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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.197
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
15 de mayo de 2024
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¿Qué sucede cuando se llega a una edad en la que uno no puede valerse por sí mismo y en la que tampoco se puede hacer nada más pues ya es tarde? Para muchos eso significa ser un auténtico estorbo, y la sociedad es demasiado inhumana como para tener que preocuparse de esas cosas...

Tal vez Kaneto Shindo no habría concebido una historia como esta en sus años de juventud. Cuando prepara “Ikitai” tiene 86 años y una carrera tan larga y fructífera a sus espaldas que ya podría retirarse de la industria y vivir tranquilo; de hecho habían pasado cuatro años desde su última obra, también la última que protagonizó su esposa Nobuko Otowa, fallecida a causa de un cáncer de hígado tras la producción. Todos estos factores influyen a la hora de enfrentarse al presente film, que se inicia en la estación de tren de Obasute, en Nagano, bajo la mirada entre sorprendida y aterrada de un anciano.
Éste, interpretado por el veterano Rentaro Mikuni, está en proceso de enfrentar una horrorosa realidad a través de la Historia y las antiguas costumbres de Japón mientras observa la imponente montaña Kamuriki, la misma que aparece en la novela que ha “tomado prestada” de un hospital, versión nada disimulada de la obra maestra “Narayama Setsuko”, de Shichiro Fukazawa. Shindo establece la semejanza entre aquella historia supuestamente basada en hechos reales y la sociedad por la que deambula, se tropieza e incluso se arrastra el pobre Yasukichi; el enfoque propuesto es curioso: mientras permanecemos junto a él una segunda historia empieza, precisamente la de la novela que está leyendo.

En el presente observamos su día a día, y descubrimos la persona que es en realidad, en absoluto alguien amable, comprensible o mínimamente simpático. Hay mucho del propio Mikuni en Yasukichi. El desafío está en encontrar algún rastro de empatía, tal como le ocurre a Tokuko, su maníaca-depresiva hija, para quien se ha convertido en una terrible molestia; Shindo, que se pone en la piel de su protagonista, no tiene reparos en hacer sangrar a la sociedad contemporánea. Esa próxima al nuevo siglo donde los jóvenes “millennials” no tienen ningún respeto por los valores y la tradición de su país y donde los organismos e instituciones se preocupan lo mínimo de los individuos más ancianos, en especial la médica.
Por desgracia, y pese a la naturalidad de la acción y las interacciones entre sus personajes, resulta difícil meterse de lleno en esta historia, siendo el mayor obstáculo el contraste de tonos que desea lograr: el tema del que reflexiona es deprimente, pero muchas situaciones las trata desde un humor ácido nada agradable. Que un doctor (el gran Akira Emoto) y Tokuko estén conversando sobre la carga que son los ancianos para los hospitales y cómo deberían deshacerse de ellos por el bien de la sociedad, con esa crueldad y frente a Yasukichi, no hace ninguna gracia, sólo acaba provocando una nauseabunda incomodidad. El tema es doloroso, no divertido.

A veces, para rematar este desequilibrio, se producen ciertos momentos que a lo mejor pretenden buscar la risa, pero son inexplicables y están fuera de lugar (la surrealista escena entre el director del hospital y la chica en su despacho, que parece más propia de un film de Takashi Miike). Tampoco estos extraños personajes poseen un desarrollo lógico: el padre y la hija viven en una continua riña, el primero habita su propio mundo alejado de la realidad (cuando le hablan él responde sobre otra cosa o se refugia en sus recuerdos) y la segunda está dominada todo el rato por sus trastornos y no cambia con respecto al anterior hasta el último momento.
No hay en ellos una evolución como tal, y las peleas o situaciones vergonzosas en las que se enzarzan continuamente, y casi siempre ante la mirada indiferente de terceros, son entre tristes y patéticas. En la ficción no vemos nada distinto a lo que ya nos enseñaron las versiones cinematográficas de la obra de Fukazawa, y Shindo la desarrolla en un precioso blanco y negro siguiendo la de Imamura; el problema con estos saltos intermitentes entre la trama principal y la de esta “Narayama Setsuko” es que cuando la de Yasukichi y Tokuko empieza a absorberte en su mundo la acción se corta y de nuevo hay que volver a aclimatarse al del libro.

