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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 841
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
13 de mayo de 2024
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Cada vez que Jason Reitman dirige un guión de Diablo Cody es fiesta mayor para el cinéfilo. Semejante dupla de creadores artísticos han parido comedias capitales del cine contemporáneo del nivel de “Juno”, “Tully” y esta portentosa “Young adult”. Donde en otras combinaciones cómicas reina la estulticia, aquí nos apabulla su profundidad, la solidez de sus personajes, la lucidez de sus diálogos y la amargura que se muestra en pantalla entre risa y risa de manera cruda y sin piedad para el espectador. En esta ocasión, incluso con cierto aire lánguido de historia de perdedores que la conecta directamente con el mejor Alexander Payne.

Aunque no llegue a la maestría histórica de “Tully”, la sabiduría visual de Reitman encaja como un guante en los cínicos guiones de la gran Diablo Cody y encuentran en Charlize Theron la mujer perfecta para encarnarlos. “Young adult” funciona con absoluta perfección de principio a fin, derrocha carcajadas y amargura a partes iguales, incomoda cuando se necesita y emociona en el momento justo. Suena a perfecto porque sin duda esta cinta alcanza dicha perfección en algunos momentos de su ajustado metraje.

Hay seres humanos que no evolucionan, que se quedan atascados en una adolescencia perpetua, que no son capaces de encontrar el hilo del que tirar para alcanzar su madurez, que piensan que el mundo se ha congelado y detenido en el momento en el que ellos lo hicieron. Pero no es así, por lo que el golpe contra la cruda realidad es épico y las consecuencias nefastas.

Es justo lo que le ocurre a la protagonista de esta historia, magistralmente interpretada por una diosa llamada Charlize Theron. Mavis Gary es casi cuarentona, iba a alcanzar las mieles del éxito como escritora pero acabó embarrancando por el camino, está divorciada, sola, deprimida, alcoholizada y perdida. Y es justo en ese momento cuando tiene noticia de que su novio de toda la vida en el pueblo donde nació ha sido padre y se le ocurre la peregrina idea de volver a tan remoto y cateto lugar para reconquistarlo, en la vacua creencia de que con él llegarán aquellos tiempos que pasaron.

La lucidez de la historia y la perfección en la forma en la que se presentan conforman un film maravilloso de visión imprescindible que luce una fantástica fotografía de Eric Steelberg y una adecuada música de Rolfe Kent.
Sergio Berbel
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9
11 de mayo de 2024
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La jovencísima cineasta canadiense Charlotte Le Bon logra tocarnos la fibra sensible con su sutil y exquisita “Falcon Lake”, la narración de la experiencia estival iniciática de un chaval de 12 años que, por las circunstancias de la casa en la que va a pasar el verano a la orilla de un perturbador lago cargado de leyendas de ahogados y apariciones, inicia una relación de amistad y descubrimiento sexual con una adolescente de 16 años.

Pero lo más interesante de la propuesta es la forma susurrada, onírica, casi de realismo mágico, de ese despertar de los sentidos de alguien que ya está dejando de ser niño pero que todavía no alcanza los parámetros propios de la adolescencia. Mientras tanto, los adultos aparecen totalmente desdibujados, apenas un borrón sin definir en el film, porque sus cuitas no nos importan, estamos centrados en esos dos fantásticos personajes que están impulsando por primera vez sus barreras vitales.

El guión de la propia Charlotte Le Bon, adaptando una novela gráfica de Bastien Vives, funciona a la perfección, tomándose su tiempo sabiamente para ir desarrollando la relación entre ambos jóvenes con escenas bellísimas como la de la ducha, de una sensibilidad apabullante, que se sostiene especialmente sobre el excelso trabajo interpretativo de sus dos jóvenes protagonistas, Joseph Engel y Sara Montpetit, ambos ciertamente brillantes en su contención medida.

Para crear una atmósfera casi de cuento resulta importante la dirección de fotografía de Kristof Brandl y la fantasmagórica música de Shida Shahabi.
Sergio Berbel
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8
8 de mayo de 2024
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La ópera prima del siempre interesante cineasta argentino Santiago Mitre supone un ejercicio didáctico sobre la sucia realidad de la política a través de la narración de los entresijos de unas elecciones a Rector de la Universidad de Buenos Aires, pero es, por encima de todo, el retrato de un arribista, de un joven sin escrúpulos y sin más ideología que la de medrar para llegar a lo más alto, utilizando para ello su privilegiado físico y su retorcida mente y, a ser posible, sin ofrecer esfuerzo ni sacrificio por el camino.

“El estudiante” presenta un magnífico equilibrio entre forma y fondo porque, para desarrollar una cinta tan pegada a la realidad y a lo nauseabundo del ser humano, también en su naturaleza política, utiliza para ello unas formas visuales cercanas al documental con cámara al hombro y reencuadres constantes que subrayan esa intención verista y naturalista a través de una fotografía feísta con tono de cámara de video. La sensación de realidad que ofrece a un espectador que se acerca a mirar por el ojo de la cerradura de las aulas resulta apabullante.

Pero la gran baza que eleva el film es la interpretación de la chica utilizada por el arribista para llegar a la cima y que encarna la maravillosa Romina Paula de una manera magistral. Su expresividad innata no tiene precio y traslada, tan sólo a través de una mirada o un gesto minimalista, una catarata de emociones al espectador de una forma insuperable. La cinta comienza a apasionarme conforme Romina Paula va adquiriendo peso en la historia y ante la pantalla. Sencillamente magistral.

