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España España · C/ Mía, nº 3, 1º A
Críticas de Dromedario
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Críticas 67
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
21 de agosto de 2015
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué bonita es la amistad. A veces. Y qué ganas de romperla cuando te aseguran que “Drome, vamos a ver «3 metros sobre el cielo». Te gustará”. Algo así. No recuerdo las palabras exactas, intento olvidarlas. Aclaro en este punto, por si hay dudas entre las quinceañeras que frecuentan los textos de esta película, que mi nombre verdadero no es ‘Dromedario’, sólo un apodo, como el de Mario Casas aquí. Que se hace llamar H. No “hache”, sino “H”. La pronunciación parece la misma. Y la es. Aunque esto nos da igual porque a Mario Casas no se le entiende cuando lo dice.

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El nivel estaba alto, pero la siguiente escena fue la que más me indignó.

Minuto 47:20, aproximadamente.

Discotecote. La cámara barre la pista de baile y se dirige al macho (Mario Casas, obviamente), quien se encuentra en el piso superior, apoyado en la barandilla, observando el gentío, fumando, ajeno a la fiesta. En definitiva: un tipo que mola.

Se acerca una chica disfrazada de test de Rorschach para pedirle fuego. Se lo da, pero como en esos momentos no le interesa sexualmente le espeta: “Ya te llamo, ¿vale?”. Ella, mosqueada, se marcha. Él da otra calada y vuelve la mirada a la multitud danzante. Cómo molas, colegui.

[Sorprende, en esta breve charla que mantienen, la distancia a la que hablan los dos interlocutores anteriores. Con semejante ruido de fondo parece razonable que la conversación se tenga que realizar a gritos y acercándose a la oreja del otro para ser entendido. A veces incluso ni así. Lo digo por experiencia. En ocasiones (cuando escribo “en ocasiones” quiero decir “con mucha frecuencia”), me he acercado a mujeres en este tipo de locales y les he chillado a dos milímetros de distancia: “¡Esta noche dormiré solo si no lo impides, baby tigresa!”; no me han escuchado por el ruido y se han ido sin responder. Pero esto es otro tema. No nos desviemos, por favor]

Nuevo plano: entra María Valverde en la disco buscando entre toa’ la peñita a su Adonis poligonero. Y atención a lo que viene a continuación: 1) Se acerca a la barra, 2) ¡No hace cola!, 3) Pide un vodka con piña, 4) ¡Se lo sirven en cinco segundos!, 5) No paga la copa, 6) Le da un sorbo y 7) ¡Se marcha abandonándola en la barra!

Llegados a este punto de maldad me levanté colérico, golpeé la mesa y grité: “¡Pero qué tipo de broma macabra es ésta! ¡Dejad de jugar con los sentimientos de la gente! ¡Que la copa vale como mínimo 8 euros, llévatela, pija de Carabanchel!”.

Y encima, para terminar, se pone a bailar con Mario Casas –que al verla se ha ido directo hacia ella– y liga sin ir borracha. Alucinante. ¿Es éste el ejemplo que queremos para los niños, que sin alcohol es posible encontrar a tu media naranja? Culpa de la LOGSE.

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No, no, gracias a ti, Bea, por ponerme la película.
Dromedario
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9
21 de agosto de 2015
29 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. Títulos de crédito iniciales

En cuanto pude –con la debida autorización paterna– dejé de realizar los viajes diarios veraniegos a casa de mis abuelos y me independicé matutinamente de mis hermanos. Privilegios de ser el mayor.

Esa época temprana, con los padres en el trabajo y los colegios de vacaciones, la recuerdo con constantes discusiones y escasa sintonía. Sobre todo con mi abuelo, que se exaltaba y gruñía con suma rapidez ante mis protestas de crío.

Superados los dieciocho, estudiando fuera, retomé las visitas. A la hora de comer, numerosos viernes, un plato –ay, esa sopa de ajo– me esperaba en la mesa. Ya, a estas alturas, y con mi carácter más templado, la relación con ambos era otra. Pero al hombre detrás de mi abuelo lo conocí más tarde, si es que eso llegó a suceder.



2. Circus world. Breve anécdota de juventud

Son los sesenta. El rodaje de «El fabuloso mundo del circo» llega a Toledo. En una casa de huéspedes, regentada por la mujer de un hortelano, se hospedan varios capataces de obra que trabajan en la película. Uno de ellos le ofrece a aquél incorporarse al equipo como ayudante de albañilería.