Y al final ninguna de las dos atrapan por sí mismas. La principal, en el presente, por esa falta de evolución, falta de equilibrio en su tono cómico-dramático y el tedio de ver una y otra vez las mismas escenas con el padre y la hija (la interpretación de Shinobu Otake en la piel de Tokuko es brillante, creíble y requiere de un gran esfuerzo para un personaje tan difícil, sin embargo dicho personaje la devora y acaba dando asco...igual que ocurre con Yasukichi, porque si todos los ancianos fuesen como él no me importaría que la familia les dejara tirados donde y cuando quisiera).
La secundaria, dentro de la novela, porque es una historia que siempre he considerado repugnante en su crueldad con respecto a la indignidad de un abandono y una muerte que son, increíblemente, aceptados por el mero hecho de honrar una tradición terrible, imbécil sin discusión (no se pueden observar las inhumanas, inmorales e ignorantes costumbres de estos individuos y no sentir un profundo retortijón en los hígados). Además, para apreciar la leyenda de “Narayama Setsuko” de una forma más atractiva visualmente mejor acercarse a la versión clásica de Kinoshita (la caracterización de Hideko Yoshida recuerda al aspecto de Kinuyo Tanaka en aquélla).

“Ikitai” posee momentos interesantes, otros conmovedores y poderosos (el abandono de la anciana entre los cuervos, el rescate de Yasukichi de la residencia, figurando la montaña del libro), una importante reflexión y una visión muy oscura de la sociedad japonesa...pero Shindo debería haber separado ambas historias y haberlas extendido y desarrollado más profundamente en dos obras independientes.
Chris Jiménez
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8
14 de mayo de 2024
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Un agricultor cava en la orilla de una colina y una fila de niños pasea por la carretera mientras un puñado de hormigas atacan sin compasión a una pobre oruga sobre el abrasador asfalto. Akiko observa una clara similitud a lo que las personas como ella sufren en la sociedad: sólo los fuertes ganan y los débiles acaban con sus tripas devoradas.

Con esta escena inicial, tras la apabullante apertura del maestro Akira Ifukube, Kaneto Shindo se adelanta catorce años a la de “Grupo Salvaje”, y no es que no existan semejanzas; aquí los forajidos son cinco individuos (tres hombres y dos mujeres) que asaltan un camión de correo en plena montaña. Sin embargo se dispone un montaje de lo más extraño: empezamos en mitad de la historia con la ejecución del robo, la acción se corta rápidamente y estamos en el futuro, cuando los atracadores ya han sido atrapados, recortes de periódicos hablan de ellos como si se tratase de una banda profesional con varios crímenes cometidos...y entonces vamos hacia el pasado.
No es que exista una fluidez narrativa lógica en los primeros minutos de esta obra realizada entre dos guiones de encargo (“Nineteen Brides” y “The Beauty and the Dragon”) y cuyos intentos del director de convencer primero a Toei y luego a Nikkatsu para colaborar en la producción acabaron en fracaso; como de costumbre debía actuar independientemente. Tal vez su visión del Japón de la época no les agradó demasiado, y es que ahora que ya conocemos el destino de los protagonistas hemos de saber quiénes son en realidad y qué les ha sucedido para terminar así...

