Joyland es simplemente un título aparente. Parece ofrecer la tierra prometida, una con folklore deslumbrante, donde se cumplen los sueños más insospechados. Y luego no es más que un producto de cine queer que pasa de puntillas sobre sus temas más interesantes.

Saim Sadiq propone en su debut un drama familiar que tiene lugar en la sociedad cambiante de Pakistán. No obstante, no queda claro el rumbo del film y el público acaba ante una colección de personajes que sufren, asfixiados por un guion que no deja rendijas para la luz. Y es una pena, pues los protagonistas están bien definidos –cada uno con su dolor particular– y su evolución se presentía sugerente. Sin embargo, se quedan sin la oportunidad de ser algo más que figuras tristes deambulando por la pantalla.

Además, su extenso metraje acentúa la falta de dirección y llega a cansar. De todas maneras, se pueden aprovechar ciertas coyunturas para reflexionar.

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