Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Sirah Wiedemann
1 2 3 4 5 6 8 >>
Críticas 37
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
17 de septiembre de 2016
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo cierto es que resulta complicado reseñar una película sobre uno de los mayores mitos del jazz cuando una no es, precisamente, especialista en el tema. Mientras que, por otro lado, es de alabar la función que ejerce el cine muchas veces: ofrecer múltiples visiones artísticas expuestas a través de figuras legendarias, permitiendo así el descubrimiento de corrientes y estilos no tan conocidos por el público más generalista. Es mi caso, pues la primera que escuché el nombre de Chet Baker fue con apenas 18 años gracias a un profesor melómano como pocos. De eso han pasado ocho años, y desde entonces debo admitir que apenas me había vuelto a acordar de él. Ya puestos, prefiero ir con la honestidad por delante. Que me perdonen sus más acérrimos seguidores: de ahora en adelante intentaré escuchar su música, pues una vez lo haces es imposible olvidarla. ¿Cómo lo he descubierto? O más bien, ¿qué me ha permitido acercarme a su legado musical? La respuesta es sencilla, el nada usual biopic de Robert Budreau.

Y como apunto, no resulta muy convencional lo que nos narra el director, tanto por la forma elegida como por el retrato que decide mostrar del trompetista de Yale. Si bien la mayoría de los biopc tienden a abarcar grandes períodos de la vida del personaje en cuestión, Budreau se centra en una etapa muy concreta de Chet Baker. La peculiar y minimalista puesta en escena se torna en un sutil ejercicio de estilo que contribuye a matizar el íntimo universo del músico. A ello contribuye la gran labor de contención del actor que lo encarna, Ethan Hawke, siendo máxime la importancia de dicha capacidad en las escenas musicales, donde sería sencillo caer en una representación superficial. Tampoco pasa desapercibida la compenetración que comparte el actor con su compañera Carmen Ejogo, que desprende sensualidad y una química perfecta con Hawke a través de su personaje, Jane, una mujer que resultó clave como motor catalizador en el resurgimiento del artista. Ambos son quiénes sustentan la película, entrelazándose pequeñas historias de filias y fobias del músico con productores y músicos de talla universal (Miles Davis y Dizzy Gillespie) con su encrucijada personal y profesional.

Lo mejor: el distanciamiento estilístico del género y la interpretación tan rica de matices y claroscuros de Ethan Hawke. El actor, que recibirá hoy el Premio Donostia del Festival de San Sebastián en reconocimiento a su carrera, logra aquéllo que en su día criticó Tarantino de los biopic, luciéndose y dotando a su personaje de una sensibilidad humana y artística quebradizas difícilmente olvidable.

Lo peor: algunos saltos narrativos que alteran el ritmo del metraje y pueden llegar a provocar confusión en algunos momentos y tal vez, lo austero y redundante del guión, que podía haber jugado más con el contexto musical de la época confiriendo más protagonismo a otras figuras claves y al pasado del protagonista.

Un bello y devastador reflejo de superación y autodestrucción, pero sobretodo una carta de amor al arte a pesar de adversidades. Es la historia de Chettie Baker. ¡Un hombre que nació para ser leyenda!
Sirah Wiedemann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
31 de agosto de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no es hasta tres semanas más tarde cuando el calendario nos marca la llegada del otoño, tendemos a asociar el último día de agosto con el fin del verano, como si por una suerte de hechizo esas horas se nos antojasen las últimas que nos permiten aún saborear la verdadera libertad estival. En la segunda película del noruego Joachim Trier, “Oslo, 31 de agosto”, el título encierra algo más que una mera simbología, sirviendo de sutil e hiriente metáfora a los hechos que presenciaremos en primera persona a través de Anders durante las 24 horas de ese día.

Las idas y venidas de 34 años de vida se condensan en un espacio y tiempo limitados, donde cada plano de Oslo destila frescura gracias a una cámara que se lanza sin restricciones a seguir cada rastro de su errabundo protagonista, homenajeando así el espíritu de la nouvelle vague. Mientras las heridas vitales amenazan cada nuevo paso, la sombra de un hombre brillante se pregunta qué empuja al ser humano a luchar tomando la incertidumbre como única certeza en el mapa a seguir. Demostrando la vigencia del texto en el que se basa (“El fuego fatuo”, de La Rochelle), la libre adaptación de Trier es un brillante ejercicio de estilo narrativo y visual al servicio de las inquietudes que afligen al hombre en el contexto social de su tiempo.