Ello a pesar de que el protagonismo recae sobre el actor Esteban Lamothe, presente casi en todos los planos del film, creíble en todo momento aunque con algunos problemas de vocalización y siempre ensombrecido por el derroche interpretativo de Romina Paula.

La escasa música del film corre a cargo de Los Natas y sus 111 minutos de metraje resultan perfectamente adecuados al perfecto ritmo narrativo del que hace gala la cinta.
Sergio Berbel
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8
5 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los dos géneros cinematográficos que han producido un mayor número de engendros intragables han sido el terror y la comedia romántica. Acercarse a ambos debe hacerse con enorme prudencia y prevención. Por eso, cuando alcanzas alguna comedia romántica inteligente y lúcida, como es el caso de “Dos en la carretera”, se agradece tanto.

Stanley Donen, un nombre propio en el cine musical, probó fortuna en este género jugando sobre seguro a través de un inteligente guión de Frederic Raphael y las eternas interpretaciones es de Audrey Hepburn y Albert Finney. El resto, lo pone el saber hacer y el oficio del maestro Donen tras la cámara.

La siguiente baza que juega el film es su forma narrativa: entrecortada y mezclando tres espacios temporales diferentes para mostrar tres etapas distintas de una relación sentimental: cuando se inicia, cuando se consolida y cuando decae. Todo ello a través de una pareja siempre en la carretera, forjando una atípica “road movie”.

Desde el punto de vista técnico, concurren dos elementos esenciales: la maravillosa fotografía de Christopher Challis de un espíritu sesentero adorable y, sobre todo y por encima de todo, la partitura musical de un tal Henry Mancini, alrededor de un único tema central que todos tenemos clavado en lo mejor de nuestro subconsciente y que va mostrándose a lo largo del metraje en decenas de versiones distintas. Otro alarde compositivo de Mancini, uno de los más grandes músicos de la historia del cine.
Sergio Berbel
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10
2 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No existe temática cinematográfica o literaria que me fascine más que la disección de la institución familiar a la búsqueda de su reverso tenebroso. Existen para ello tres obra maestras incontestables en el cine norteamericano: “El graduado” de Mike Nichols como antecedente y “American Beauty” de Sam Mendes como consecuencia. En medio, la magistral “La tormenta de hielo” de Ang Lee.

Es tan cierto como injusto que la mejor película de Ang Lee (antes de que se dedicara en cuerpo y alma al mundo de las palomitas), su verdadera obra maestra imperecedera, sea tan poco conocida. “La tormenta de hielo” es la perfecta y gélida precursora de “American Beauty”, se anticipó en casi todo lo que Sam Mendes y Alan Ball nos querían contar sobre el reverso tenebroso que existe detrás de toda aparentemente modélica familia norteamericana de clase media alta.

Gente que parece que lo tiene todo: lujosa vivienda unifamiliar, buen coche, piscina, una familia modélica, y sin embargo… anidan en su seno dos peligrosos monstruos que los devoran: por supuesto, nada es lo que parece ser y todo el mundo esconde secretos inconfesables, casi todos relacionados con el sexo; y no existe la familia normal, porque quizás todas sean disfuncionales por definición y acaban haciendo enloquecer a sus componentes. La frustración, el hastío, la continua sensación de fracaso vital se contagia de padres a hijos y es tan tangible en los adultos como en los adolescentes que protagonizan esta cinta, todos ellos perdidos sin remedio en una desorientación generalizada.

Ang Lee no tiene piedad por sus criaturas, sencillamente porque son patéticas, y utiliza una pléyade de grandes actores y actrices para descuartizar a la sociedad occidental moderna con precisión de cirujano, ambientando su relato en una etapa liberal en las costumbres sexuales del norteamericano, los años 70, la década donde pasó casi todo lo importante, mientras que en la televisión que ven sus personajes Nixon trata de escapar del Caso Watergate.

Kevin Kline es un patético adúltero del que hasta su amante (Sigourney Weaber) está hastiada. Su esposa (colosal Joan Allen) es cleptómana y sospecha la infidelidad marital mucho más de lo que aparenta. Su hijo (Tobey Maguire) no tiene escrúpulos en recurrir a las drogas para seducir a la chica que le gusta (Katie Holmes). Su hija (espléndida y perturbadora Christina Ricci) está obsesionada con el sexo y con el hijo menor de los padres de sus amigos. Mientras tanto, el otro hijo trata de contener sus pulsiones sexuales de experimentación constante sin dejar de ser un niño en el fondo (Elijah Wood)…

Y todo bajo una tormenta de hielo ingobernable hacia donde se dirige de cabeza el apoteósico guión de James Schamus (adaptando una novela de Rick Moody que me encantaría leer) como colofón de todo, unas lluvias intensas mezcladas con una repentina bajada de temperaturas que los hombres del tiempo venían anunciando y que hace estallar todo por las costuras. Y ese todo es el sexo, claro, la palanca de todo lo que el atónito espectador va viendo circular delante de sus ojos cinéfilos con gran satisfacción de saber que está contemplando una de las grandes películas de nuestra época.

Sus 113 minutos vuelan delante de nuestros ojos y nos dejan con sed de más, de muchísimo más, como la excelsa dirección de fotografía de Frederick Elmes y la portentosa e inquietante partitura musical de Mychael Danna. ¿Qué no funciona en esta incontestable obra maestra del cine contemporáneo?
Sergio Berbel
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