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España España · Shangri-la. Andalucía
Críticas de Maggie Smee
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Críticas 374
Críticas ordenadas por utilidad
7
9 de abril de 2016
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las situaciones que personalmente intento evitar, son las reuniones o reencuentros de amistades, de las que hace tiempo no se sabe nada de ellos, sean antiguos alumnos de colegios o institutos y juntarlos a todos con cualquier excusa. Si además la cosa es como se nos cuenta en el caso presente, en la que algunos de sus personajes han estado involucrados en un matrimonio que no acabó bien, las situaciones pueden resultar aún más embarazosas para los asistentes.
Y ese es uno de los aciertos que nos plantean en “La invitación”, un modesto thriller, modesto en cuanto a presupuesto y a ciertas limitaciones, pero que logra un buen resultado, perteneciendo a esa clase de películas que, desgraciadamente, y a pesar de haber sido laureada en el Festival de Sitges, su estreno ha quedado restringido a pocas ciudades. Merecía haber tenido mayor promoción, ya que es mejor que muchas de las mediocridades que nos llegan. Lo de siempre, las salas copan subproductos a granel muy promocionados mientras otras pasan desapercibidas o no encuentran hueco.
“La invitación” está tratada por sus guionistas como film dramático. No se trata de la “típica” película de “suspense” de ritmo atolondrado o sustitos convencionales. En ella hay una creación de personajes, que quizás puedan llegar a rozar el arquetipo, pero están definidos, con sentido común en sus reacciones y bien defendidos por sus actores. Incluso me gusta bastante la utilización de su tensión. Y no me refiero al “suspense” en sí, si no a su tensión en esta situación aparentemente cotidiana, con silencios dosificados que van violentando de manera sutil al espectador, más cercanos a un recurso actoral, que también la hace más creíble y huye del efectismo acostumbrado.
Su dirección es correcta en todo momento, sus aspectos técnicos cumplen, especialmente su fotografía y su peculiar banda sonora, que me ha resultado sorpresiva la utilización de los temas incluidos, así como sus sonidos de ambiente en general.
Antes aludíamos a sus limitaciones, pero en ningún momento se peca de cutre ni se convierte en un quiero y no puedo. Lo digo porque la fórmula, (nada nueva por cierto), de encerrar en una casa a un grupo de personas, es una fórmula propensa a su imitación, por lo que se demuestra, que con un trabajo previo serio y un “casting” que evita estrellas de primera fila, su buen resultado no es casual, dejando un sabor de boca inquietante. Al menos parece ser que hay una esperanza en el género del “thriller”, o incluso del terror, en el cine norteamericano, con un estilo de producciones que no son costeadas por grandes estudios y que, ante todo, invierten en originalidad, con capacidad de sugerir más que de ser explícitos. Un buen film que, al menos a mí, me ha interesado (y entretenido) en todo momento, con la ventaja que desconocía su argumento. Es decir, si se piensa en verla, y si mi aviso no llega tarde, es mejor ignorar por completo su trama.
Maggie Smee
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4
19 de septiembre de 2015
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía curiosidad por ver este último film (por ahora) de Andrei Konchalovsky, por el que además recibió el león de plata en Venecia al mejor director. “El cartero de las noches blancas” es su homenaje, su mirada, a una Rusia casi anclada en el tiempo, el lago Kenozero, rodada a modo de documental, con actores no profesionales, modestia en medios y olvidándose del cine más convencional. Porque la carrera de Konchalovsky tiene de todo, de lo mejor y de lo peor.
