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Enigma en París

Comedia. Terror Paris es una pequeña ciudad australiana cuyos habitantes viven de la venta de los objetos de valor que roban, tras los accidentes de tráfico que se producen en los alrededores; pero tantos accidentes no pueden ser fruto del azar. Arthur y George, dos hermanos que se dirigen a Paris, sufren un aparatoso accidente en el que George pierde la vida. Arthur se queda en la ciudad precisamente en un momento en que algunos jóvenes empiezan a ... [+]
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
24 de agosto de 2008
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carta de presentación de Peter Weir al mundo se concibe con esta mezcla de comedia negra y cine fantástico ambientado en un pueblecito recóndito de la campiña australiana que, para colmo, se llama París. Contínuamente se suceden misteriosos accidentes de tránsito en tan aislado lugar por lo que los habitantes se aprovechan de saquear lo que pueden de los inafortunados conductores y pasajeros. Un superviviente que sale ileso será el centro de atención de los habitantes del lugar.

A Weir no se le podía dar un mínimo de confianza viendo un film de esta talla. Ya es decir mucho de un director australiano que empezó a sentar unas bases en la forma de dirigir películas en su país y, como divertimento, este film reune todas las condiciones. Todavía tenía que madurar y no lo resolvería hasta dar con su pragmática "Picnic at Hanging Rock" y la más ambiciosa "The Last Wave".
Natxo Borràs
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2 de mayo de 2009
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante film, de un jovencísimo Peter Weir que con apenas veinticinco añitos ya empezaba a obsequiarnos con algunas gotas de su inmenso talento, talento que como los más cinéfilos pueden constatar, se diluyó al ponerse al servicio de la gran industria que es Hollywood. Desde luego, el tema no es otro que la completa deshumanización que sufre la sociedad y el ser humano, citando a Thomas Hobbes, "el hombre es un lobo para el hombre".
Los habitantes del inhóspito pueblo australiano de Paris dan buena muestra de ello, bastándose de sus instintos más primarios para sobrevivir al día a día aunque para ello tengan que cercenar las vidas de los incautos forasteros que se atrevan a acercarse (motorizados, claro está) a las inmediaciones de un lugar situado en ninguna parte. La película tiene una estética, un tanto feísta, con detalles que van a caballo entre lo surrealista y el absurdo.
Al ver esta película, me vinieron a la cabeza 2 films: Giro al Infierno de Oliver Stone, y la saga Mad Max, de George Miller. No tengo claro si Oliver Stone se vió influenciado por este film a la hora de recrear el pueblo donde Sean Penn sufre sus diferentes avatares aunque las similitudes son manifiestas en cuánto a lo surrealista del comportamiento de personajes y el desarrollo de situaciones. Por otro lado, creo que es indudable la influencia que tuvo sobre las sagas de Mad Max, y en especial, la primera, al situar la acción en un terreno inhóspito y utilizar el automóvil como máquina de matar.
A pesar de tener un ritmo desigual que decae hacia la mitad de la película y resurge con la catarsis final, tanto del personaje principal, Arthur, como de los habitantes de París, y algunos agujeros en el guíon, sobre todo, echo en falta un mayor desarrollo de lo que de verdad ocurre en el hospital con las víctimas de los accidentes, creo que es una película recomendable para todos aquellos que quieran disfrutar de una película de argumento más que original, arriesgada y diferente al cine comercial que estamos hartos de ver.
derek
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12 de abril de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1974 un jovencísimo Peter Weir nos presentaba su opera prima, una metáfora del automóvil como tecnología terrorífica y decadente. Coincidencia o no, hay que recordar que un año antes el escritor inglés J.G..Ballard publicaba su novela "Crash", donde los coches también representaban un objeto freudiano de placer y muerte. Ballard inauguraba de esa forma lo que hoy se conoce con el anglicismo de "porn ruin", futuros distópicos donde las comodidades tecnológicas eran abandonadas por una sociedad que prescindia de ellas, quedando a merced del óxido y la ruina de un mundo convertido en páramo.

Hay mucho de todo eso en la peli de Weir, un thriller rural enrarecido, ubicado en un siniestro pueblo australiano, construido a partir de reconocibles referencias cinéfilas: desde la asfixia psicológica de Roman Polansky, al western barroco de Sergio Leone, incluso rastros del esperpento felliniano. La película convirtió las carreteras australianas en escenario apocalíptico antes de que lo hicieran las bandas motorizadas de Mad Max. También sus amenazantes coches se adelantaron a la versión de "Crash" que David Cronenberg llevó al cine. En los años 80 también Stephen King se subió al carro de este género en ciernes con su novela "Christine".
Robert Denigro
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28 de septiembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película la ví de pequeño y la tenía un recuerdo muy malo. Hoy la he revisionado y me ha sorprendido, sobre todo el transfondo psicológico de los personajes: como nuestro protagonista, tras el trauma de la muerte de su hermano en coche, intenta recuperarse y recae, siempre por culpa de los coches (por ejemplo, cuando se mira por primera vez en el espejo, tras el accidente, lo hace en un retrovisor de un coche, por lo que vuelve a recaer. A parte de esto, y pese que tiene un ritmo lento muy parecido al del Nuevo Cine Francés, la película me ha enganchado.
Kitus1983
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1 de julio de 2022
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Peliculón el debut de Peter Weir, sobre un paraje rural Australiano que provoca "accidentes" automovilísticos a los visitantes ocasionales. Memorables escenas en las que, una vez sucedido el siniestro, todo el pueblo participa del desgüace, robo, hurto y manipulación de las víctimas. Como que la economía del pueblucho se mueve al ritmo del tétrico modus operandi descripto. Podría decirse que se trata de una negra comedia de suspenso.

Yo se la recomiendo a todos, pero aquellos que gustan del cine australiano no deberían perdérsela por nada del mundo. Acá está todo: desprecio por la vida en los márgenes de la civilización; infernales secuencias de violencia (y fetichismo) automotriz; culto a la fealdad y a la decadencia, planos delirantes y retratos de llamativos y espantosos pueblerinos. Algunos travelings hacen pasar por la pantalla hierros oxidados, incendios abandonados, mugre, chatarra, desierto, y cadáveres devaluados de bichos o personas, componiendo una suerte de poética de la resignación sorprendentemente bella.

Hacia el final, el delirante guión deja demasiados huecos, pero la primer mitad es una gloria total. Sólo por eso no le cabe el 10.
Repoman
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