Con la fragilidad de las relaciones humanas y el infierno de las adicciones como telón de fondo, este bello y devastador relato sobre la vulnerabilidad emocional e intelectual que se esconde en la acomodada sociedad noruega remite a ese aire viciado del cual nos hablara Sylvia Plath en “La campana de cristal”. Un aire que, teñido del existencialismo más feroz en su contenido, acorrala a los viandantes nauseabundos avivando las brasas del fuego que terminará por devorarlos. Peaje caro y doloroso que muchos, sin saberlo, están condenados a pagar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
12 de julio de 2016
Sé el primero en valorar esta crítica
Claustrofóbica, sombría y efectista. De ésta, y muchas más formas, podría calificarse la obra con la que Hernàndez Vicens se estrenó como debutante en el largometraje que presentó en Sitges el año pasado.

El descenso al infierno, mental y emocional, de Pau y sus amigos es el inicio de un deambular asfixiante para el espectador. Aunque el guión no presagie una buena historia durante los primeros minutos, el director consigue endilgarnos un plato suculento tras haber abierto nuestro apetito con unos canapés algo ligeros para el paladar. Desde aquí, la visita a lo más ruin que habita en cada uno de nosotros entrará en conflicto según la lógica y ética aplicables. Sin una tregua temporal que invite a una reflexión pausada durante el visionado, la senda irracional y visceral que nos arrastra tras las huellas de los protagonistas se torna en un personal ejercicio de introspección. Al margen de los propósitos éticos por los que nos lleva el director, la efectista dramatización de unos hechos que pululan en torno a cuestiones de hondo calado primigenio manifiestan lo indeleble que puede llegar a ser la existencia humana. Rasgo que alcanza su máxima expresión en el final que cierra la historia.

Contando con unas actuaciones correctas, el auténtico tour de force interpretativo lo gana el personaje invitado a “la fiesta”. A pesar de poseer una estética austera a la que se le presupone un presupuesto reducido, Hernàndez Vicens logra precisamente hacer de esos escenarios cerrados y lóbregos un signo distintivo que se mimetiza con el tono de la cinta. Todo ello, sumado al ingenioso guión y una música electrizante, hacen de “El cadávez de Anna Fritz” un film con numerosas virtudes y algún que otro aspecto a depurar en los siguientes trabajos de su director. Pero, a fin de cuentas, estamos ante una película disfrutable que a nadie debería dejar indiferente.

Lo mejor: la oscura ambigüedad que encierra el mensaje final, los límites interpretativos de unos personajes que están a merced de un maquiavélico guión y la tensión que no cesa hasta el último segundo. Apunte: gustará, sin ápice de dudas, a todos aquéllos que disfrutaron con “Perros de paja”, con la que comparte ciertos paralelismos en forma y, fundamentalmente, contenido.

Lo peor: alguna interpretación masculina, que puede lastrar en algún momento de la cinta el ambiente sórdido que ésta intenta reflejar, y ciertos aspectos técnicos a mejorar (especialmente en el apartado sonoro).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
11 de mayo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En centenares, ¡qué digo!, miles de obras literarias, en estudios de psicología, en canciones, en encuestas sobre las tendencias sociales de nuestra vida moderna...¿Quién puede negar la importancia que le conferimos al amor, el cuál nos persigue, desconcierta y, a pesar de muchos, atrapa hasta llevarnos a estados inimaginables hasta entonces? Porque sí, definitivamente es así. Tema universal imperecedero donde los haya, la cuestión amorosa ocupa el ránking en el Olimpo de nuestras motivaciones. Ya lo cantaba Michel Sardou, esa enfermedad, la del “amor”, ni siquiera entiende de edades cuando de inocular su virulencia se trata. Algunos dirán que lo hace por méritos propios, otros defenderán su importancia atendiendo a fines meramente biológicos, y los más pensarán como servidora: es un rasgo inherente al ser humano que nos marca las directrices a seguir erigiéndose así en motor vital sin que lo sepamos.