Y lo que observaremos es la miseria en su forma más directa e inhumana, comenzando el viaje desde el interior de una empresa de seguros que acaba de emplear a nuevos candidatos. Shindo se recrea en presentar la opresiva atmósfera del mundo laboral y las diferentes jerarquías que la dirigen, el ritmo es pesado, pero todo este proceso inicial es imprescindible para conocer de cerca a los cinco protagonistas, los últimos de un grupo de veinte contratados que no han podido cumplir con las expectativas de sus jefes (quienes, en un alarde de desfachatez, les ordenaron vender seguros a los ciudadanos más pobres).
Aquí una madre (Akiko) que perdió a su marido en la guerra y no puede pagar una operación de boca a su hijo; allí un ex-banquero (Harashima) cuya esposa le odia; al otro lado un anciano (Yoshikawa), otrora guionista de éxito, que vive con un hijo desempleado, su esposa y su nieta. Cual director neorrealista, Shindo se pasea por los lugares más mugrientos de este Japón cuya recuperación económica no está afectando a todos por igual, y los radiografía con un estilo próximo al documental, haciendo énfasis en la derrota humana generalizada (los periódicos hablan de vagabundos muertos, madres que se suicidan, niños que mueren de hambre...).

De alguna forma se entiende el motivo de que Nikkatsu y Toei se negaron a producir una historia con una visión tan pesimista; porque ya sabemos el destino de los protagonistas, y esto es algo que sinceramente la película nuca tuvo que mostrar. El montaje no es el adecuado pues desaparece todo rastro de intriga y suspense desde el primer minuto, pero el nipón, como siempre, tiene una intención muy clara: el atraco es aquí lo de menos importancia, la historia no gira en torno a él, sólo es la consecuencia de una serie de situaciones que han marcado a los pobres personajes. Un accidente, ni más ni menos.
Por eso no se halla en el clímax ni se le presta más atención que a sus efectos posteriores, aunque tampoco significa que Shindo no se tome su tiempo para la preparación y ejecución, de hecho es una de las mejores partes de la trama: la espera, ese “impasse” vital en el cine de atracos que Robert Wise llevó a la perfección en “Apuestas Contra el Mañana” cuatro años después, eleva la película a la pura abstracción gracias a una brillante puesta en escena de atmósferas asfixiantes y sentido del ritmo (Nobuko Otowa observando a aquella oruga del principio casi aterrorizada, los gritos de los niños que desfilan carretera arriba como inmersos en otro mundo, las olas de la playa que rompen contra el acantilado...).

No desmerecen las trepidantes escenas de la huida, con esa cámara montada sobre el vehículo que parece que fuese a raspar el asfalto. Y aun así lo verdaderamente importante es cómo esta serie de actos repercuten en el futuro de la aficionada banda de ladrones; si el pesimismo marca la historia de principio a fin Shindo les permite vivir un sueño, por efímero que sea, por imposible que parezca. En mitad de esta sociedad cruel, implacable, injusta y repulsiva de repente una madre puede comer tranquilamente sandía junto a su hijo en un parque, un padre puede regalar sushi a su hambrienta familia, un marido puede dejar el hogar que le es rechazado con la cabeza alta...
El dinero, en una sociedad como esta, lo es absolutamente todo. Estas secuencias, cuando ya ni nos acordamos del robo y las pesquisas de la policía permanecen ausentes de la cámara, invierten las situaciones íntimas de los protagonistas y rebosan alegría; imposible no sonreír ante el conmovedor cambio que experimenta el ambiente, aproximándose Shindo a la sensación de esperanza que a veces evoca el neorrealismo italiano. Incluso, llevado por este sentimiento, ofrece a los personajes de Akiko y Harashima un atisbo de amor romántico, cuando sus vidas no eran más que despojos de una existencia anterior ya demasiado lejana.

¿Y la respuesta de cómo demonios la policía logra capturar a algunos miembros del grupo (porque otros tendrán una suerte aún peor) como ya veíamos al principio? En eso queda en una gran incógnita. ¿Acaso importa?
Lo importante es que pudieron gozar de un instante de felicidad en sus tristes vidas; la prensa, que ni saben quiénes son, les apodan “Los Lobos”. ¿Pero quiénes son los auténticos lobos en esa desoladora, terrible sociedad en la que viven? Y la pregunta más importante: ¿cómo no acabar siéndolo?
Chris Jiménez
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6
13 de mayo de 2024
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Para Kaneto Shindo su madre era su mundo, el pilar de una vida construida en base al privilegio, a pesar de que su familia provenía de tradición de agricultores, pero así se habían labrado un patrimonio y un nombre entre los habitantes de Ishiuchi, una pequeña aldea al Suroeste de Hiroshima.
Los caminos que el destino pudieron tomar son imprevisibles.

