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Nostalgia

Drama Andrei Gorchakov, un poeta ruso, recorre Italia en compañía de Eugenia con la intención de investigar la vida de un compositor del siglo XVI sobre el que está escribiendo. En su viaje se encontrarán con el apocalíptico Domenico. (FILMAFFINITY)
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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
4 de julio de 2007
201 de 235 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine puede ser muchas cosas, el cine puede ser un medio de evasión, de diversión, el cine puede ser un medio de plasmar una realidad social y quizá de criticarla, el cine es una forma de vivir otras vidas y, a veces, el cine puede ser un arte.

Por eso es difícil valorar películas, es imposible ser objetivo, pero también es complicado meter en el mismo rasero las películas de Tarkovsky y las de Stallone.

Cuando ves una película de Tarkovsky, como ya decía otra crítica, no puedes esperar aventuras ni emociones fuertes, estás ante algo completamente distinto. Y con esto no quiero decir que sea ni mejor ni peor, simplemente distinto, igual que en un momento dado te puede apetecer más ver un partido de fútbol o jugar a la consola que irte al Museo del Prado.

Y es que las películas de Tarkovsky hay que verlas casi como si fueran un cuadro, saboreándolas, disfrutando de su fotografía y de su profundidad temática y, quizá, pensando.

Nostalghia es un buen ejemplo de este cine pausado y poético y, quiero decir, aunque sea algo completamente personal, que las películas de Tarkovsky me parecen sinceras, algo que no puedo afirmar de otras películas pretendidamente poéticas (se dice el pecado pero no el pecador).

No se puede pretender que a todo el mundo le guste este tipo de cine, a mí tampoco me gusta en cualquier momento, pero sí que se puede pedir respeto, pues lo más fácil que se puede hacer cuando no se comprende algo es criticarlo.
Dr Strangelove
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14 de marzo de 2009
162 de 169 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) Tarkovsky, que fuera de Rusia no se hallaba a sí mismo y enfermaba, realiza en “Nostalgia” un hermético despliegue de imágenes poéticas a partir del concepto que da título a la película; imágenes como la de las ruinas de la catedral de San Galgano albergando una casa rural rusa, composición de impresionante fuerza, o las innumerables protagonizadas por el agua.
La hostilidad de las autoridades soviéticas, el odio que le dedicaban los funcionarios encargados de neutralizar sus proyectos, le habían obligado a buscar salida en Occidente con el consiguiente riesgo, para un alma puramente rusa como la suya, de no superar el desarraigo.

2) El drama personal ya se filtra en “Nostalgia”: el poeta Gorchakov, agriado y achacoso aunque joven, intenta en su exilio una búsqueda inconcreta. Vaga por una Toscana transfigurada, ajena al cliché de la luminosidad latina. Es más bien el reconocible universo de Tarkovsky, el mismo de La Zona de “Stalker”: un mundo neblinoso, ruinoso, encharcado, en el interior de cuyos caserones caen aguaceros. Y vaga sin hacer turismo; no entra en iglesias ni asiste a liturgias de valor folklórico. Su incapacitadora nostalgia no tiene que ver sólo con la lejana patria, las raíces familiares y la infancia, sino con la existencia misma, en extrapolación metafísica. El mundo es irreconocible y extraño para el hombre. Se repara por ello en la maternidad, por la que se nace a este mundo. De ahí la invocación a la Virgen en la capilla, de ahí la imagen detallada de la ‘Madonna del Parto’ de Piero Della Francesca. El nacimiento, la encarnación del espíritu en la materia, es también el comienzo del irremediable sentimiento de nostalgia.

3) En el intenso discurso lírico apenas hay narración, es casi una trama inmóvil: una acompañante de Gorchakov se siente ofendida en su feminidad por la severa melancolía del poeta, quien a cada poco evoca dolorosamente a su familia, en la casa de campo entre bruma y bosques eslavos.
El contacto con el loco huraño Domenico le proporciona una enigmática tarea, a vivir como rito trascendental: atravesar una piscina termal abandonada llevando una vela encendida.
Domenico se sube al caballo de la estatua romana de Marco Aurelio y lanza un sermón de corte milenarista, dislocado y lúcido, sobre el vergonzoso estado del hombre actual.

4) Tarkovsky, a quien tras esta pieza de sombría belleza sólo quedaba por rodar “Sacrificio”, consideraba que el cine puede ofrecer la imagen del alma humana. De hecho, cada una de sus películas parece fragmento de una macropelícula estática e ilimitada.
En sus últimos diarios anotaba: “Para encontrar la forma de cambiar el mundo debo encontrar la forma de cambiarme a mí mismo”. Dedicado en “Nostalgia” a ese empeño, trabajó con claves íntimas (aunque no tan privadamente tratadas como en “El espejo”) y lo señaló como el film que mejor le expresaba.
Archilupo
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31 de enero de 2010
137 de 163 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya está, acabo de rendirme. Esta es la quinta película que veo de Tarkovsky y definitivamente me ha desarmado por completo, me arrodillo a sus pies, beso sus zapatos, dejo que el musgo que nace entre los adoquines de sus suelos acaricie mis mejillas. Dejadme ser subjetivo, dejadme, por favor, ser subjetivo. No me juzguéis, no os lo toméis como un ataque, como una ofensa, como si estuviera tomando partido, como si me creyera mejor o peor que nadie, como si alguna vez supiese algo que otra persona no hubiese pensado o sentido antes que yo, sólo dejadme decir que es el mejor. Dejadme decir alto y claro que Andrei Tarkovsky es el mejor director de la historia del cine, dejadme decir no se siente en otras películas lo que se siente en las suyas, que el aire sabe distinto, que al agua se escucha entre los labios, que el fuego arde entre las hiedras. Dejadme divagar, dejadme seguir saboreando la exaltación interior que aún remueve mis entrañas. Ya tendré tiempo a arrepentirme mañana, ya tendré tiempo a pensar y juzgar y comparar y analizar y destripar todo lo que es destripable y analizable y comparable. No se puede ser tan bueno, simplemente no se puede. No me importa de qué va la película, no me importa nada, sólo dejadme beber de las imágenes, de cada una de ellas, sentir como bajan por la garganta y reposan en el alma. No sé cómo seguir, no puedo seguir.

