Woody Allen es un genio contemporáneo del que se puede afirmar que es el mejor de entre mejores. Nadie puede decir que no le gusta su cine, o que él en especial no le cae demasiado simpático, pues entonces está mintiendo o errando como jamás errará en su vida. Allen es un fenómeno divino de la naturaleza, y para muestra un botón, esta película que nos atañe ahora. La última noche de Boris Grushenko, o Boris Karloff, o como se llame, es una de esas películas que le hacen a uno partirse de risa, pero con la tranquilidad de saber que esta risa no es una efecto de alguna tontería como Butt-head diciendo a una sexy azafata: "Como que vas a Las Vegas, jajaja". No, este sensacional filme es la más brillante comedia de la etapa surreal de Woody, tal vez la primera etapa que sí, existió, y que nos ha dejado escenas míticas y diálogos simplemente inmejorables.
Aquí Allen hace del susodicho Boris, un pobre diablo que debe vencer a sus demonios y huír a la par de la noche, y tratar de no perderse en la memoria. Sí, no estoy diciendo más que giliflauteces, pero es lo mejor que uno puede hacer. El filme es tan brillante que no me siento capaz de hacer una sinopsis o sipnosis sin que se me caiga la cara de vergüenza. Demasiado buena para creerme capaz. Bueno, en cualquier caso describiré un par de escenas que me chiflan: Boris se hace pasar por Don Francisco, un hombre que se supone ha de reunirse con Napoleón, y su chica (Keaton), se hace pasar por su hermana. La cosa es que Boris no recuerda ni como se llama la hermana de Don Francisco, así que se refiere a Keaton como "la doña esta (la donya aquesta, en catalán)".
También me chifla que Allen en su primera etapa besara siempre a sus amantes en la mano, un gesto de romántica galantería pero también de gran comicidad: Está ahí en la cama, a punto de hacer sexo y... ¡MUAC! MUAC! ¡Toma besito dulce! Qué genio es este señor.
Nada más, un abrazo para Joan Pera, el doblador, que es un gran artista y que soy su fan incondicional.

Ah, dejad que Woody ruede en paz, y no seáis tan pesados, por favor.

Nicolas Cage es un pedazo de actor, aunque seguramente lo suyo es gracias al enchufismo (y no al despotismo ilustrado) podemos decir que es uno de los grandes. En esta pinícula del infame Schumacher, un rebelde de no sé qué de Jollibú, Cage hace de un detective detectivesco, o de un policía poli si se prefiere, que pasa de vérselas con cuatreros pincha bravas a enfrentarse a sus demonios y a un caso enfermizo de pornografía demencial y decadente, donde no es oro todo lo que reluce... O sea, no todo es oro porno. La premisa parece interesante y lo es, pues este horror de las películas snuff nunca se había convertido en el tema de un thriller. Pero como siempre Schumacher resbala, y se da un golpe en la cabezota contra el suelo, un golpe tan fuerte que todo el salón tiembla, y suena como si un mueble se hubiése volcado, o como si se hubiése descolgado un estantería. El caso es que ni siquiera la presencia del sagrado Phoenix, algo así como una fusión entre Robbie Williams, Jude Law, y Ewan McGregor, levanta el final de este filme, que parece convertirse en un episodio de Prison Break. James Gandolfini también está por ahí danzando, y Peter Stormare, el Abruzzi de la ya citada (el citado es más perverso) Prison Break también tiene un papel de peso. Genial, los dos me encantan, pero para la desgracia de todo el mundo aquí ninguno de ellos no tiene la gran voz del mejor, Carlos Ysbert. En fin, una gran pena... El caso es que el personaje de Stormare es ridículo y nada creíble, y ese que se hace llamar Máquina (¿y el tabasco? en la másquina) nos recuerda a Frankenstein en horas bajas. When the wind blows. Bueno, que lo que podría haber sido un volcán de conspiración acaba siendo un todos contra todos, un smash tv, un wrestling... Pero vaya, que Gandolfini lamiendo el revólver con el que le encañona Cage hace que le llegue al resuello un 5 de 10.