Porque si la hacienda no hubiese quebrado por culpa del cúmulo de deudas de su padre nunca se habría ido a vivir con su hermano a Onomichi, ni habría visto a los 21 años en el cine de la ciudad "Bangaku no Issho", del maestro Sadao Yamanaka, y si estas cosas no hubieran sucedido no se le recordaría hoy como un gran guionista y director de cine, ya que de haber permanecido los terrenos intactos se habría dedicado a la tierra hasta convertirse en un rico industrial. Todo ocurrió por una razón. Esta cuidadosa introspección familiar y de la época de la infancia han ocupado de alguna manera u otra gran parte de su carrera, pero nunca profundizó en ella como en "Rakuyoju".
Se trataba de un guión escrito desde hacía tiempo que no se había atrevido a producir aún, en parte por la falta de presupuesto. Keiju Kobayashi, que admitió enfrentar un díficil papel pues la persona a la que daba vida estaba detrás de la cámara, emerge de entre la niebla en el helado paraje de Tateshina, que no es sino la figuración de su propio interior, la de un "árbol sin hojas", un "árbol mustio" (no se podría haber escogido un título mejor para el film). Por medio de él Shindo se disfraza y se atribuye el nombre de Haru, por lo que sabemos un guionista en proceso de escribir su primera novela, inspirada en su madre.

La historia se construye con sus recuerdos, que abarcan sólo los últimos años que duró en pie la hacienda familiar. Haru también es el pequeño de cinco hermanos, y ha desarrollado una relación especialmente cercana con su madre para compensar el carácter estoico y seco del padre, que casi como una estatua samurái o una representación del emperador se mantiene silencioso en el centro de las habitaciones de la casa. Nobuko Otowa, de similar aspecto a la madre de Shindo, vuelve a interpretar para él a este personaje tan peculiar; unos años antes también fue una madre extremadamente apegada a su hijo en "The Strangling", aunque aquí la violencia no se produce por culpa de esta relación.
Y él no tiene reparos para mostrarla como es en pantalla, sin tapujos, lo que impacta bastante (el choque cultural influye bastante...): a poco de empezar la película vemos al pequeño (encarnado por Kazuki Yamanaka) chupando los pechos de su progenitora, quien aún finge amamantarle (pero uno se pregunta si este y otros instantes más explícitos y controvertidos son realmente necesarios). Observamos así una relación madre-hijo que, aun desprovista de intención sexual, oculta un deseo latente; ya de adulto, en boca del mismo protagonista, sabremos (por desgracia muy pronto) que su madre falleció siendo él todavía un niño (igual que le sucedió a Shindo).

De no haber ocurrido lo más seguro es que se hubiera llegado al acto del incesto (como en "The Strangling"), pero gracias a la dulzura con que Otowa se vuelca en su papel podemos dejar descansar esta idea e intentar prestar atención a otras cosas; lograrlo es difícil, ya que es el centro de la historia, aunque aquí también se analiza la rutina de una vida unida a la tierra y el respeto a las tradiciones, y no mucho se separa la familia de Haru de los campesinos de "The Naked Island", aun estando en un estrato social más alto. Shindo da a sus imágenes, realistas y directas, unos olores, unos sonidos y unos movimientos que las elevan a la abstracción casi onírica, desde esa secuencia en el tiovivo durante los créditos.
Los festivales a los que acude la familia, las representaciones kabuki en los escenarios callejeros, el contraste entre las tierras y playas de Hiroshima del pasado y las montañas nevadas de Tateshina del presente, las manos de Otowa cortando los cereales, los niños cazando murciélagos imaginarios. La poética de los sueños se impregna en cada secuencia y plano, gracias también a la preciosa fotografía en blanco y negro de Yoshiyuki Miyake, mientras el Haru adulto recuerda aquellos días como un sueño, incluso (en un homenaje nada disimulado a "Fresas Salvajes") se introduce en su pasado y lo contempla en silencio.

