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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama Relato de los últimos días de vida del realizador James Whale, autor de Frankenstein. En principio su única compañía en esos momentos es su ama de llaves, pero pronto entabla relación con su nuevo jardinero, un apuesto joven al que confía su historia en el Hollywood de los años 30 y por el que se sentirá irresistiblemente atraído. (FILMAFFINITY)
29 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es fácil pensar que Frankenstein fue solo una creación de fantasía.
Un cuento que hablaba de nuestros miedos primarios, de la manera más simple posible, a través de una simulación de la condición humana.
Incluso que no fue más que un entretenimiento barato en forma de películas, que únicamente pretendían aterrorizar a un público ávido de efectismos y monstruos deformes.

'Dioses y Monstruos', al contrario, deja ver que nada más lejos de la realidad: que en esa creación había alma, y que en esas películas yacía el retrato de un hombre, al que la sociedad hizo sentirse monstruo.
Concretamente James Whale, el director de aquellas películas, que se nos presenta al final de su vida, cansado de luchar contra una fama que no entiende y preso de los vicios que siempre le han acompañado. Esta historia no pretende ser una conclusión satisfactoria de sus años dorados, un innecesario broche de oro, si no una aproximación a la persona que de verdad era.
Quizás falto de salud, quizás corroído por la nostalgia, pero con una pureza de visión que siempre se escapó a sus contemporáneos, como siempre, por temor a lo que no se comprende.

Por eso probablemente decide volcarse en Clayton, su jardinero, hombre de escasas palabras y plano carácter, al que le importan poco los viejos filmes en blanco y negro que otros veneran sin descanso. Con esos, James es condescendiente, hasta juguetón, porque solo buscan un buen titular aderezado con debilidades seniles o amarillistas declaraciones.
Pero Clayton es diferente: el prólogo le muestra humilde y solitario, quizá arrinconado por otros fantasmas como los que no dejan dormir al señor Whale. Puede que por eso defiende ante sus amigos una reposición de 'El Doctor Frankenstein', porque intuye, ni que sea de pasada, que en lo que ahora puede parecer cutre hay un cierto encanto que ya estaba en su rodaje (como muestra ese maravilloso momento tras las cámaras, donde lo que era una película de terror es, por unos segundos, un gallinero de actores discutiendo sus líneas).

Justamente, en esa pantalla blanquinegra de otro tiempo expresa el doctor Pretorius que "esta será una nueva era, ¡la que dará cabida a un mundo de dioses y monstruos!". Palabras pasadas, que dejan sentir el optimismo de un James Whale más entusiasta.
Aunque pasados los años, en esta era no quedan dioses, solo monstruos. Bestias que se desmenuzan por sus recuerdos imborrables, al amparo de afectos fugaces, buscando una luz que les guíe, alumbrándose unos a otros en el camino infinito de una vida sufrida, más que vivida. Whale y Clayton son parte de ellos, solo que el segundo todavía no lo sabe, no hasta que todos los apoyos posibles le fallen, reforzando el tema de que la soledad no es siempre la mejor compañera.

En la dolorosa conclusión, en una casa asediada por los truenos como antaño estuviera su criatura, James intenta conciliar el sueño y la realidad, la ambición y el vicio con lo que realmente esas dos emociones le han acabado dejando.
Clayton, pese a su resistencia inicial, acaba por tenderle una mano, identificándose con ese Frankenstein que se ha moldeado sin quererlo, mientras Whale solo busca la forma de deshumanizarle: para evitar hablar demasiado sobre si mismo, como siempre hacía, cada vez que hablaba de sus creaciones imperfectas hechas con tornillos y electricidad.

Al final, descubrimos que los monstruos que poblaban su imaginación... eran ellos. Y solo buscaban volver a ese recuerdo feliz, en un mundo sin dolor donde podían borrar la crueldad que siempre les acompañaba, como sucedía en el cine con el relato de un moderno Prometeo.
Todos se reían con el monstruo de Frankenstein, nunca fijándose en él, siempre viéndole como alguien ajeno a los demás. Cuando la verdad es que nunca comprendimos que, en su infinita soledad, solo buscaba alguien a quien llamar amigo.
No era tan diferente, su historia de la nuestra.
Charles
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