Comedia de enredo, con el recurso del doble, que siempre da juego. Miguel Ligero, que era como el Alfredo Landa de la época, se luce como vagabundo y como millonario.
Todo es en cierto modo muy previsible, pero está llevado con buen ritmo y se deja ver bien.
Florián Rey acertaba más, y muy bien, cuando el asunto tenía que ver con el folclore local, con la gente del común.
Aquí los papeles están conscientemente estereotipados como se exige casi en este tipo de comedias.
Hay un detalle mínimo que me llama la atención: cuando la chica del campo que ha conocido al millonario creyendo
que es su amigo el vagabundo va a la ciudad lleva consigo un cochinillo, no se sabe bien por qué. Al entrar para ser recibida deja el cochinillo al chófer. Y en tres segundos se ve cómo el chófer le acaricia la barriguita al cochinillo. Me recordó eso que se pone en algunas pelis: “ningún animal ha sufrido...etc. Aquí no solo no sufre. Se lo trata con mimo. Lo del amor a los animales no lo han inventado los animalistas.