Esto provoca, por desgracia, una desconexión total con el presente. Haru se mueve en su mundo, todo está cubierto de una sobria, a veces insoportable gelidez, y se puede ver el efecto que aquella relación materna ha dejado en su espíritu. El guión no se preocupa del presente, sólo de la memoria; el protagonista adulto es casi un espectro y, en una decisión decepcionante, la gran Meiko Kaji aparece en un papel incomprensible que nunca se desentraña. Por otro lado la trama no se enmarca en ningún contexto social o histórico, sólo observa la ruina de la familia debido a las deudas del desagradable patriarca.
Hubiera valido la Hiroshima de los '20 o cualquier otro lugar, no importaría nada, y al sólo centrarse en la madre y el niño la película se olvida de otros personajes tan interesantes como esa hermana mayor que para ayudar en las deudas decide casarse con un extranjero y marchar a EE.UU. (situación de la que Shindo habló en "The Horizon") o ese hermano que primero se une al ejército pero se rebela contra el padre y más tarde trabaja de policía; todos ellos no tienen la profundidad que merecen y pasan cuales secundarios sin mucha importancia mientras el hogar se hace literalmente añicos en pantalla.

Este cuadro familiar que contempla su lento y doloroso desastre, en manos de Ozu o Gosho, por ejemplo, se hubiera observado desde todos los puntos de vista...
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Chris Jiménez
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Akame ga Kill! (Serie de TV)
SerieAnimación
Japón2014
7,0
1.143
Animación
7
13 de mayo de 2024
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Takahiro Imaizumi, que ya se había convertido en un programador de videojuegos de éxito, llamó la atención de Hiroshi Koizumi, editor de Gangan (la empresa Square Enix), quien le pidió crear una historia de fantasía y acción, y su imaginación y buena química con el dibujante Tetsuya Tashiro dio sus frutos a comienzos de 2.010...

Y aunque la publicación original en la revista tardó en generar popularidad las versiones en manga fueron tan bien recibidas que tan solo dos años después la adaptación animada ya se estaba proponiendo, si bien los productores esperaron otros dos años para no coincidir tan temprano con la obra original. En enero de 2.014, antes de publicarse el 9.º volumen, la serie ya estaba en marcha y se emitiría en verano, a cargo del veterano diseñador y director Tomoki Kobayashi, que hace honor al estilo dinámico y brutal de Imaizumi y Tashiro desde la primera batalla entre un peligroso dragón y Tatsumi, arquetipo del joven guerrero con quien resulta fácil empatizar gracias a su ingenuidad que se va por la borda nada más aterrizar en la capital imperial.
Aquí él pretende iniciar una carrera militar de éxito, pero la realidad le golpea en forma de injusticia, violencia y hipocresía, y con una visión terrible sobre las clases privilegiadas y el maltrato a los pobres. Cuando unos nobles se revelan, después de una convincente farsa, como sádicos que capturan y torturan a campesinos por placer ya sabemos de qué lado ponernos, sin embargo el grupo de justicieros que les asalta y tampoco son ejemplos de caridad y piedad. Imaizumi imagina con estos Night Raid a los clásicos mercenarios asesinos que, aun actuando en contra de los gobernantes, también miran por sus propios intereses, un grupo de ocho con la inclusión de Tatsumi en este primer episodio, cuyo ritmo de acontecimientos tal vez suceda demasiado rápido...

