El gran error de "El despertar de la fuerza" no tiene su origen en la película, sino en el espectador. Quien crea que volverá a encontrar el espíritu de la trilogía de finales de los 70 fracasará. Porque ese espíritu quedó encerrado para siempre en aquellas entregas. Como en "Horizontes perdidos", de Frank Capra, solamente se puede vivir Shangri La en Shangri La. Habría que recordar la escena en la que un miembro de la expedición inglesa abandona la idílica comunidad con una nativa de la que se ha enamorado. Muy pronto, apenas acceden al exterior, la nativa se convierte en una anciana, y muere.
JJAbrams lo sabe: sólo se es eternamente joven en Shangri La. No pierde el tiempo en tratar de convencernos de lo contrario, ni nos lo hace perder a nosotros. Y los que hemos visto "Horizontes perdidos" respiramos tranquilos cuando nos damos cuenta, al poco de comenzar la película, que aquel espíritu, uno de los últimos mitos que nos quedan, no será perturbado. En ese momento nos quitamos un peso de encima, nos relajamos, y nos disponemos a disfrutar de la película. O más bien a gozarla.
Me viene a la memoria otra película, "La edad de la inocencia". Años después de terminar (o interrumpir) su historia de amor con la condesa Ollenska (Michelle Pfeifer), Newland Archer (Daniel Day Lewis) sabe de la presencia de la condesa. Se acerca a la casa donde ella se halla, y percibe desde la calle, de forma difusa, su imagen. En ese momento toma la decisión de no llamar a la puerta, de dejar su historia en el pasado, porque nada de lo que ocurra estará a la altura de los recuerdos, ni, por supuesto, de sus confusas expectativas.
Los que vean, o hayan visto, "El despertar de la fuerza" pretendiendo revivir la pasión de las primeras películas, los mismos que habrían llamado a la puerta de la condesa Ollenska sin saber lo que se iban a encontrar, o peor aún, sin saber qué estaban buscando, cometen el mismo error.
No culpemos a Shangri La por no poder vivirla fuera de sus lindes.

Salí del cine pensando cómo temas fundamentales como la muerte, la amistad y el amor pueden convivir en una armonía tan natural. Y es que todo forma parte de la vida. La historia se construye sobre un único pilar: la decisión de Julián de aceptar lo inevitable, y de preocuparse de lo evitable. Pocas veces el título de una película dice tanto. Es esta coherencia, de la que el director no se despega ni un segundo, la que consigue que el espectador no pestañee esperando qué es lo siguiente que hará Julián.
Una vez embarcados en la historia, no podemos evitar hacernos algunas preguntas: ¿seríamos tan valientes como Julián? ¿podemos presumir de tener amigos tan fantásticos como Tomás? Mucho me temo que las pequeñas historias que, como los capítulos de un libro, se suceden en la película, retornarán a nuestra memoria en más de una ocasión.
Es una buena película ... pero tenía los ingredientes para ser algo más. El ritmo es irregular, hasta pasados unos veinte minutos es Ricardo Darín el encargado de mantener la tensión y la fluidez. Por suerte, esto pasa, y los personajes quedan acompasados. Darín hace una vez más un papel extraordinario. Lejos de parecer una valoración de perogrullo, se hace necesario decirlo, porque es precisamente el momento en el que Julián no está presente cuando la película cae de ese altísimo nivel al que nos ha elevado el director.
Puede que hilar tan fino perjudique a nuestra percepción. Habría que "culpar" al director, por rayar la perfección en muchos momentos, por hacernos crear tan altas expectativas. Aunque francamente, creo que es una virtud de Cesc Gay despertar en nosotros esa exigencia, algo que desgraciadamente no nos suele ocurrir.
Comentaba que Cesc Gay raya la perfección ... creo que la consigue en el capítulo de Ámsterdam.
Finalmente, es llamativo cómo la película se puede resumir en unas cuantas frases sueltas que dejan caer los protagonistas. Pero esto es una crítica sin "spoiler". Animo a los aficionados a descubrirlas, si aún no la han visto.

¿Cómo se me había podido escapar de entre los dedos una perla de este tamaño? Un musical delicioso, todavía en la línea de los de los 30´s, con un James Cagney de cuyas dotes como bailarín habíamos oío hablar. pero sin suponer que cualquier alabanza en este aspecto se quedaba muy corta. Después, leyendo, uno se entera de que el el gangster Cagney, el Rocky Sullivan de "Ángeles con caras sucias". el Eddie Barlett de "Los violentos años 20", y, sobre todo, el Cody Jarrett de "Al rojo vivo"... se sentía bailarín por encima de todo. Algo que se aprecia viendo esta película, y que deja cierta sensación de pesar por el hecho de que Hollywood no aprovechara este talento para nosotros, los incondicionales de los musicales clásicos.

Buena película, sin alardes. Nada pretenciosa, bien contada y con la tensión suficiente. Al margen de la historia y de las simpatías políticas de cada uno, el argumento es creíble, y plantea ciertas cuestiones morales interesantes, cuya resolución pueden cambiar en un sentido o en otro, a lo largo de la película.