De esta manera, el hortelano, con el séptimo arte como protagonista, cambiará definitivamente de profesión.



3. Inflexión en fin de semana

En años posteriores su pasión por el cine nos acercó. Y con el tiempo, casi sin querer, me convertí en su programador y proyeccionista los sábados y domingos.



4. El Nuevo Oeste. Breve anécdota de senectud

Tarde de otoño. Tres generaciones frente al televisor. El nieto desenfunda «El hombre que mató a Liberty Valance» de su estuche de DVDs. Play. Sorprende que el abuelo, siendo incapaz de retener nombres de directores o actores, salvo el de John Wayne, Errol Flynn y alguno más, reconozca ciertas películas y secuencias que había visto cuarenta o cincuenta años atrás y no advierta otras con las que se ha cruzado recientemente. “El ataúd”, “El robo y el carruaje”, “Ahora pasa tal, que me acuerdo yo”. La madre pide en reiteradas ocasiones que, por favor, no se adelante. Obvia la petición porque sigue como hipnotizado. “A éste le disparan”, “El fuego”, “Esos dos acaban juntos”. El abuelo, que no suele pronunciarse sobre la calidad o la falta de ella, da su veredicto al finalizar: “Cojonuda”.



5. Última bala

Su gusto –fácil de contentar con todo tipo de western, film de acción o aventuras sin una trama complicada o enrevesada– me hizo ponerle, en un principio, cualquier película o serie que cumpliera los requisitos. Hasta que comencé a sentarme a visionarlas también. Así revisé y descubrí grandes clásicos. Él, a pesar de haber visto gran cantidad de ellos, mantenía esa ingenuidad propia de los niños, ésa que impide diferenciar al héroe espadachín por llevar antifaz o la que se asombra ante un desarrollo previsible.

Fueron esos momentos, con la pantalla brillando y las pistolas silbando, donde hubo mejor entendimiento entre los dos.

La última que grabé para sustituir a la siesta: «Licencia para matar» de Clint Eastwood. No hubo oportunidad. Aunque seguramente ya la habría visto. Y olvidado. Como tantas.
Dromedario
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3
27 de diciembre de 2013
25 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si la película se enmarca dentro del género fantástico no es por las piernas de Robin Tunney sino por la ardua tarea que tiene Schwarzennager: recibir y ordenar una cantidad considerable de información MENTALMENTE. Incomprensible. Estas escenas de reconstrucción de los hechos maquiavélicos funcionarían mejor con el actor sosteniendo una libreta, un lapicero y una goma de borrar mientras, tomando nota de sus reflexiones esclarecedoras, hablara en voz alta corrigiendo datos. Sería más creíble. Algo así imagino:


“Mis observaciones detectivescas. Por Arnold.

Tipa rara ----> Mala ----> Sí -----> No -----> Tal vez ----> No ----> Yo qué coño sé (Descongelar albóndigas para la cena)

El otro ----> Satán ----> Salvar el mundo ----> Cuidado con los desconocidos ----> No pedir sal a la del tercero, posible adoradora del diablo, que menudos cuernos tiene

¿Niña adoptada? – Madre adoptiva – Niña adoptada – Sobrepeso – Cara de loca – Cara de vil – Cruella de Vil con sobrepeso – Calorías de más – Dieta del cucurucho para ella”


Más llamativo aún resulta que a menos de diez minutos para las 0:00 Satán continúe con su plan de acostarse con la chica para destruir el mundo. Maligno, maligno el bueno de Gabriel Byrne. Además dispone de un tiempo escaso –recordemos que tiene todavía la túnica puesta, prenda difícil de manejar y que favorece la ventilación–, por lo que se deduce que la eyaculación precoz no sólo es un problema terrenal.

Y ya, en el fin de los días, termina esta cosa, dejando tiempo libre para realizar otras labores más interesantes. Como mullir los cojines del salón. Con lo que tú molabas antes, Chuache.
Dromedario
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3
31 de agosto de 2013
32 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título es una frase de mi abuela, admiradora inagotable de los mandobles de Walker en la serie homónima protagonizada por Chus Norris. Con el tiempo ha confundido al actor con el personaje y ya apenas reacciona a los “Pero si es de extrema derecha, homófobo y gilipollas”. A lo primero antes contestaba: “No seas embustero”; a lo segundo me remito a su comentario sobre el matrimonio homosexual: “En el PSOE hemos hecho muchas cosas, como la ley de maricones esa”; y, respecto al último apunte-insulto, te despachaba enseguida: “Ten un poquito de respeto”. Tal es su fanatismo que incluso prefiere cualquier cinta de Chunorri a la programación matinal de Telecinco y lo coloca casi a la misma altura que Felipe González o el parchís. Un escalón por debajo. Junto a Carmen Sevilla, el Equipo A, el cinquillo, los helados y el Atleti.

