Big Mouth ofrece una mirada "desencantada" de la pubertad. Entendamos "desencantada" en tanto despojada de toda glorificación de ese período. En una postura bastante honesta, salpica la pantalla con todas las gamberradas habidas y por haber de una etapa plagada de conflictos para nada inocentes. Pues...que ya no son niños, se les cayó la inocencia y el cuento de hadas que todos nos creímos alguna vez pasó a convertirse en algo mucho más corpóreo, carnal y sucio.

Es esa misma suciedad la que tiñe a los personajes con sus consecuentes culpas, verguenzas y arrepentimientos. Personajes en estado de bucle, obsesionados frente a algo que los supera tanto corporal como psíquicamente. Frente a esto, la dirección opta por la salida onírica constante, el surrealismo llevado a la hipérbole y una escatología más efectista que funcional.

Llegando al fin de la primera temporada mi paciencia dijo basta. Porque sentía que la serie había agotado sus recursos, o bien que avanzaba demasiado despacio. Existen arcos argumentales pero están al servicio de contar básicamente siempre lo mismo. Allá, por el quinto episodio, todo lo que tenía que decirse se dijo y el guión tan solo se limitó a recrear cada vez con mayor exageración siempre los mismos miedos, pero sin hacerlos progresar
ni evolucionar.

Big Mouth sabe crear ambiente desde su estilo, pero queda cerrada en pensamientos obsesivos que parecen no tener una progresión clara; si es que la tienen.