Perdón por la broma del título, que hace referencia a una serie ya difunta, cutre y estúpida, de Antena 3 ("la pena 3", Máximo Pradera dixit). No la vi jamás, pero el título me parece muy apropiado. Empecemos por decir que Stallone es uno de esos sujetos que aunque a veces te parecen de vergüenza ajena, en el fondo siempre los consideras unos fenómenos. Y sí, Stallone es un crack de la profesión. O "prafezión", como Alfredito Landa dijo en su discurso al recoger el Goya honorífico. Se le puede reprochar que haya exprimido la puta saga hasta convertirla en un surtido de pelis de serie Z, con portadas a los Street Fighter, y que los 3 Oscars que ganase la primera se hayan ido al garete porque se haya cagado encima de ellos (Imagináos esta imagen, un Stallone ya maduro, sonriente y de cuclillas, murmurando cosas en inglés y haciendo fuerza, ¡¡¡¡jajaja!!!) Y que sea republicano. Y que haya trabajado en cosas escandalosamente malas, como El protector o Driven. Pero si nos referimos únicamente a esta primera secuela de Rocky, el boxeador tarao y medio imbécil, pero humilde y afectuoso con su gentuza, la cosa es bien diferente. Vale, tampoco no era necesaria, pero por lo menos no es una película de boxeo banal, con muchas hostias y poca trama.
Aquí vemos como al bueno de Rocky, sombrero en ristre, le echan de todos los curros y como en verdad su carisma se va a la mierda una vez la gente se ha olvidado de su glorioso (aunque no victorioso) combate contra ese otro crack que es Apollo Creed, un negro con bigote, como dios manda. Y veremos muchas otras cosas, pero vaya, lo que quiero decir es que no sólo es pelear y pelear sino que también te explican cómo es la tribulada vida de este locuelo boxeador de boca torcida y huevos bien puestos (con perdón).
Pero si queréis ver una buen peli de boxeo y sentimientos de decadencia, no os perdáis
Raging Bull, cuya BSO estoy escuchando ahora mismo y está a punto de hacerme llorar como a un chiquillo.

"¿Cómo ha podido pasar esto, Hanna? Nosotros los hombres hemos perdido el camino", eso decía el icono del cine, Chaplin, en su mejor película hablada, El gran dictador. Eso les diría yo a los cienastas que trabajan en este país y que intentan de vez en cuando hacer un thriller... ¿Por qué no hay ningún filme sin cámaras que se meneen, sin descampados color reportaje de la 2 de tve, sin escenas caseras y amateurs? Esto pasa de igual manera en El Lobo. La premisa de un pincha brava que se mete en el cuerpo de E.T.A., unos asesinos que tambalean toda una dictadura, es muy interesante, y más cuando sabes que el tal Lobo es un personaje real, como tu, yo, o Kelsey Grammer... Pero decepciona, cómo no. ¿Cómo ib a ser de otra manera? Pero vale, pensemos que los aspectos técnicos me son inverosímiles, como decía aquél, por lo menos tengo un guión que puede estar bien. Pero tampoco, qué cosa más sosa. Un atraco frustrado, un par de bombitas, un polvazo y unos pechos botando como sucumbe el trigo ante la guadaña (en el cine español SIEMPRE se ven "pechel") y poco más... Luego, ¿qué tiene de bueno esta película para que le conceda un cuatro y no un uno, y que además le ponga el uno moviendo el ratón con los pies? José Coronado.
Sobre Noriega no diré nada, sólo que es un actor sin talento alguno, sin arte ni gracia, que pone el mismo careto de intenso tanto si le meten un bolígrafo por el culo, como si tiene que hacer que se lo está montando con un almendro. Tiene careto de pijo borde, y se esfuerza muy poquito en dar realismo a sus papeles. Si no fuera por Amenábar, me da a mí que este estaría vendiendo cupones o algo así... Ahora, no negaré que cuando se tiñe el pelo de rubio, es un cachondo...
Coronado está magistral en su papel de comisario fachón y con careto de intenso (ya estaba implícito), quizás tampoco lo haga muy bien, pero que más da. Es Coronado, y es el mejor, y eso lo sabemos todos.

Nos encontramos ante una película muy difícil. Vale, Nicolas Cage es una máquina de la interpretación, uno de esos hombres que querrías tener como amigo, padre, hijo, mentor, amante, discípulo, hermano... Querrías ser él. Y sobre Scorsese, bueno, sólo decir que además de ser uno de los mejores directores de este siglo y del siglo pasado, podría haber tenido una gran carrera como actor, pues su entrecejo descuidado vale millones. Pero aún con todo, y aunque el bueno de John Goodman esté por ahí dando lecciones de carisma, ésta "Al límite de lo insoportable" es bastante durilla de ver. Un desgastado y apestoso Nicolas Cage se pasa desde el minuto cero conduciendo sin parar, alucinando, automedicándose (como todos hemos hecho alguna vez), cambiando de humor, y recitando unos diálogos raros de cojones. Hay destellos, efectos de luz rarísimos, ralentización del tiempo, aceleraciones divertidísimas, y mucha caña van a dar. Por eso, no es recomendable ver esta película si empieza muy tarde, habiendo cenado poco, si tienes mal cuerpo, o si tienes la cara magullada. Yo sufría todas estas contraindicaciones mientras veía la película engendro, y por eso no me gustó demasiado. Ahora que han pasado unas horas, me doy cuenta de la gran obra de arte que no supe ver. Ahora, sobra Marc Anthony, ése que se dedique a cantar sus chorradas latinas y que no se acerque más a Scorsese. Y la traducción del título al español no podría ser peor, pero enos da una piedra, y ahora me van a freír un huevo que me han tirado a la cabeza
Hoy me encuentro un poco mal, indispuesto como se suele decir. Creo que el visionado de esta pedazo de película tiene la culpa, y ahí radica lo bueno y lo malo. Es una peli intensa...