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Los chicos de la banda

Drama Un grupo de homosexuales se reúne en un apartamento de Nueva York para celebrar el cumpleaños de un amigo. Cuando transcurren las horas, después de beber y de subir el volumen de la música, la velada comienza a exponer las fisuras que existen entre su amistad y el dolor auto-infligido que amenaza con hacer trizas su concepto de la solidaridad. (FILMAFFINITY)
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Críticas 18
Críticas ordenadas por utilidad
3 de octubre de 2020
30 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una enorme decepción.

A ver, está bien hecha y bien interpretada. El problema es que la historia que cuenta, vista en 2020 se ha quedado absolutamente desfasada. Los problemas de los gays de 1970 nos quedan ya lejísimos (y eso que soy gay y tengo ya 46 tacos. Si la ve un hetero del siglo 21 pensará que está viendo ciencia-ficción). Es imposible empatizar con los "dramas" de estos personajes. No ayuda tampoco que los personajes sean tremendamente antipáticos. Ni uno se salva.

Aparte de eso, me ha parecido sumamente artificiosa. Al no empatizar con los personajes ni con la historia, me he limitado a verla "desde fuera" y eso ha hecho que haya notado su artificio todavía más.

Que si, que es una adaptación muy fiel de una obra de teatro de 1968 y una posterior película de 1970, pero es que esperaba que le hubieran dado algún matiz que hiciera relevante hacer esto otra vez en 2020, y no. Creo que simplemente Ryan Murphy tenía el capricho de hacerla (imagino que debe ser una obra fetiche en su vida) y lo ha hecho, fin de la historia. No aporta nada nuevo al mundo. Es como si ahora haces La Gata Sobre el Tejado de Zinc, tal cual la obra y la película original. Pues bueno, puedes aplaudir los actores, y la puesta en escena, pero la historia está superadísima. Así que, o aportas algo que la convierta de nuevo en relevante, o mejor dejarlo correr. Pues bien, eso me ha pasado con esta.

Se deja ver, sin más.
BenderSoyYo
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1 de octubre de 2020
25 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Planteemos una pregunta. ¿Es coherente pensar que estamos ante una buena película, cuando, del total de 10 críticas profesionales (en el momento de escribir esta crítica), el 90% son positivas, y la describen como buena, muy buena, o directamente brillante? Cualquiera que haya conocido Filmaffinity el tiempo suficiente, sabe que se ha producido un crecimiento de usuarios brutal, y que, al mismo tiempo que esto ocurría, las medias de las notas de películas se volvían cada vez más extrañas, más arbitrarias y desconectadas. En muchas ocasiones, carece de sentido prestarles atención; la radiografía más razonable, la que aporta verdadera información sobre el producto, es, por gracia o desgracia, la del conjunto de críticas profesionales. Les animo a que hagan un repaso de las películas que consideren más valiosas de los últimos años, descubrirán que este patrón se ha cebado con la mayoría de ellas. Propongo una teoría.

Cada vez oímos más acerca de la tendencia en redes sociales y derivados, al acoso y derribo. Parece que los millones de individuos, manifestados en los promedios (el único rey verdadero que cabe considerar en este caso, la mediocridad), hubieran perdido el control de sus pasiones. Nada más lejos de la realidad; no hemos perdido el control de nuestras pasiones, hemos ganado la posibilidad de imponerlas. Creo que una mayoría creciente de personas ha comprendido que, a través del uso de votaciones, comentarios o equivalentes, es posible moldear la realidad al gusto. La mayoría de los votos en filmaffinity (y en cualquier herramienta similar), en especial cuando se percibe un carácter político en el producto, son manifestaciones de poder. El poder es el voto. El voto no es un acto de justicia crítica (como cabría imaginar en este caso), es un acto de agresión explícita. La gente, o sea, nosotros, hemos aprendido a utilizar estas herramientas para condicionar la realidad. Por ejemplo, los votos causan mayor modificación si pulsamos los números más bajos. Es así como nuestro golpe es certero. Es un acto de cinismo y deshonestidad intelectual puro. No hay relación con la verdad de nada. Y lo sabemos.

