de dar la réplica a la Theron. Mark Duplass bien como el hermano ricachón y bueno. Ron Livingston, correcto como marido pánfilo y lerdo. Y acompañando mejor que bien Emily Haine correcta, Elaine Tan, Maddie Dixon-Poirier y Lia Frankland, como digo, todos en buen nivel.

En esta cinta Cody y Reitman se han inclinado por colocarnos delante de la pantalla a una madre con tres hijos, una esposa modélica y un alma sufriente tras su tercer parto. Esta no es una historia idílica de nenitos rubios correteando por un hermoso jardín de blanca verja donde la familia ríe alegre y feliz como en los cuentos. Esta no es una familia de cuento, es más bien de anti-cuento. El film da un repaso despiadado a esos momentos penosos que la maternidad tiene en un diversas secuencias de montaje crudas: llantos nocturnos, sacaleches para guardar, teta que va y viene, pizza congelada para todos en la cena y el pobre y obtuso padre jugando a la Play en la cama. Entre otras, Marlo, que hace lo imposible por ser la mejor madre y la esposa dulce y abnegada, se ha olvidado de sí misma. Esa es la cuestión. Un mensaje que puede no resultar trascendente para algún espectador o crítico que, empero, alguien tenía que denunciar. Y a fe que el canadiense Jason Reitman y la norteamericana Brook Busey-Hunt, más conocida por el seudónimo «Diablo Cody», lo consiguen, incluida su carga de misterio.

En resumen, una fábula terrible y demoledora sobre la maternidad desde una perspectiva hiperrealista y nada delicada cuando aborda asuntos que en muchos casos se silencian (la depresión, la pérdida de identidad como mujer, la añoranza de lo que fue, etc.). La narración es sutil e inteligente y hace una declarada denuncia a eso que solemos denominar ‘guardar las apariencias’. Un film que pone en evidencia que en tantas ocasiones, la maternidad, la familia y todo eso, es en cierto modo una ensoñación, el espejismo de que todo está de maravilla, cuando la realidad demuestra, que lo aparente es, frecuentemente, un gran engaño.
Kikivall
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10 de junio de 2018
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviera que hacer una lista de las películas más infravaloradas e incomprendidas de la última década, una de las primeras en incluir sería 'Young Adult' (2011), una comedia negrísima con la que muy pocos empatizaron, quizás por el miedo a verse reflejados en su protagonista, una mujer que intenta llenar un vacío existencial tremendo a base de autoengaños y de revivir los sueños de la burbuja que fue su adolescencia. Tanto su director, Jason Reitman, como su guionista, Diablo Cody, no han conseguido estar tan inspirados desde entonces, no así su protagonista, Charlize Theron, que con su Imperator Furiosa de 'Max Max: Furia en la carretera' (2015), nos dejó uno de los personajes más icónicos que nos ha dado el cine de acción. Siete años después, el trío ha vuelto a reunirse para 'Tully', película que aborda el drama de una madre en apuros desde una perspectiva íntima y profunda.

Theron encarna a Marlo, una madre que hace malabarismos para hacerse cargo de sus tres hijos, uno de ellos recién nacido, mientras su marido (Ron Livingston) trabaja y juega a videojuegos hasta quedarse dormido. Exhausta, acepta el regalo ofrecido por su hermano (Mark Dupplass) de disfrutar de los servicios de una niñera que se haga cargo del bebé para que pueda dormir más por las noches. La niñera en cuesitón, Tully, encarnada por la siempre estupenda Mackenzie Davis, no es Mary Poppins ni falta que le hace, pues se presenta como un rayo de sol en una semana de lluvia para Marlo: cálida, curiosa, vivaz y amistosa. Al principio, Marlo se muestra recelosa, pero poco a poco irá abriéndose a ella, y su comportamiento irá cambiando conforme la relación se vuelve más íntima entre ellas. La película se revela como un estudio de personaje minucioso a través del cual se abordan cuestiones tan relevantes como la presión social a la que están sometidas las mujeres para ser féminas perfectas, madres perfectas y esposas perfectas, conceptos que parecen desfasados pero que lamentablemente siguen existiendo, aunque intenten pasar desapercibidos bajo un barniz de modernidad.

La contraposición entre Tully y Marlo también sirve para reflejar que, con los años, tendemos a resignarnos más ante los problemas que se nos presentan, así como a olvidar las grandes aspiraciones de la juventud, hasta llegar a un punto en el que nos vemos atrapados en una vida que no se corresponde con lo que aspirábamos a conseguir cuando nos veíamos con fuerzas para comernos el mundo. La desilusión de la vida adulta ya se ha abordado en numerosas películas, pero 'Tully' consigue desmarcarse del resto con un giro de guion que confiere a la historia un tono mucho más amargo y triste que el aparente, a cambio de aceptar que hemos sido un poco engañados; pelín tramposo, pero justificado por todo lo que aporta al ya de por sí jugoso libreto obra de Diablo Cody, su trabajo más maduro hasta la fecha, sin perder esa mala baba y acidez que caracterizan su escritura. Jason Reitman también hace un estupendo trabajo de dirección, luciéndose en algunos montajes, como aquel que plasma la rutina diaria de Marlo, pero sobre todo facilitando que el guion y su estrella protagonista eleven la película.

A estas alturas, Charlize Theron no tiene que demostrar nada, ni tiene la necesidad de afearse o de engordar para recordarnos lo buena actriz que es, pero eso no quita que su interpretación en 'Tully' merezca ser encumbrada como una de las mejores de su carrera. Porque más allá de las ojeras y los kilos de más, la sudafricana manifiesta a la perfección el agotamiento físico y psicológico de su personaje, el rencor que siente hacia el mundo, su insatisfacción personal, el amor a sus hijos y los efectos de la soledad y la tristeza en los que está sumida. El film se vale de métodos narrativos un tanto cuestionables para defender una tesis y un personaje que, por otra parte, son necesarios para derribar murallas y acabar con estigmas, y además, introduce una pequeña pero cariñosa reivindicación de la educación pública, tan necesaria como agradecida.
Blanch
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