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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Noviembre de 1973, New Cannan (Connecticut). La liberación sexual tan de moda ha llegado a los barrios residenciales y ha salpicado a las acomodadas y tradicionales familias americanas, que, de pronto, se aficionan al intercambio de parejas. Ben Hood pretende acostarse con la vecina de enfrente, pero su esposa empieza a estar harta de las mentiras de su marido. En la noche de Acción de Gracias, una serie de acontecimientos lleva a los ... [+]
2 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No existe temática cinematográfica o literaria que me fascine más que la disección de la institución familiar a la búsqueda de su reverso tenebroso. Existen para ello tres obra maestras incontestables en el cine norteamericano: “El graduado” de Mike Nichols como antecedente y “American Beauty” de Sam Mendes como consecuencia. En medio, la magistral “La tormenta de hielo” de Ang Lee.

Es tan cierto como injusto que la mejor película de Ang Lee (antes de que se dedicara en cuerpo y alma al mundo de las palomitas), su verdadera obra maestra imperecedera, sea tan poco conocida. “La tormenta de hielo” es la perfecta y gélida precursora de “American Beauty”, se anticipó en casi todo lo que Sam Mendes y Alan Ball nos querían contar sobre el reverso tenebroso que existe detrás de toda aparentemente modélica familia norteamericana de clase media alta.

Gente que parece que lo tiene todo: lujosa vivienda unifamiliar, buen coche, piscina, una familia modélica, y sin embargo… anidan en su seno dos peligrosos monstruos que los devoran: por supuesto, nada es lo que parece ser y todo el mundo esconde secretos inconfesables, casi todos relacionados con el sexo; y no existe la familia normal, porque quizás todas sean disfuncionales por definición y acaban haciendo enloquecer a sus componentes. La frustración, el hastío, la continua sensación de fracaso vital se contagia de padres a hijos y es tan tangible en los adultos como en los adolescentes que protagonizan esta cinta, todos ellos perdidos sin remedio en una desorientación generalizada.

Ang Lee no tiene piedad por sus criaturas, sencillamente porque son patéticas, y utiliza una pléyade de grandes actores y actrices para descuartizar a la sociedad occidental moderna con precisión de cirujano, ambientando su relato en una etapa liberal en las costumbres sexuales del norteamericano, los años 70, la década donde pasó casi todo lo importante, mientras que en la televisión que ven sus personajes Nixon trata de escapar del Caso Watergate.

Kevin Kline es un patético adúltero del que hasta su amante (Sigourney Weaber) está hastiada. Su esposa (colosal Joan Allen) es cleptómana y sospecha la infidelidad marital mucho más de lo que aparenta. Su hijo (Tobey Maguire) no tiene escrúpulos en recurrir a las drogas para seducir a la chica que le gusta (Katie Holmes). Su hija (espléndida y perturbadora Christina Ricci) está obsesionada con el sexo y con el hijo menor de los padres de sus amigos. Mientras tanto, el otro hijo trata de contener sus pulsiones sexuales de experimentación constante sin dejar de ser un niño en el fondo (Elijah Wood)…

Y todo bajo una tormenta de hielo ingobernable hacia donde se dirige de cabeza el apoteósico guión de James Schamus (adaptando una novela de Rick Moody que me encantaría leer) como colofón de todo, unas lluvias intensas mezcladas con una repentina bajada de temperaturas que los hombres del tiempo venían anunciando y que hace estallar todo por las costuras. Y ese todo es el sexo, claro, la palanca de todo lo que el atónito espectador va viendo circular delante de sus ojos cinéfilos con gran satisfacción de saber que está contemplando una de las grandes películas de nuestra época.

Sus 113 minutos vuelan delante de nuestros ojos y nos dejan con sed de más, de muchísimo más, como la excelsa dirección de fotografía de Frederick Elmes y la portentosa e inquietante partitura musical de Mychael Danna. ¿Qué no funciona en esta incontestable obra maestra del cine contemporáneo?
Sergio Berbel
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