"Los chicos de la banda", es un ejercicio de dramaturgia llevada al cine que dialoga tranquilo con clásicos de tamaño incuestionable, como "La gata sobre el tejado de zinc" o "¿Quién teme a Virginia Wolf?" (añada aquí sus favoritos) en los que una reunión de personajes, contenidos en un espacio teatral, burbujea hasta bullir (con ayuda de alcohol y secretos), hasta estallar las costuras del decoro y dejar al descubierto la verdad azotadora. En esto consiste esta obra, en desgarrar la verdad con un ejercicio de dramaturgia puro, con a penas elipsis, uno de los retos modelo más complejos y sofisticados que puede abordarse en un guión. Para construir este mosaico, se selecciona a un compedio de actores encendidos, absorventes, que desde las botas y el traje verde esmeralda de un Zachary Quinto enigmático, que fuma con la elegancia de un personaje de Tarantino y reta con el alma de una diva de los años 40, hasta la inteligencia violenta del personaje alcoholizado que interpreta Jim Parsons, nos dejan pegados a la pantalla. Ya rendidos, es imposible negar la verdad de unas psicologías hechas de dramaturgia pura, esa cosa tan antigua.

Pero en la adaptación de Mantello, hay cine, mucho cine. Un cine que se desliza con la vibración de ese terror que sobrecoje y altera el rostro del personaje que interpreta Robin de Jesus, Emory, cuando la realidad pasa en forma de un matrimonio heterosexual juicioso, ante el umbral del apartamento donde se respeta una tregua, cuando los pasos lentos de Quinto, avanzan con la elegancia de un disco de jazz, hacia la batalla de almas y psicologías que el alcohol hará estallar entre cuatro paredes. Una obra que brilla, por todas partes, y que será en esta forma renovada, con un poco de suerte, parte del imaginario. Por mucha violencia que ejerza el Sapiens con su hábil movimiento de índice (o pulgar, que la mayoría utiliza ya su arma de destrucción portátil).
Soñador compulsivo
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3 de octubre de 2020
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Boys in the Band (2020), película que recrea una obra de teatro de 1968 y dirigida por Joe Mantello, se estrenó recientemente en Netflix. Cuenta una fiesta de cumpleaños entre amigos varones homosexuales que develan sus miedos, angustias e inseguridades mientras corren la noche y los tragos.

Por Nicolás Bianchi

La obra teatral, de 1968, que da origen a la película, se produjo en un momento de quiebre para la comunidad homosexual. Justo un año después se produciría la represión de Stonewall, cuando una razzia policial en un pub gay neoyorquino derivó en una serie de protestas y manifestaciones. De allí nacieron las marchas del orgullo que todavía se celebran cada año en varias ciudades del mundo.

The Boys in the Band pasó en 1970 del teatro al cine de la mano del director William Friedkin. Medio siglo después el mecanismo se repite. En 2018, en su 50 aniversario, la obra teatral, originalmente escrita por Mart Crowley y Ned Martel, se reestrenó. Pero los tiempos cambian. Lo que en 1968 solo podía ser parte del circuito under, en 2018 pasó a Broadway. El pasado 30 de septiembre, con el mismo plantel actoral que representó la obra en teatro, la película vio la luz en Netflix.

Inevitablemente el film tiene un espíritu teatral. La acción, más allá de algún exterior en el inicio y el final, transcurre íntegramente en el departamento de Michael (Jim Parsons), el anfitrión de la fiesta de cumpleaños de Harold (Zachary Quinto). Los invitados, todos amigos varones homosexuales, son Donald (Matt Bomer), un discreto ex novio de Michael, la pareja que conforman el promiscuo Larry (Andrew Rannels) y el monógamo Hank (Tuc Watkins), el bufón carismático y afeminado Emory (Robin De Jesús), y el más discreto, intelectual y afroamericano Bernard (Michael Benjamin Washington).

A la fiesta, de improvisto, se sumarán Alan (Brian Hutchinson), el heterosexual ex compañero de la universidad de Michael que casualmente está de paso por New York, y el ‘cowboy de medianoche’ interpretado por Charlie Carver, un joven tan musculoso como tonto que es ofrecido como regalo para diversión del cumpleañero. Ambos servirán para señalar las diferencias entre, y las miradas externas a los que son sometidos, el grupo de amigos que se reúne para un festejo.

Así, el outsider Alan interrumpirá los momentos de mayor extroversión, y, en principio, el grupo contendrá su personalidad ante el pedido, casi desesperado, de Michael, evidentemente no del todo cómodo con su identidad. A la vez, el joven y poco inteligente taxi boy servirá de contraste para los modernos y sofisticados soliloquios de los demás personajes. Es, por las dudas, el que hace las preguntas cuando quizás algo que se dijo no se entendió.

Seguramente hay un componente de impacto que en 50 años la historia perdió por la mayor aceptación de la homosexualidad. Por ejemplo, la sola existencia del prostituto masculino y de Hank el homosexual que se devela como tal pasados los 40 años por más que es padre y está casado con una mujer, seguramente hayan sido más disruptivos para la audiencia no gay tiempo atrás.