A partir de aquí, y pese a ser la interesante Akame quien da nombre a la serie, podríamos decir que la vemos con los ojos del anterior, con ojos ingenuos que no dejan de sorprenderse ante la crueldad de ese ministro (Onest) que ha manipulado al joven sucesor del trono imperial y simplemente se dedica a castigar a las clases bajas, un imperio que es la versión más explícita del Japón feudal, transformado en un entorno anacrónico de espada y brujería, criaturas y objetos de fantasía e incluso detalles "cyberpunk" (armas y maquinaria futurista) propios del "shonen" heroico (no muy lejos está, por ejemplo, de "Soul Eater" por su aberrante imaginería y violencia).
La trama sigue un esquema tradicional donde dos grandes grupos de guerreros se aniquilan poco a poco hasta el gran enfrentamiento contra el malvado dirigente, y durante su desarrollo conoceremos la vida y el pasado de los integrantes de uno y de otro. Así la introspección es absoluta y los maniqueísmos caen, ni hay buenos ni malos transparentes, y al parecer casi todos tienen un motivo que justifique sus actos; el problema de éstos (desde Mine, Sheele, Lubbock o Akame en el lado de los Night Raid a Wave, Kurome, Seryu (uno de los personajes más desagradables de la Historia del manga/anime) o la despiadada general Esdeath en el de los Jaegers) es que se definen por el trillado estereotipo.

Todos, básicamente, vivieron horribles experiencias en los entornos menos adecuados que les llevaron a rebelarse, a matar sin piedad o a defender un orden incorrecto ciegamente, y también todos están marcados por los clichés del manga/anime para adolescentes (en apariencia y actitud).
Esto acaba creando un enorme contraste: la desequilibrada mezcla de atmósferas opresivas, actos extremadamente violentos y oscuro drama con toques de humor y romance absurdo e incomprensible, dada la gravedad de los acontecimientos que les ocurren a los protagonistas (por lo menos el erotismo es leve e inocente en comparación con otras series...).

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Pero hay algo realmente decepcionante aquí además de buscar un camino propio sin haber esperado a que el manga terminara su publicación (eso hubiera querido Kobayashi...), y es que sucede lo mismo que en todas las series del estilo: los personajes no sólo no dejan de parlotear durante los combates (y esto aquí ya llega a cansar), sino que en lugar de utilizar habilidades que hayan ido perfeccionando a lo largo de la trama simplemente descubren un nuevo poder para vencer al oponente.
Es decir, un "deux ex machina", algo torpe y demasiado cliché...pero en fin, a "Akame ga Kiru" se la puede perdonar gracias a esas cosas que la convierten en un entretenimiento de primera clase y un cóctel explosivo de acción y aventuras: su ritmo endiablado, su brutalidad sin concesiones, su atractivo visual, sus carismáticos protagonistas (y seiyus) y sus giros de guión a cada cual más inesperado, además de su peculiar visión de los gobiernos corruptos y los justicieros sin ninguna moral.
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Chris Jiménez
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3
10 de mayo de 2024
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"Has cambiado mucho", le dicen todos. Tantos años maquinando la muerte de una persona y sintiendo por otro lado el efecto de la culpa es lógico que hayan podrido un alma, envenenado una mente y oscurecido un corazón.
Los monstruos han llevado a cabo su venganza. Ahora hay que sentir compasión con la dama justiciera.

Por desgracia cuesta mucho sopesar por quién sentir compasión esta vez. Quizás por el sr. Chan-Wook Park, pues, y es mejor admitirlo antes que después, puso el listón muy alto con ese descarnado periplo llamado "Oldboy" que rompió todos los moldes del cine a principios de siglo a través de un cóctel de emociones inclasificable, y querer repetirlo no era posible, por mucho que volviera a concentrarse en los temas de la venganza, la justicia personal, la culpa, la inmoralidad, el perdón y el castigo ya analizados en sus dos obras previas...
La novedad era la introducción de una protagonista femenina, enorme para el público asiático debido a la elección de la estrella Yeong-Ae Lee, lo que le sirvió para separarse de sus típicos papeles de mujer buena y pura que la hicieron tan famosa; eso proyecta cuando vemos a su álter-ego Geum-Ja abandonar la cárcel en la que ha permanecido trece años. Un sacerdote que la atendió durante su reclusión la recibe, con un ridículo coro tras él, en la puerta sujetando el tofu tradicional, pero ella lo vuelca y le manda a freír espárragos; vaya, magistral comienzo con el que Lee se transmuta en su personaje, el cual desprende un magnetismo y carisma sin igual.