Guionista de excepción empezó siendo un director no demasiado conocido en España por sus primeros títulos, bueno, ni tampoco en su Rusia natal donde tuvo problemas con la censura y algunos films fueron cortados o directamente prohibidos. Su “boom” se produjo a nivel internacional con su notable epopeya “Siberiada”, que fue premiada en Cannes. Durante casi una década se traslada a Estados Unidos, trabajando para la Cannon Films y dándole los títulos más respetables de esta factoría. Luego le suceden trabajos “comercialoides” de baja calidad, producciones televisivas y su posterior retorno a su añorada Rusia con un cine más íntimo. De familia de alto linaje, volcada en la rama artística, posee una gran formación y un buen sentido tanto estético como poético, aunque no siempre la crítica más exigente no se lo ha sabido valorar, por eso, al cabo de tanto tiempo, quería ver en qué momento se encontraba.
Y también por eso he titulado este comentario con este título, “Perdóname, amor”, de Luis Valdivieso, una curiosa perla hispana y bizarra, con una racial María Jiménez y Pepe Sancho, porque aún no entiendo cómo no se daba cuenta Konchalovsky de que la película se le iba de las manos. Para mí es un enigma como ha caído en una trampa tan de principiante o autor endiosado, cosa que no creo que sea ni se sienta así. No soy súper fan suyo, pero le aprecio y me resulta doloroso a estas alturas darle un palo, pero no me queda otra.
Se nota su dominio sensorial, el uso de la escueta pero atractiva banda sonora… se palpa modestia. Pero, a excepción de la relación del cartero con el chaval, sus tramas como sus personajes me resultan plomizos y aburridos, una dirección demasiado “ombliguista” en una mortecina propuesta y que ralentiza el tiempo innecesariamente. Creo que ha sido una hora y media de las más interminables que recuerdo últimamente en el cine. Por ese motivo no la recomendaría, aún a sabiendas de que posea algunos aciertos, porque se me derrumba desde su primer tercio y me resulta tanto fatigosa como embarazosa.
A modo de curiosidad señalar que en la película hay una escena donde los personajes comentan que van a emitir por televisión “Un hombre y una mujer” de Lelouch. Se ve que incluso en territorios lejanos y bastante humildes la cultura no se ha perdido, porque no sé desde hace cuántos años la televisión pública española no emite ningún clásico europeo, ni siquiera doblado. Quizás sea un motivo más a recriminar a los directivos del ente público, que no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza al tenernos viviendo en la ignorancia. Y me temo que como no sea por exigencia de la UE así seguiremos.
Maggie Smee
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7
28 de abril de 2018
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que me sorprende de “Knight of Cups” es que no se haya estrenado comercialmente en las salas de España. Independientemente de la supuesta acogida que hubiera tenido en taquilla, con un reparto como el que tiene y viniendo de un director que cuenta con adeptos, responsable de una de las pocas obras maestras que este nuevo siglo ha dado, como es “El árbol de la vida”, hubiera merecido su estreno. Esto hecho tan garrafal es un fiel reflejo cultural de nuestro país, cada vez más cicatero y recalcitrante, en el que no se duda estrenar mierda a granel antes que películas de autor. Esta imperdonable censura cultural boicotea que el espectador pueda seguir la trayectoria de este polémico director, dando preferencia a subproductos para descerebrados. Y claro, lógicamente luego nos quejaremos que la gente cada vez, de entrada, no se sabe comportar en una sala de cine, comiendo chucherías como cerdos o hablando como si estuvieran en el salón de casa y con el móvil encendido. Y ya mejor ni hablemos de su nula apreciación artística...