Pero incluso hoy en sus momentos de diversión, sus celos, peleas y, sobre todo, en sus inseguridades y falta de aceptación solo por el hecho de ser lo que son, los personajes siguen funcionando. Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero seguramente no todo lo que es necesario. A los ojos del siglo XXI algunas de las caracterizaciones de The Boys in the Band pueden lucir estereotipadas, aunque es necesario reconocer que la de Mart Crowley, fallecido en marzo de 2020 y a quien está dedicada la película, fue una obra pionera. Quizás en parte sean un cliché, pero fueron de los primeros.
El Golo Cine
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1 de octubre de 2020
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay varios aspectos que mejores críticas que ésta han ya mencionado y en los que no voy a incidir: su quizá algo excesiva duración, los diálogos veloces e interminables, la visión deformada de la vida de un grupo de homosexuales antológicamente cargados de taras y problemas...

Sé que es imperfecta y muy "nicho", si se me permite la expresión. Pero no puedo sacármela de la cabeza. La he visto hace 24 horas y sigo digiriendo la amargura de las réplicas en las discusiones, la sensación de ir a la deriva de algunos personajes, la belleza "antinatural" de Matt Bomer.

Es curioso porque este actor, Bomer tiene probablemente uno de los mejores personajes que desaprovecha casi por completo. No ha conseguido definirlo, casi no se entiende qué quiere o quién es. Pero transmite con elegante indiferencia el magnetismo que a veces tienen las estrellas de verdad.

Parsons ha explicado en entrevistas que no conocía la obra original ni la película de Friedkin y eso me recordó a un capítulo de Will&Grace de hace muy poco en el que Will trataba de hacer entender a un jovencísimo Ben Platt lo que significaba ser gay hace 20 (o 50) años. Platt era hijo del ahora mismo, no entendía de sufrimiento, de ocultación, de vergüenza, de lucha, de vivir al filo de perderlo todo simplemente por sentirse diferente. Se quedaba en la superficie del comportamiento homosexual, del placer, pero no entendía que existió toda una subcultura cargada de referencias y de signos de reconocimiento mutuo que probablemente ya sólo existe en los libros o en la viejas películas. Este remake es un versión "coloreada" de una de esas películas.

Y a Parsons (probablemente a casi todo el resto del reparto) les pasa algo parecido que a Platt. Se quedan en la superficie de lo que la película original ha contado peor técnicamente pero con más autenticidad.

Esta es una versión "Murphyficada", claro. Murphy es una genio (probablemente del mal) que ha conseguido imponer un estilo visualmente soberbio y dramáticamente muy aceptable para el público, pero al que le suele faltar garra. Casi como si prefiriera entretener que emocionar. Al menos hay que agradecerle la producción que ha traído a Netflix un texto que en la versión original sería muy difícil que se viera hoy en día.

La obra original trata de explicar cómo se construye una familia disfuncional en la que todos los miembros sufren profundas cicatrices que les llevan a herirse una y otra vez a sí mismos y a sus iguales. Pero sólo se tienen los unos a los otros. Por eso a pesar de la mordaz crueldad con que se tratan nadie abandona la fiesta, nadie se va ni busca en otro sitio la compañía que se les niega en todas partes completamente conscientes de la hostilidad de los que les adivinan distintos. A pesar de todo puede que tenga momentos autodestructivos o de guerra total que son casi excesivamente "amanerados", es cierto. Quizá las viejas reinas de la época se expresaran así en la intimidad. Hoy en día las hay que siguen haciéndolo.

Fue una obra de incontestable valor que trascendía lo cinematográfico y que tuvo valor sociológico, pedagógico e incluso político y a la que la versión actual rinde homenaje. Una manera de rendir tributo a una generación muy desafortunada que no consiguió ver culminado su esfuerzo: de los cinco actores de la producción original que he buscado cuatro murieron por complicaciones derivadas del SIDA apenas unos años después.
xy1969
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1 de octubre de 2020
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva York, 1968, unos amigos celebran el cumpleaños de uno de ellos, pero no saldrá como esperaban en "Los Chicos De La Banda".
Los actores se hacen con sus personajes desde el primer minuto, tienen gran química entre ellos y te crees sus actuaciones.
Joe Mantello consigue que quieras saber más de los personajes y te transporta a los años 60.
Los personajes son buenos, tienen personalidad y empatizas con ellos.
Al ser casi toda la película en una misma habitación llega a cansar, pero no a aburrir.
Las conversaciones entre personajes son muy interesantes, como también lo es la situación de aquel entonces y sus consecuencias.
La ambientación es buena, se nota la mano de Ryan Murphy, gracias a la banda sonora que acompaña a la película y el diseño que tiene te transportan a los años 60.
En general, la película te atrapa por las conversaciones entre personajes y las actuaciones.

Instagram: tonywithqueso
TonyWithQueso
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