"Chinjeolhan Geum-Jassi" presenta una estructura, aunque sea difícil hablar aquí de eso, dividida en dos partes, muy diferentes entre sí, y durante esta 1.ª se acumulan todos los tropos de la técnica hiperestilizada y la experimentación narrativa que han distinguido al coreano. Se acumulan, pero no se disfrutan. Saltos adelante y atrás en el tiempo y una historia fragmentada por la narración en multiperspectiva que se dedica a escudriñar en el pasado de la protagonista desde que fue procesada por el asesinato de un niño pequeño, un caso que escandalizó al país, hasta su más directo presente, intentando reinsertarse en la sociedad.
Ya empieza mal su premisa el sr. Park porque nadie que haya asesinado a un niño con la crueldad descrita por la acusada (y aún menos en Corea) se libraría de una cadena perpetua o de una condena a muerte, algo en lo que yo, personalmente, estaría muy de acuerdo. Aquí quiere plantear que esta señorita puede optar a esa absurda opción; y nosotros, como público, lo aceptamos por un motivo: porque a los pocos minutos sabemos que ella no es la culpable, y aunque no se nos muestre explícitamente en pantalla (primera exposición, demasiado temprana y demasiado reveladora) está claro que ella no ha sido.

La inspiración viene de muchos sitios. Parece que Park quiere unir las dos tramas de sus películas anteriores: el acto del secuestro de "Boksuneon naui Geot" y la idea de una venganza hirviendo en el interior del protagonista de "Oldboy"; por otra parte, al igual que sucedió con ésta última, toma de referencia la cultura popular japonesa, y si antes fue un manga ahora se fija en la popular saga de los '70 "Joshu Sasori", donde se presentaban situaciones extremas en cárceles de mujeres y personajes vengadores hasta las últimas consecuencias.
Pero quienes la conozcan sabrán que ni Geum-Ja es Nami ni Yeong-Ae Lee, por muy peligrosa y sensual que se presente, es Meiko Kaji. Tampoco, y esto es un problema muy grande para ella, tiene nada que ver con Dae-Su, y la razón es sencilla: con aquél (y por extensión con el brillante actor Min-Sik Choi) empatizabas, observabas su evolución dentro de ese hotel-prisión, poco a poco sus emociones se iban infiltrando en tus poros y finalmente su rabia, confusión, desolación y odio también formaban parte de ti; tus órganos se habían podrido como los suyos, mirabas, respirabas, pensabas y te movías a través de él. La simbiosis espectador-personaje era visceral.

Esa simbiosis con Geum-Ja es imposible porque su evolución resulta errática. La vemos adoptar la misma actitud bondadosa y piadosa hacia todos durante sus años de reclusa hasta que, ¡sorpresa!, sale del lugar y ya es otra distinta. No compartimos un cambio, es un salto repentino, y además el punto de vista compartido no nos permite residir en ella ni adaptarnos a ella.
El guión divaga durante un largo trecho, presentando a sus compañeras de prisión, una tras otra (tras otra, tras otra, tras otra...). Sí, de algún modo todas serán importantes en su venganza, y de hecho los secundarios que pivotan a su alrededor tienen un papel clave en los hechos del presente...

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

La insatisfacción es lo único que permanece, la insatisfacción de no saber dónde hemos estado, hacia dónde nos han llevado, por qué, para qué, ni cuándo ni cómo, es un viaje extraño de indiferencia, no hay ni rastro de emoción ni de humanidad. Park no sabe organizar un guión como es debido, y si en su obra anterior acertó fue porque tenía de base el manga de Garon Tsuchiya, ni más ni menos.
Pero "Chinjeolhan Geum-Jassi", infinitamente inferior a todos los niveles, triunfó en su momento, fue aplaudida por críticos, galardonada en festivales y la mayoría de fans se rindieron ante ella. ¿La razón? ¡Porque se trataba del director de la gran "Oldboy"!, así que la influencia era enorme, tanto que provocó ver lo que no había en ningún sitio, y los críticos, hipócritas, no se atrevieron a decir la verdad. Hoy, dos décadas después, incluso el mismo director tiene malas opiniones de la película...lo cual comparto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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