Raoul Walsh en la dirección, John Huston en el guión, Bogart, Lupino, Arthur Kennedy, Joan Leslie: nada puede salir mal cuando se hace una película con esta gente.

La historia es puro cine negro, con un atraco de por medio, un tipo duro que sale de la cárcel y busca dar un último golpe para retirarse, una chica que se perdió en su día pero que quiere seguir el camino, fatal y trágico, del atracador. Típico, tópico pero efectivo, mezclar los ingredientes del género negro y agitarlos con la mano del maestro Walsh es caer en la perfección, o casi.

La película tiene ritmo, se ve con cierto vértigo y se empatiza profundamente (ahí está la gran contradicción y el gran encanto) con un protagonista que roba, mata y utiliza la violencia para alcanzar sus fines. Eso sí, tiene un gran corazón y tan pronto adopta un perrito perdido como ayuda a una joven tullida y a su familia.

Ya no se hacen películas así, ya no hay gente como Bogart o como Lupino, capaces de imantar la atención del espectador y enamorar a la cámara que los apunta. Cine puro.