Y es que “Knight of Cups” podrá gustar o no, el espectador es libre de apreciarla o despreciarla como con cualquier film, pero mucho más en esta ocasión teniendo en cuenta que es de Malick, el cual levanta pasiones extremas de todo tipo, pero para mí tiene al menos una serie de valores que la libran de la mediocridad a la que el cine en estos años nos tiene acostumbrados.

A partir de este momento nos sumergimos de lleno en un terreno de lo más personal, afirmando que con esta película su director se recupera del que para mí fue su desliz, “To the Wonder”, la única que considero fallida de su autor, afirmación que indignará a los borreguitos que consumen cine, que no a los cinéfilos. Por muy duro o elitista que suene es así. Porque ya está bien de pretender justificar lo injustificable o respetar a los que arremeten contra lo diferente o personal, sin medir su virulencia a base de prejuicios.

“Knight of Cups” está dividida en varios bloques que se relacionan entre sí, alternando su narrativa. Es algo que ya había hecho anteriormente y aunque no se parezca “a priori”, hay paralelismos que se pueden establecer con el “8 y medio” de Fellini con esta historia de guionista en crisis de identidad.

En esta ocasión Malick no se estanca, bucea, va de un extremo a otro. Las referencias cinematográficas van desde a “Solaris” de Tarkovski a “Zabriskie Point” y a mucho del cine de Antonioni. Al principio del film se nos advierte que para mayor disfrute pongamos el volumen alto... recomendación algo fuera de lugar, no hacía falta, sobre todo porque parecía una recomendación algo macarrónica en un mundo saturado de ruidos, y ni decir que si su banda sonora hubiese sido heavy metal los vecinos, como siempre, hubieran sido los más prejudicados. Aquí el recital audiovisual es estremecedor, combinando todo tipo de música, en una banda sonora de Hanan Townshend que se alterna con casi medio centenar de temas, unos cuidados efectos de sonido, maravillosas localizaciones, un montaje de lo más vivaz y, sobre todo, una portentosa fotografía de Emmanuel Lubezki, uno de los mejores del mundo y que por este trabajo hubiera merecido al menos una nueva nominación. Repetimos, es algo que casi aturde. Por ello conviene reseñar que no es un largo anuncio publicitario. El llegar a esa conclusión implica no tener ni idea de lo que se habla. La publicidad ha robado técnicas, escenas de otros films y está, en su mayoría de ejemplos, hueca, no hay nada detrás. No es el caso de “Knight of Cups”. Distinto es que muchos intenten emularle pero nunca van a llegar al nivel de Malick. Todo se nota que está pensado y con intenciones, unas intenciones que pueden, a veces, escapar de control, pero que nunca son gratuitas. Le pasó desde “Malas tierras” o con su segundo largometraje, “Días del cielo”, que muchos se quedaban apreciando su envoltorio sin atisbar que había mucho más detrás. Es el sello creativo que se está forjando su director, que posee una identidad propia hoy por hoy, y que a mí, aunque patine, me interesa más que el triunfo mediocre de otros.

El uso excesivo de la voz en off o reiteraciones a la hora de plasmar las relaciones de los personajes puede que le resten puntos para llegar a ser redonda, pero sus dosis de riesgo y su capacidad poética es innegable. A estas alturas es uno de los directores más personales del cine:

Poco sabemos de su vida personal, no concede ni entrevistas ni quiere ser fotografiado, cuenta con el máximo respeto de sus compañeros que han hecho retratos de una América nada convencional (de Coppola a Scorsese, pasando por Ashby o Mazursky). El hecho de haberse dedicado no solo a estudiar filosofía en Harvard o en Oxford, si no a dar clases o trabajar como reportero para revistas como “Life” o “The New Yorker” y desaparecer durante casi dos décadas del panorama cinematográfico le hacen especial, no es que pretenda serlo de una forma impostada. En un futuro parece que se adentrará en el mundo del documental.