Sólo quiero dar las gracias, gracias por el arte, gracias por el cine, gracias por Tarkovsky.
R_DeNIRO
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28 de mayo de 2010
53 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Encendamos una vela por las cosas perdidas, por lo que se fue, por los momentos desperdiciados, esos momentos que no valoramos cuando suceden y que estamos condenados a añorar cuando ya han pasado.
Encendamos una vela y atravesemos una piscina vetusta, rezumante de humedad y bruma, tratando de alcanzar el otro extremo sin que la llama se haya apagado. Intentémoslo sin rendirnos, si la llamita se extingue a medio camino y hay que regresar al principio para comenzar otra vez.
Ese era el deseo de un loco. Caminar por el agua con una vela prendida, hacerlo por este mundo de ciegos que ignoran que la verdad es mucho más sencilla de lo que se cree.
Curioso devenir el del hombre. Empeñado en perder lo más querido para sentir el latigazo de la nostalgia cuando ya es tarde.
Tarkovsky era el lenguaje puro de la imagen. Era el agua omnipresente susurrando. Corrientes, lluvias, charcos, estanques, ríos. Agua que fluye y agua estancada. La esencia de la vida, donde todo empezó, fundida con explosiones de verdor a las que alimenta. Planos fijos y de movimiento lento, recreándose en el líquido elemento que esculpe la naturaleza y la piedra vieja abandonada en ninguna parte.
Símbolo del desgaste, metáfora del llanto, de la crueldad, la perseverancia y el olvido del tiempo, las gotas incesantes marcan el compás de fondo de la más desnuda añoranza. Las lágrimas por los errores que no se pueden borrar, por la familia que ya no está, por el hogar lejano o aniquilado, por recuerdos que, entre las grandes decepciones arrastradas, persisten con la insistencia de la llamita de la vela protegida con sumo cuidado para que siga brillando.
Los grises de lo extinto, de lo que sucedió, y los colores tristones de lo que queda en el presente, más irreales éstos que aquel blanco y negro huidizo. Quizás la locura inventa este presente de torturado colorido (donde se incluyen los dorados cabellos largos y el cuerpo gentil de Eugenia) y lo real es lo otro, las esposas amadas, los hijos y la casa en matices cercanos a un sepia desvaído, y el instante preciso, o indeterminado, en que se echaron a perder, en que se alejaron sin posibilidad de retroceso, porque no se les permitió, porque se les había cerrado la puerta. Como también se escurre lo de ahora, volátil, espejismo sin huella.
El ruso filma el desconsuelo convertido en agua, en piedra antigua y corroída, en pasillos desiertos, en estancias inundadas de sombra, en botellas de cristal vacías, en pena, en locura (o tal vez lucidez), en desilusión y en silencio.
Vivoleyendo
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23 de julio de 2013
41 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Pues solo como fenómeno estético están enteramente justificados la existencia y el mundo». Friedrich Nietzsche.
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Igual que Nietzsche enfatizó el sentimiento de nuestra existencia o flujo natural, retrotrayéndose al macrocosmos del nacimiento de la tragedia presocrática (defendiendo la vida como arte o como estética), así Tarkovski toma un sentido similar a la hora de forjar su cine. Donde muchos buscan interpretaciones (ya ni siquiera narración) el ruso trama un sentido alegórico como “juego” del arte a través del cual llegar al fuego (o agua) poético de la condición humana. Habla en parábolas, como los poetas –así se dice en "Zaratustra"–, y las lleva hasta más allá de su propio contenido.

Toma el mundo como una enorme rueda de la fortuna y lo traduce a imágenes. Imágenes que siempre tienen algún tipo de sentido –como bien señalan otras opiniones que desbrozan las “intenciones” inteligibles–, porque es imposible hablar sin decir absolutamente nada. Pero Tars destacó siempre por sus intangibles. Un cine que no elude el carácter “abierto”, incorpóreo y confuso del hombre y su élan vital. Por eso no explica. Por eso “aburre”.

Como el filósofo alemán, la justificación última del cineasta ruso parece ser estética (la contemplación de lo trascendente). Somos escenario, nosotros y sus personajes, materia de sueño shakesperiano. Somos la parte vigía de la triste belleza que es el mundo. Más sueño que constatación. Ahí los poetas, como el realizador soviético, tienen la misión de dar cuenta de una espiritualidad ciega que se retrae, se esconde, y que es imposible nombrar y señalar completamente.

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«Cuando el cine no es documental, es sueño. Por eso Tarkovski es el más grande de todos; con gran naturalidad se mueve por la morada de los sueños. No da explicaciones. Después de todo, ¿qué podría explicar?». Ingmar Bergman (La linterna mágica).
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Como Hölderlin –y la esencia de su poesía– tenía el cometido de ser vehículo a través del cual la divinidad hablara. Como Rilke, Van Gogh, Bresson, Ozu… Tantos y tantos stalkers que a través de los siglos han poblado nuestras artes enseñándonos el camino de lo único que dejaremos: la huella sincera de un diálogo artístico que eternamente llora nuestra propia insignificancia.
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«Lo que permanece lo fundan los poetas». Friedrich Hölderlin.
Bloomsday
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