«Desaparecido en combate» no es su favorita de Chupnori. Contiene demasiados disparos, sangre y violencia. Rebasa lo que ella considera tolerable. Y aun así disfruta con el hombre de la barba impartiendo justicia a base de hostiacas. Lo cual se explica por su curiosa forma de medir la calidad de este cine de acción: a) Si sale Chucs es buena y b) Si la protagoniza otro [Steven Seagal, Van Damme, Stallone, Jackie Chan o Schwarznegger] malísima; dedicándose durante todo el metraje a interrumpir su visión:
1. “No tiene ni pies ni cabeza”
2. “Qué cosa más fea”
3. “Anda, ponme Telecinco a ver qué hay”
4. “Tráeme el abanico”
5. “No sé cómo os gustan estas tonterías”
6. “Niño, mira en Castilla-La Mancha [TV] o La Siete”
7. “¿No hay otra cosa?”
8. “Yo creo que ya es la hora de cenar” [A las 6:30 de la tarde]

Esto es extensible a cualquier filme que no le satisfaga. Aún recuerdo cuando se nos ocurrió poner «Desmontando a Harry» el mismo día que echaban la miniserie de televisión «La casa de la pradera». Hasta que no consiguió que cambiáramos de canal no paró. Insuperable su constancia en la protesta. Si no se oye queja alguna se debe a que la película es “Muy bonita” o que se haya quedado dormida. Esto último suele negarlo (“No, no, sólo cierro los ojitos”) aunque haya ronquidos de por medio. Pero con Chaquinorris no hay descanso que valga, independientemente de la hora. Aguantando. Sin pestañear y algún que otro “Ay, ay” con las escenas más cruentas.

En estos últimos años ha perdido concentración, 20 kilos, movilidad, visión, 3.825 servilletas y parte de la fe en dios (“Estoy muy cabreada con el de arriba”), pero todavía le quedan el azúcar y CHUCK NORRIS.

[Nota: sin su compañía la votación sería un 1]
Dromedario
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4
18 de abril de 2013
24 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿¡Pero cómo!? ¿Me están diciendo ustedes que la novela no se titulaba «On the rocks» sino «On the road»? Pues la hemos liado” – Walter Salles el último día de rodaje.

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1) Como adaptación:

El resultado es decepcionante (en mi primera versión del texto – crítica, según FA; “ya estás perdiendo el tiempo con el ordenador”, según mi padre– había escrito “una puta mierda”, pero he recordado que mi abuela me pide moderar el lenguaje): da la sensación de haberse subrayado unas cuantas conversaciones aleatoriamente de la novela para luego trasladarlas, palabra por palabra, a la pantalla. Estas partes chocan con algunas de las elipsis, varias de ellas conseguidas. El ambiente y el ritmo quedan olvidados. Lo que se esperaba, en definitiva.

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– ¿Qué páginas quería que señalara para el guión?
– Tire el libro al suelo 15 ó 20 veces y por donde caiga haga una marca.

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2) Como película:

El punto 1 da igual si aparece una buena película detrás, pero el verdadero problema es que no hay plan B. El director está más preocupado en dar protagonismo a las miradas lascivas de Kristen Stewart. Una y otra vez. Así, como mucho, sale a relucir un triángulo amoroso y un par de borracheras, se aparta a golpes la progresión de los personajes y se prescinde del espíritu viajero. Guiño, guiño, lengua en la comisura, te dejo que juguetees con mi tesoro.

Y la narración, apoyada en tiempos muertos no pretendidos: latosa.

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– Oye, Viggo, te estás encasillando: hombre depilado que da la espalda a la cámara con los testículos colgando.
– ¿Me desnudo, Walter?
– Ah, pues mira, sí, perfecto. A ver, que enfoco. Bájalos más.

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Con ciertas escenas no pude dejar de pensar en Cassavetes y qué habría hecho con el material. Ahí queda la duda.
Dromedario
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