Y hay mucho más que decir, sea de trabajar sus estructuras narrativas o de sus actores, los cuales sirven perfectamente a sus intenciones, a veces con planos que dan intenciones en varios segundos. Podríamos hablar más incluso del guión en esta película y de sus posibles interpretaciones. Con sus más y sus menos, creo que se trata de un buen film, que no comprendo como esa masa inmunda que es el submundo de los críticos, cada vez más sospechosos de sobornos o de dejarse influir por modas, desde hace años, le ha dado la espalda. Cualquier aficionado al cine no debe fiarse de ellos y debe seguir el rastro a uno de los cineastas más interesantes de la actualidad.
Maggie Smee
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4
16 de julio de 2021
6 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya estrenó Netflix la trilogía de “La calle del terror”, la primera entrega ambientada en 1994, la segunda en 1978 y la tercera en 1666, basadas en relatos de R. L. Stine y dirigidas por Leigh Janiak. Parece mentira que el invento haya sido aceptado positivamente por los televidentes, como reflejan la mayoría de las votaciones de la supuestamente “prestigiosa” Rotten Tomatoes. Menos mal que en FilmAffinitty la disparidad en su acogida es más pronunciada, con lo cual sale ganando en fiabilidad. Que podía funcionar en audiencia era un hecho claro, pero no merece mayor comentario en ese aspecto, ya que, cada día más, las plataformas saben vender sus productos a un público, en su mayoría, muy jóvenes y poco cinéfilos.

“La calle del terror” es mediocre. Toma prestadas demasiadas cosas de films ya hechos (y mejores) y no es en ningún momento un homenaje, es un remozado en aceite muy usado, con mucha trampa y cartón, que si se quiere, se pone el automático y se devora, sobre todo su segunda entrega que es la mejor de las tres, aunque no pase de meramente correcta, pero la saga carece de nervio, de intriga (aunque haya muchas justificaciones de boquilla en su guion para que todo case) y no muestra gran talento en ningún aspecto. Eso sin contar con los plagios en su banda sonora, donde hay veces que parece que han puesto directamente la banda sonora de “La profecía” de Jerry Goldsmith.

Lo peor de su primera entrega es que está enfocada a un público “prepúber”, con personajes demasiados aniñados, demasiado pequeños para enganchar a un público experimentado. Que su protagonista sea lesbiana, para un público infantil de la América profunda, puede que sea un signo de modernidad o “renovación”, aunque realmente no era esencial. Al menos en la segunda entrega, la media de edad es algo superior y no te suena tan forzado. Dejémoslo así. Es como si “Los Goonies” o los niños de “Súper 8” se metieran en una aventura “slasher”. Ridículo. En su segunda entrega parece que, por suerte, se inspiraron más en “Viernes 13” que en “Los albóndigas en remojo” y el pego lo dan más. La tercera es una función de colegio, donde de nuevo decae su credibilidad. Se reúnen a todos, y como si se tratara de un remedo de “La bruja”, de Robert Eggers, en un decorado que parece un parque temático y con una ambientación patética, sin polvo ni suciedad, todo limpísimo, se nos van dando todas las claves para comprender las maldiciones ocurridas y el motivo de todo el embrollo.

En resumidas, la saga no es recomendable, que no les engañen. Quien quiera ver un film de terror o “slaher”, terror o “gore” tiene donde elegir, tanto en primera clase, como en serie B o en serie Z. Este sucedáneo tan impersonal como previsible, está trazado por y para la peor televisión. El “cásting” de Carmen Cuba, como decíamos, tanto en su primera entrega como en la tercera es malo, siendo la más destacable de la segunda entrega Ryan Simpkins en el papel de Alice.

Todo lo generado bajo estos parámetros pueden ser más, o posiblemente, menos entretenido, pero no deja de ser de consumo rápido y en consecuencia, demasiado caro en su presupuesto para lo que contienen, como dicho sea de paso, “La clásica historia de terror”, de Roberto De Feo y Paolo Strippoli, también estrenada en estos días en Netflix, plagia lo que le da la gana y su calidad deja mucho que desear, alejándose de cualquier serie (o miniserie) de televisión de calidad, que las hay, y cada vez más, de quitarse el sombrero.

En fin. Esperemos que esta moda no se imponga porque convertirán el terror, y sobre todo al “slasher” en algo tan común y vulgar como un videojuego, acostumbrando a los más “peques” de la casa a una violencia inusitada y sin el verdadero disfrute de lo que es el género, con la consecuencia de que los convertirán en psicópatas de pacotilla al carecer tanto de paladar como formación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Maggie Smee
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