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Wolf

Drama Una compañía de seguros contratará a 22 trabajadores como aprendices de venta de seguros. Ante la imposibilidad de cubrir las metas marcadas por la empresa, 5 aprendices se alían para perpetrar el robo a un furgón de reparto. (FILMAFFINITY)
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Críticas ordenadas por utilidad
14 de mayo de 2024
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Un agricultor cava en la orilla de una colina y una fila de niños pasea por la carretera mientras un puñado de hormigas atacan sin compasión a una pobre oruga sobre el abrasador asfalto. Akiko observa una clara similitud a lo que las personas como ella sufren en la sociedad: sólo los fuertes ganan y los débiles acaban con sus tripas devoradas.

Con esta escena inicial, tras la apabullante apertura del maestro Akira Ifukube, Kaneto Shindo se adelanta catorce años a la de “Grupo Salvaje”, y no es que no existan semejanzas; aquí los forajidos son cinco individuos (tres hombres y dos mujeres) que asaltan un camión de correo en plena montaña. Sin embargo se dispone un montaje de lo más extraño: empezamos en mitad de la historia con la ejecución del robo, la acción se corta rápidamente y estamos en el futuro, cuando los atracadores ya han sido atrapados, recortes de periódicos hablan de ellos como si se tratase de una banda profesional con varios crímenes cometidos...y entonces vamos hacia el pasado.
No es que exista una fluidez narrativa lógica en los primeros minutos de esta obra realizada entre dos guiones de encargo (“Nineteen Brides” y “The Beauty and the Dragon”) y cuyos intentos del director de convencer primero a Toei y luego a Nikkatsu para colaborar en la producción acabaron en fracaso; como de costumbre debía actuar independientemente. Tal vez su visión del Japón de la época no les agradó demasiado, y es que ahora que ya conocemos el destino de los protagonistas hemos de saber quiénes son en realidad y qué les ha sucedido para terminar así...

Y lo que observaremos es la miseria en su forma más directa e inhumana, comenzando el viaje desde el interior de una empresa de seguros que acaba de emplear a nuevos candidatos. Shindo se recrea en presentar la opresiva atmósfera del mundo laboral y las diferentes jerarquías que la dirigen, el ritmo es pesado, pero todo este proceso inicial es imprescindible para conocer de cerca a los cinco protagonistas, los últimos de un grupo de veinte contratados que no han podido cumplir con las expectativas de sus jefes (quienes, en un alarde de desfachatez, les ordenaron vender seguros a los ciudadanos más pobres).
Aquí una madre (Akiko) que perdió a su marido en la guerra y no puede pagar una operación de boca a su hijo; allí un ex-banquero (Harashima) cuya esposa le odia; al otro lado un anciano (Yoshikawa), otrora guionista de éxito, que vive con un hijo desempleado, su esposa y su nieta. Cual director neorrealista, Shindo se pasea por los lugares más mugrientos de este Japón cuya recuperación económica no está afectando a todos por igual, y los radiografía con un estilo próximo al documental, haciendo énfasis en la derrota humana generalizada (los periódicos hablan de vagabundos muertos, madres que se suicidan, niños que mueren de hambre...).

De alguna forma se entiende el motivo de que Nikkatsu y Toei se negaron a producir una historia con una visión tan pesimista; porque ya sabemos el destino de los protagonistas, y esto es algo que sinceramente la película nuca tuvo que mostrar. El montaje no es el adecuado pues desaparece todo rastro de intriga y suspense desde el primer minuto, pero el nipón, como siempre, tiene una intención muy clara: el atraco es aquí lo de menos importancia, la historia no gira en torno a él, sólo es la consecuencia de una serie de situaciones que han marcado a los pobres personajes. Un accidente, ni más ni menos.
Por eso no se halla en el clímax ni se le presta más atención que a sus efectos posteriores, aunque tampoco significa que Shindo no se tome su tiempo para la preparación y ejecución, de hecho es una de las mejores partes de la trama: la espera, ese “impasse” vital en el cine de atracos que Robert Wise llevó a la perfección en “Apuestas Contra el Mañana” cuatro años después, eleva la película a la pura abstracción gracias a una brillante puesta en escena de atmósferas asfixiantes y sentido del ritmo (Nobuko Otowa observando a aquella oruga del principio casi aterrorizada, los gritos de los niños que desfilan carretera arriba como inmersos en otro mundo, las olas de la playa que rompen contra el acantilado...).

No desmerecen las trepidantes escenas de la huida, con esa cámara montada sobre el vehículo que parece que fuese a raspar el asfalto. Y aun así lo verdaderamente importante es cómo esta serie de actos repercuten en el futuro de la aficionada banda de ladrones; si el pesimismo marca la historia de principio a fin Shindo les permite vivir un sueño, por efímero que sea, por imposible que parezca. En mitad de esta sociedad cruel, implacable, injusta y repulsiva de repente una madre puede comer tranquilamente sandía junto a su hijo en un parque, un padre puede regalar sushi a su hambrienta familia, un marido puede dejar el hogar que le es rechazado con la cabeza alta...
El dinero, en una sociedad como esta, lo es absolutamente todo. Estas secuencias, cuando ya ni nos acordamos del robo y las pesquisas de la policía permanecen ausentes de la cámara, invierten las situaciones íntimas de los protagonistas y rebosan alegría; imposible no sonreír ante el conmovedor cambio que experimenta el ambiente, aproximándose Shindo a la sensación de esperanza que a veces evoca el neorrealismo italiano. Incluso, llevado por este sentimiento, ofrece a los personajes de Akiko y Harashima un atisbo de amor romántico, cuando sus vidas no eran más que despojos de una existencia anterior ya demasiado lejana.

¿Y la respuesta de cómo demonios la policía logra capturar a algunos miembros del grupo (porque otros tendrán una suerte aún peor) como ya veíamos al principio? En eso queda en una gran incógnita. ¿Acaso importa?
Lo importante es que pudieron gozar de un instante de felicidad en sus tristes vidas; la prensa, que ni saben quiénes son, les apodan “Los Lobos”. ¿Pero quiénes son los auténticos lobos en esa desoladora, terrible sociedad en la que viven? Y la pregunta más importante: ¿cómo no acabar siéndolo?
Chris Jiménez
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