Siendo justos, Cazafantasmas no hace nada excesivamente “peor” que no hicieran ya la película original de 1984, su basura de secuela o la reciente revitalización de la franquicia en 2021. Lo que le juega mala pasada es el ser la cuarta película de la saga y las expectativas que ella misma se genera.
Imperio Helado arranca con un par de secuencias estupendas que parecen anticipar una gran película en cuanto a misterio, humor y acción. Mientras el reloj corre, el misterio se sigue construyendo y generando intriga en el espectador, como debe ser, y los buenos gags se mantienen. Pero ya aparece el primer problema: la acción no vuelve a hacer acto de presencia hasta unos burdos intentos en el último tercio, lo que ralentiza muchísimo el ritmo de una cinta que por lo demás parece estar funcionando como un reloj: sí, hay cosas familiares, pero son más reconfortantes que repetitivas, y se nota que hay más ambición en este film respecto a los anteriores.
El principal problema llega cuando después de una anticipación brillantemente construida por la propia película en sus dos primeros actos, el tercero es, nunca mejor dicho, un jarro de agua fría: decepcionante y carente de la emoción o épica que debería tener. La cosa empeora, y he aquí el principal motivo por el que a Imperio helado le perjudica ser la cuarta entrega de la saga, cuando te das cuenta de que Cazafantasmas lleva patinando en el tercer acto desde siempre. Pero aquí encima duele más, porque ha sido como ver prepararse un pastel, ver como salía del horno, olerlo incluso, y que después el chef lo tirase a la basura sin motivo aparente.
Funciona para pasar un buen rato, y hay momentos en los que incluso parece que va a ser la mejor película de una franquicia que nunca ha sido santa de mi devoción y que nunca ha terminado alcanzar puntos álgidos. Por desgracia ella misma se pone barreras y piedras para tropezar cuando queda poco para la meta.