¿A qué viene semejante presentación en esta crítica sobre la ópera prima de Ned Benson?, pensarán
quienes lean esto. Sin ánimo de resultar pesada, me veo obligada a aclarar un apunte antes de proseguir. “La desaparación de Eleanor Rigby” no fue concebida como un largometraje único, sino que es el resultado de las vampíricas decisiones con las que a menudo tienen que luchar los directores para lograr la distribución de sus cintas. Es por ello que a algunos les sorprenderá saber que el proyecto original consta de dos películas, “La desaparición de Eleanor Rigby”: Él y Ella. Y éste es, precisamente, el rasgo distintivo que debió haber protagonizado la promoción de la obra, pues sitúa a su director en la estela de nombres ya consagrados (como Richard Linklater) a la hora de experimentar y ofrecer visiones alternativas en el séptimo arte. Partiendo de una premisa sencilla pero con con una sutil profundidad, su incuestionable valor nace de una loable intención, la cuál no es otra que ofrecer un magnífico retrato del (des)amor visto desde ambas partes de la relación. Es por ello que, si solamente se visiona el montaje único presentado en salas comerciales, el valor de lo narrado puede devaluarse, plasmándose así el lastre que ha supuesto la nefasta decisión de los productores Weinstein sobre una obra tan genuina en su concepción formal.

Enlazando con lo mencionado inicialmente, el Amor juega sus bazas durante el metraje, en el cual alterna diferentes papeles en la tragicomedia que constituye la Vida. Tan pronto se presta en fiel compañero de luchas diarias al que asirse ardientemente como se transforma en la más temidas de las espadas, la de Damocles, pendiendo sobre nuestra cabeza con la intención de desgarrar nuestra existencia. Dicen que es triste no conocer, o llegar a compartir, el preciado sentimiento del amor con un semejante. Pero, ¿cómo afrontar su pérdida y la desconfianza que nos merece cuando un hecho fortuito tambalea los apacibles cimientos que habían sustentado hasta entonces aquéllo que se había construido con tanta ilusión tiempo atrás? La historia de Eleanor (Jessica Chastain) y Conor (James McAvoy), sin partir de una imaginación desmesurada pero con cierta frescura original en sí misma, aporta detalles al género al tiempo que enriquece el conjunto al tomar elementos vistos en cintas anteriores (“Antes del amanecer”, “Blue Valentine”). Pues las múltiples paradas que el espectador recorre durante todo el metraje en lo relativo a sus protagonistas, así como las pinceladas de pequeñas tramas secundarias, logran una recreación final que resulta creíble y en armonía con las pretensiones de las que partía. Y sí, también debe señalarse que no cuenta con grandes artificios visuales, ni con un ritmo frenético e historia turbulenta de las que, a priori, te dejan marcado. Y puede que, también por eso, el mérito sea doble, o hasta triple si me lo permiten. Cuando una termina de verla tiene la sensación de que una parte de sí misma se ha quedado en lo que ha visto en pantalla durante los 190 minutos. Y tras una pausada reflexión se llega a tener conciencia de haber presenciado Cine, buen cine: aquél que, construido aparentemente a partir de elementos sencillos, logra componer una pieza donde la vida corre a raudales, aún con la presencia de heridas reconocibles en el universo particular de cada alma. Su mensaje final nos devuelve una mirada que, no por sincera, deja de traslucir un halo de melancolía que duele. Se asoma a nuestros recovecos, a las heridas que a menudo dejamos pasar sin darles tiempo a supurar. Nos habla de las elecciones que construyen nuestro pasado, presente y futuro, ¿y puede que también de la (im)posibilidad de volver sobre nuestros pasos? Y hay que tener presente que, si no se va con cuidado, arrastra por completo hacia una espiral imparable, deconstruyendo el subconsciente y desnudando nuestras miserias emocionales mejor guardadas.

