La he calificado con un 6, interesante. Creo que lo es por dos razones. La primera es la extraordinaria interpretación de Susanne Lothar, sólo por ello ya merece verse la película. La segunda es por limitarse a describir la maldad y no a explicarla. En efecto, ahora que tan en boga está dar explicaciones (y a veces son precisamente esos razonamientos los que no nos dejan ver y sentir de verdad las emociones), atreverse a describir sin más ya es encomiable. Bien pues por esos dos apartados que constituyen la cara de la película.
Pero ¿cuál es la cruz? Pues hay algunos aspectos que hacen perder fuelle a la historia. Algunos son de menor entidad: la escasa reacción ante la muerte del hijo, por ejemplo, y alguna que otra fisura de guión así como los ocasionales pasajes de una lentitud innecesaria y desconcertante. Pero lo que de verdad a mi entender invalida la obra es la confesada intención del director: hacernos ver hasta qué punto nos atrae la violencia o la maldad. Para demostrárnoslo planea una ingeniosa treta: todos los actos violentos suceden fuera de plano menos uno y con éste saltamos de alegría. No, Sr. Haneke, eso es trampa. Como también lo es que quiera implicarnos en el juego a base de que uno de los personajes se dirija a nosotros y nos invite a participar cuando en realidad lo que consigue con ello es que mantengamos una distancia brechtiana y no entremos al trapo. El director da la impresión de que se ha sentido dios y ha querido manejarlo todo, incluidas las reacciones del espectador, y mantenerse así au dessus de la melée.
La pregunta que al fin vaga por mi mente es: ¿El Sr. Haneke detesta la maldad y la violencia o está fascinado por ellas?
Para acabar un ruego, Sr. Haneke, la próxima vez cuénteme bien una buena historia y déjese de moralinas y zarandajas.

Para llevar a cabo su última creación la directora ha contado con recursos más que suficientes. El resultado, sin embargo, es lamentable. Una historia vacía, unos personajes inverosímiles, diálogos romos... Eso sí, sonido muy trabajado, cámara bien manejada, localizaciones excelentes, color de calidad e intérpretes de nivel (salvo Sergi López, ¿qué le habrán visto a ese actor que parece salir del más tronado teatro aficionado?).
La evolución de Isabel Coixet me sugiere la de aquel que se enamora del lenguaje, de su puro fluir, sin prestar demasiada atención a lo que dice. Una pena. Al fin, de seguir así, sus películas pueden alcanzar la más absoluta esterilidad y la actividad creativa convertirse en simple onanismo.

La película tiene unos cuantos elementos acertados que quiero destacar primero: Una historia con buenos mimbres, un ritmo narrativo acertado y una actuación de Luis Tosar más que correcta.
En el lado contrario, el de los desaciertos, hay también varios asuntos que destacar: piezas del guión muy forzadas (como que la mujer, en avanzado estado de gestación, se meta en semejante fregado cuando dispone de otras posibilidades para acercarse al núcleo del conflicto; que el personaje que interpreta Resines, un funcionario de la cárcel, se ponga a reprimir manifestantes en la calle, labor que no corresponde a su cometido); personajes muy polarizados (el de Resines, malo malísimo, la mismísima piel de Barrabás, vamos, y el de Tosar, llamado Malamadre, que, a pesar de esa voz arenosa y algún que otro gesto brabucón, tiene un corazón más bondadoso que el de la madre Teresa de Calcuta, es decir, el Malamadre es en realidad una madre amorosa).
El film sin embargo contiene un puñado de elementos que lo harán triunfar, aunque sean concesiones al éxito más que apuestas creativas de los autores, y son:
Esquema polarizado, es decir que el mal y el bien están claramente diferenciados y apela a los sentimientos pseudo progres del personal: Unos presos en realidad noblotes y buena gente sometidos a un trato humillante y vejatorio que finalmente justificaría el motín y exculparía los atropellos que pudieran cometer. Detalles truculentos bien explícitos y expuestos con generosidad (desde el inicial corte de venas hasta el degollamiento etc). Polarización también de los personajes. Todo ello se dirige a la parte más infantil del público que es, en definitiva, la que propicia el éxito masivo.

La ley fundamental de la narrativa, sea literaria o cinematográfica, es que todos los elementos han de estar al servicio del relato. Sin embargo, cuando a éste le falta fuste, sucede que los elementos que deberían estar a su servicio toman relevancia y ocupan el lugar preeminente.
Eso es lo que le acaece a este film. La trama pretende contener dos dramas románticos, un misterioso asesinato y el contexto de la represión política. Cuando se quiere abarcar tanto, se aprieta poco. Así, las historias ofrecen fisuras por doquier y el director se pierde con movimientos de cámara y encuadres tan exquisitos como innecesarios amén de espolvorearlo todo con infinidad de gracietas verbales de corte porteño que resultan de una verborrea empalagosa.
En definitiva, cuando el relato por falta de vigor pierde su lugar central, surge la pirotecnia resultona pero que al fin te hace sentir empachado.
Dos elementos quisiera subrayar en el haber del film: la reflexión sobre los recuerdos, que resulta un asunto de enjundia y tratado con precisión y acierto, y el personaje llamado Sandoval, que interpreta magistralmente Guillermo Francella, una creación que logra fascinarte.

Una historia cargada de valores castrenses: los mandos militares son justos, comprensivos y humanos, el héroe, un muchacho con arrojo, lo que más desea, a parte de servir a la patria, es acudir junto a su madre y darle un abrazo. Para ello superarà todo tipo de dificultades y vicisitudes, incluso renunciarà al amor recién descubierto para acudir junto a la que le dio la vida.
Madre no hay más que una.
No me extraña que uno de los tatuajes más comunes entre legionarios es el que dice: AMOR DE MADRE.
Muy soviètica.