Es de suponer que habrá un público al que no guste o haga desistir por su complejidad narrativa y emocional. E igual de válidos podrán ser sus argumentos. Todo es discutible, y más en el ámbito de las artes y la Vida, las cuáles aún gozan de ciertos visos de libertad. Y aunque no comparta esa postura, la comprenderé. La cotidianidad, aquélla que nos acecha aún rechazándola una y otra vez, sobrevuela todo el tiempo con total impunidad. Y es precisamente esa similitud, la que algunos pueden asociar con vivencias personales o ajenas, así como su defensa acerca de la necesidad de empatizar con el dolor y la pérdida, lo que a muchos asustará. Y sin embargo no puedo dejar de pensar en Keats, y en la razón que tenía cuando escribió que no hay mayor belleza que la que impregna nuestra realidad más inmediata. Pero me temo que siempre ha ocurrido y ocurrirá: la imagen que nos devuelve el espejo a pocos termina de agradar, ¡quién sabe si porque desconozcan que lo esencial se esconde en cada fragmento que, a modo de una pieza de puzzle, confecciona nuestra identidad!
Sirah Wiedemann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
13 de marzo de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Testamento de juventud”, ópera prima de James Kent, fue editada directamente en dvd en nuestro país a finales del año pasado. Fue entonces cuando supe de su existencia, así como de la de Vera Brittain. Éste es uno de los principales méritos que siempre he atribuido al séptimo arte, el descubrirnos en apenas dos horas detalles de personajes reales cuya historia muchas veces queda restringida al lugar de origen y a los eruditos del tema. A pesar de haberme acercado con entusiasmo en mi adolescencia (y en la actualidad, pero a un ritmo menor) al feminismo y la historia sobre los inicios del movimiento sufragista a nivel internacional, no había oído hablar (o quizás no lo recuerdo) de la interesante figura de Vera Brittain. “Testamento de juventud”, libro en el que se basa la película y primera entrega de sus aclamadas “Memorias”, se considera uno de los testimonios más valiosos sobre la Primera Guerra Mundial. Entre otros motivos, por el enfoque femenino que aportó sobre el horror bélico, los sueños perdidos y futilidad de los anhelos perseguidos en una guerra dónde la sociedad instaba a los jóvenes al enaltecimiento patriótico (con medios propagandísticos de objetividad dudosa) con el fin de su alistamiento. Una guerra dónde perdieron los de siempre, aquéllos que estuvieron en el lugar y tiempo elegidos, y cuya intransigente resolución final dio lugar al caldo de cultivo que posibilitó el ascenso del nazismo y, con ello, el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

La película aborda el período comprendido entre 1913 y 1925, mostrando al inicio a una joven Vera que en pocos minutos manifiesta su naturaleza inquieta a pesar de pertenecer a una sociedad y época dónde el papel de las mujeres estaba relegado a la esfera doméstica. En plena expansión del movimiento sufragista británico, ella no tiene más sueño que el de ingresar en Oxford (aunque no les otorgasen título a las mujeres) y poder convertirse en escritora. Por las fotografías de la verdadera Vera Brittain y las críticas sobre su legado literario, considero muy oportuna la elección de Alicia Vikander para el papel. La actriz sueca, recientemente premiada con el Óscar por su actuación en “La chica danesa” y a quién descubrí en la maravillosa “Un asunto real”, encarna a la perfección el papel con su apariencia frágil pero espíritu inquebrantable. El resto del elenco que la acompaña cumple satisfactoriamente, si bien la estrella de Vikander (y del personaje que encarna) eclipsa en ocasiones a los demás.

Tratándose de una película británica, la ambientación es impecable, qué duda cabe. ¡Qué mal acostumbrados nos tienen estos ingleses! Al igual que ocurría en otra película que reflejaba el amor juvenil en tiempos de guerra, “Expiación”, la fotografía refleja la ingenuidad de una época bucólica para los protagonistas así como la desazón y opresión cuándo la guerra llama a sus vidas. Un ritmo pausado, al servicio de un metraje que alterna diferentes episodios de la vida de la protagonista, logra evocar en el espectador las emociones contenidas en la cinta. Y siendo, como es, una ópera prima (aunque con trabajos televisivos previos en el haber del director), el mérito de Kent es incuestionable.

Lo mejor: la exquisita actuación de Alicia Vikander (confirmando por qué es una de las actrices del momento con más proyección internacional), el valor histórico de lo narrado y la tenacidad de una heroína que asistió al desmoronamiento del mundo que conocía y, aún así, reivindicó la necesidad de plasmar el horror sufrido para defender el pacifismo como modo de vida. Una postura (la del pacifismo), utópica como concepto y sin embargo tan necesaria aún hoy dia.

Lo peor: haber pasado desapercibida en nuestro país, que recuerda lo triste que resulta que obras más que interesantes sean denostadas por cuestiones de marketing e intereses puramente comerciales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 3 4 5 6 8 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow